Chloe
El grito había sido un reflejo puro de terror, pero se ahogó en cuanto la luz amarilla y cruda de la lámpara de noche inundó la pequeña habitación. No había peligro. Había algo peor: una cruel y jodida ironía.
Nos separamos de golpe. Yo me senté sobre mis talones en la cama, envolviéndome en la manta hasta la barbilla. Él dio un paso atrás, con la espalda tensa, bloqueando la puerta con su presencia. Su respiración agitada era el único sonido, a excepción de los latidos salvajes de mi corazón.
Mi mirada, a pesar de la rabia y el pánico, no pudo evitar el recorrido. Su piel, más bronceada de lo que recordaba, se extendía sobre un torso que era puro músculo, definición y dureza. Ya no era solo el chico de antes. Ahora era un hombre. Mis ojos se fijaron en el nudo celta tatuado en el interior de su muñeca derecha, idéntico al que Archie tenía en la suya. Pero él, además, tenía un mapa de geometría oscura que se extendía bajo la nuez de su cuello, casi lamiendo la clavícula. Un detalle permanente y peligroso que nunca antes había visto.
—¡Ethan! —murmuré, forzando su nombre como si fuera un escupitajo. El miedo se había evaporado, dejando solo una rabia hirviendo.
Él no cedió. Sus ojos grises ardieron con una intensidad que recordé demasiado bien.
—¡P! —siseó, recuperando el control de su voz, que seguía siendo ronca por el sueño. —Se supone que ésta es mi habitación. ¿Qué carajos haces en mi cama?
A pesar de la luz, el calor corporal residual de ambos seguía flotando en el aire. Podía oler el aroma a pino y a sándalo, una mezcla que me resultaba peligrosamente familiar.
—¿Tu cama? —le lancé, odiando la forma en que mi voz temblaba.
El ceño de Ethan se frunció. Dio un paso hacia mí, y sentí que la temperatura de la habitación subía.
—Si, mi cama, Chloe —dijo, y la simple mención de mi nombre completo, pronunciado con esa voz profunda, hizo que todo se detuviera. Nunca me había llamado así antes. Jamás. Siempre fui “P” para él. Y se sentía... bonito. Íntimo. El tipo de intimidad a la que nunca había llegado con nadie.
La puerta se abrió de golpe. Archie, con el cabello revuelto y la bufanda de lana todavía puesta, irrumpió.
—¡Por el amor de Dios! ¿Hay un asesinato aquí o qué?
Archie se detuvo en seco, mirándonos a los dos.
—Archie, ¿Qué hace P…Chloe aquí? —preguntó Ethan, con un tono tan cortante que bien podría haber cerrado el aire entre ellos. Estaba claro que ya estaba harto.
Archie, que había estado a punto de palmearle la espalda a Ethan en señal de bienvenida, se detuvo, sintiendo la tensión.
—Espera, ¿Qué mosca te ha picado? —Archie no entendía nada, pero rápidamente volvió a su papel de anfitrión, radiante—. Ella es mi Piel de Elefante, la heroína de Portobello Road. Chloe, te presento a mi hermano, Ethan Thorne.
Luego, Archie se giró de nuevo hacia mí y sus ojos se entrecerraron en un signo de genuina confusión.
—Ethan, esta es Chloe... ¿Qué demonios? ¿Cómo la conoces? —Archie nos miró a los dos, y luego sonrió incómodo, rascándose la nuca como si acabara de entender algo, o de no entender nada en absoluto.
—Vale, ¡Espera un segundo! ¿P? ¿Tú la llamas P? — Archie ladeó la cabeza, esperando una explicación que desarmara la incómoda electricidad que flotaba en la habitación.
—Sí, ya nos conocemos, pero eso no viene al caso —respondió Ethan, sin suavizar su expresión, manteniendo la mirada fija en Archie, ignorándome deliberadamente—. La pregunta sigue siendo ¿qué hace ella aquí?
Archie, que para entonces ya estaba riéndose, agitó las manos con incredulidad.
—¡Puta madre! En serio se conocen. Vaya coincidencia, ¿Y se puede saber de dónde? Esto no me lo esperaba.
Los dos nos miramos. Un segundo se estiró hasta parecer una hora mientras intentábamos descifrar si debíamos sincronizar una mentira rápida o si Ethan iba a imponer su versión de la historia. Yo no sabía qué decir, ni por dónde empezar a explicar.
Fue Ethan quien rompió el silencio, y su voz fue un látigo.
—De ningún lugar importante.
El impacto de esas cuatro palabras fue sorprendente. ¿Cómo puede afectarme tanto? su tono, la frialdad con la que me acababa de reducir a… si, menos que nada.
—Umm —Archie se quedó pensativo, examinando a Ethan con una mirada de no estar nada convencido de esa respuesta—. Eso no suena como “nos conocimos en el cine”.
Necesitaba romper el hielo, aunque fuera con una verdad parcial.
—De Estados Unidos —dije al fin, logrando que el ambiente se aligerara solo un poco, dejando la explicación completa del “cómo” para otro momento.
Ethan no dijo nada, simplemente se cruzó de brazos y me dedicó una mirada de puro fastidio, la misma que uso la última vez que lo vi. Yo, por mi parte, intenté ignorarlo concentrándome en Archie.
Fue entonces cuando noté el detalle que me había saltado por la sorpresa. Archie tenía una calidez y una espontaneidad parecida, pero que ahora contrastaban totalmente con la frialdad de su hermano. Eran la noche y el día. Además, Archie me había dicho que se llamaba Blackwood.