Titulares Del Corazón

Capítulo 24

Londres me recibió con una neblina de marzo y un frío que se colaba hasta los huesos, un contraste absoluto con el sol tailandés. Archie, envuelto en una bufanda de lana y exhalando vapor al hablar, me sonrió con la emoción del anfitrión que enseña su tesoro más preciado.

—Bienvenida a mi caja de zapatos —dijo, abriendo la puerta de un bloque de ladrillo oscuro en Notting Hill.

El apartamento no era una caja de zapatos. Era un estudio luminoso, lleno de libros de arquitectura apilados en el suelo (una ironía, dado su odio confeso a la carrera), mapas garabateados y el olor a café fuerte.

—No te preocupes por el espacio. Es mi santuario. Y el sofá cama es sorprendentemente cómodo, te lo aseguro —comentó Archie, leyendo mi expresión. —De Asia a una postal perfecta de Londres.

Dejé mi mochila en el suelo, la única compañía en casi un año de travesía. Archie me miró con una seriedad inusual.

—Antes de que te dé el tour de la ciudad, te doy el tour de mi caja de zapatos —dijo Archie, señalando—. Allí cruzando por el pasillo, al fondo, está el baño de visitas. A su lado derecho, mi habitación, y a la izquierda, la de un ermitaño que la usa— lo pensó por un instante—. Unas dos veces al año cuando quiere salir de su realidad. Esta no es la fecha en la que usualmente escapa así que puedes usarla. La cocina —dijo, señalando su lado izquierdo—, la sala, y aquí donde estamos, la entrada— reímos por su chiste malo. —Ponte cómoda, mi casa es tu casa. Ahora bien, sé que el viaje fue largo, entonces esta noche descansamos y mañana te muestro la ciudad. ¿Vale?

—Me parece bien— una respuesta casi automática, porque era cierto, mi cuerpo ya no daba para más, creo que el cansancio de casi un año sin parar ahora me pasaba la factura.

Archie se inclinó, tomando mi mochila del suelo con un gesto que se sentía protector. Nuestros ojos se encontraron. La risa de Archie se desvaneció, reemplazada por una intensidad que nunca le había visto en Asia; era profunda y honesta. Estuvo a punto de decir algo, o de acercarse, pero tensó la mandíbula, y se obligó a sonreír con su habitual picardía. Su toque había sido solo por la mochila. Era su manera de respetar la línea.

—Vuelve a tu planeta, Piel de Elefante —murmuró, volviendo a su tono bromista. —Mañana, la capital del mundo es tuya.

Me instalé en la habitación del ermitaño, (y para ser uno, era muy ordenado y minimalista). Antes de apagar las luces, le hice una videollamada rápida a mi madre. Le aseguré que estaba a salvo, que Londres era frío y maravilloso, y omití convenientemente el detalle de que estaba compartiendo espacio con el Archie. La mentira piadosa era necesaria para que Lorena durmiera tranquila. Luego, envié un mensaje al grupo de chat de mis amigos: —Londres. Lo sé, sin plan. Mañana les cuento. ¡Los amo! —. Envié un selfie borrosa de mi cara de cansancio. Sabía que las notificaciones estallarían por la mañana, pero por ahora, en el silencio de esa habitación ajena, me permití descansar por primera vez en meses.

Los días que siguieron fueron una burbuja de exploración mágica. Archie se convirtió en el guía más atento y entusiasta que podía imaginar. Con él, Londres no era solo una lista de verificación, sino una promesa casi romántica, si ese fuera el caso.

Me llevó al London Eye, pero el momento que atesoré fue cuando me arrastró a un rincón del British Museum, mostrándome un pequeño artefacto sumerio, y me habló con la pasión de un historiador sobre las historias que nunca llegan a los titulares.

Me llevó a la concurrida Portobello Road Market en un día de lluvia, donde compró un viejo vinilo de jazz y nos obligó a bailar de forma ridícula bajo el toldo de un puesto de antigüedades. El momento más íntimo, sin embargo, fue cuando nos sentamos en un banco desgastado en el barrio de Primrose Hill, viendo la ciudad extenderse bajo la neblina al atardecer, bebiendo café.

—Chloe —Archie llamó mi atención, mientras caminábamos por la orilla sur del Támesis, cerca del Westminster—. No sé por qué siento que te conozco de toda la vida. Juraría que nos hemos visto antes.

Y era cierto. Con Archie, me pasaba. Sus ojos, su rostro. Todo era jodidamente conocido.

—Pensé que era solo yo.

Seguimos caminando sin decir una palabra más. Sin embargo, en el fondo, ambos sabíamos que esa sensación de familiaridad, era solo eso. Es como un deja vu o algo así.

En un rato mi imaginación viajo, a otros ojos, otro rostro, otro cuerpo y… que tal si lo viera, que tal si me lo encuentro ¿Qué haría? ¿Qué le diría? Negué y me negué a seguir pensando en él.

Esa misma semana, Archie recibió un mensaje de texto. Su rostro se transformó, su sonrisa se amplió, profunda y genuina. Guardó el móvil con un brillo en los ojos que nunca le había visto.

—Veo que ese mensaje te alegró la vida —comenté, sintiendo un extraño y apretado nudo en el estómago que no supe identificar.

—Como tú no te imaginas —respondió él, su voz cargada de una emoción contenida.

Tragué saliva. ¿Una novia? ¿Una aventura seria? Después de unas semanas mágicas en Londres, la idea de que Archie tuviera un compromiso que no había mencionado me pinchó el alma, recordándome que nuestra conexión se basaba en la ligereza y la ausencia de planes. El miedo a haberme encariñado demasiado, demasiado rápido, me hizo sentir estúpida.



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En el texto hay: humor amor, egocéntrico, química explosiva

Editado: 26.11.2025

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