Titulares Del Corazón

Capítulo 27

Chloe

Londres suele ser gris y tímida, pero esa mañana decidió entrar por la ventana de la habitación con un resplandor que me lastimaba los ojos. O quizás era la resaca emocional de la noche anterior la que me hacía sentir sensible a todo: a la luz, al ruido de los cubiertos chocando contra la loza y, sobre todo, al olor a café recién hecho.

Salí de la habitación de invitados (que, irónicamente, seguía oliendo a Ethan) con la misma ropa de ayer, alisándome el cabello con los dedos y rezando para que mi cara no delatara que mi mundo se había derrumbado y reconstruido en cuestión de horas.

En la cocina, el caos tenía nombre y apellido: Archie Blackwood.

Estaba de espaldas, tarareando una canción de The Clash mientras intentaba voltear algo en una sartén que humeaba sospechosamente. Llevaba una bata de seda azul marino que gritaba aristócrata en decadencia y pantuflas de terciopelo.

—Si estás intentando incendiar el edificio, vas por buen camino —dije, anunciando mi presencia.

Archie dio un salto y se giró, agitando la espátula como si fuera una varita mágica.

—¡Piel de Elefante! —exclamó con una sonrisa radiante, ignorando por completo el humo negro que subía detrás de él—. Buenos días. O tardes. Mi reloj biológico está en huelga. ¿Cómo dormiste?

—Sobreviví —respondí, acercándome con cautela a la isla de la cocina. O quizás buscando algo… o a alguien.

—Eso ya es mucho decir tratándose de mi hermano. —Archie apagó el fuego, dando por perdida la batalla culinaria, y se apoyó en el mostrador, mirándome con una curiosidad que afilaba sus facciones, haciéndolo parecerse repentinamente a Ethan—. Hablando del rey de roma y sus espinas...

La puerta principal se abrió y se cerró con un golpe seco. Pasos pesados resonaron en el pasillo y, un segundo después, Ethan entró en la cocina.

Mi corazón hizo ese estúpido salto mortal que creí haber controlado hace meses.

Venía de correr. Llevaba ropa deportiva negra, el cabello húmedo por el sudor pegado a la frente y el pecho subiendo y bajando en un ritmo controlado. Se detuvo en el umbral al vernos, y sus ojos grises barrieron la cocina, deteniéndose en mí. No hubo sonrisa, pero tampoco hubo ese hielo cortante de ayer. Había... reconocimiento.

—Huele a quemado —dijo Ethan, su voz ronca, caminando hacia el fregadero para servirse un vaso de agua.

—Es mi intento de hospitalidad culinaria —se defendió Archie, sirviendo dos tazas de café de una prensa francesa—. Pero tranquilo, compré croissants.

Ethan se bebió el agua de un trago, la nuez de su garganta moviéndose hipnóticamente. Yo intenté mirar a cualquier otro lado, fijando mi vista en las baldosas del suelo.

—Siéntate, P —dijo Ethan de repente.

Levanté la cabeza. Él ya estaba en la cafetera. Sin preguntarme nada, tomó una taza, vertió el café, añadió un chorrito generoso de leche fría y media cucharadita de azúcar.

Me quedé paralizada.

Me puso la taza enfrente, sobre la isla de mármol.

—Gracias —murmuré, tomando la taza con ambas manos para calentarme los dedos fríos.

—Vaya, vaya —intervino Archie, sus ojos moviéndose de Ethan a mí como si estuviera viendo un partido de tenis muy interesante—. Servicio personalizado. Ethan nunca le sirve café a nadie. A mí me dice que si quiero cafeína, la lama del suelo.

Ethan le lanzó una mirada asesina a su hermano mientras tomaba su propio café (negro, sin azúcar, amargo como su alma, pensé con una pequeña sonrisa interna).

—Cállate y come tu croissant, Archie.

Nos sentamos los tres alrededor de la isla. El silencio no era cómodo, pero era soportable.

—Entonces... —empezó Archie, incapaz de mantener la boca cerrada por más de dos minutos—, ahora que el shock inicial de oh, dios mío, mi hermano conoce a la chica misteriosa ha pasado, tengo preguntas. Chloe, dijiste que eras de Estados Unidos. ¿Qué hace una chica lista como tú vagando por Asia con una mochila que pesa más que tú? ¿Año sabático? ¿Búsqueda espiritual? ¿Huyendo de la ley?

¿Por qué esas preguntas ahora? Sentí la mirada de Ethan clavada en mi perfil. Sabía que él estaba esperando mi respuesta. Sabía que él recordaba nuestra conversación de anoche: No fui a Yale. No escribo.

—Algo así —dije, esquivando la pregunta mientras despedazaba mi croissant—. Solo... necesitaba ver mundo.

—¡Fantástico! —Archie aplaudió—. Supongo que estarás documentando todo, ¿no? Un blog de viajes, crónicas desde el viejo continente... Con esa mirada que tienes, apuesto a que eres escritora. Tienes ojos de observadora. De las que se sientan en un rincón y toman notas de los pecados ajenos.

Me atraganté con el café. La descripción de Archie fue tan acertada y a la vez tan dolorosa que sentí como me ardía el pecho.

—No —respondí rápido, demasiado rápido—. No escribo. Solo viajo.

El silencio que siguió fue denso. Me arriesgué a mirar a Ethan. Él tenía la mandíbula tensa, y sus ojos estaban fijos en un cuaderno Moleskine negro, virgen y sin abrir, que asomaba por el bolsillo lateral de mi mochila, la cual había dejado en el suelo cerca de la entrada.



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En el texto hay: humor amor, egocéntrico, química explosiva

Editado: 26.11.2025

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