La penumbra envolvía la habitación con un silencio pesado, interrumpido solo por el ritmo acelerado de sus respiraciones. Flor estaba sentada al borde de la cama, las manos temblorosas sobre las sábanas, el cuerpo aún vibrando por la adrenalina de la noche. Sus ojos oscuros buscaban los de Hugo, que la miraba con una intensidad tan pura que casi dolía.
Él se acercó con pasos lentos, dejando que cada movimiento fuera una promesa. Sus dedos rozaron la piel desnuda de su brazo, un contacto apenas perceptible que hizo que un escalofrío recorriera todo su cuerpo. La mano de Hugo bajó lentamente, trazando líneas imaginarias sobre su piel, descubriendo cada rincón con una delicadeza inesperada.
—No tienes que temer —murmuró, su aliento cálido rozando la piel de su cuello—. Estoy aquí.
Flor cerró los ojos, dejando que su voz interna se apagara por un momento. Se rindió a la sensación de sus manos, la calidez que la envolvía, la seguridad que, contra todo pronóstico, comenzaba a confiar.
Con un movimiento suave, Hugo la tomó de la cintura y la acercó a él, fundiendo sus cuerpos en un abrazo que parecía contener siglos de secretos y promesas no dichas. Sus labios se encontraron con una mezcla de urgencia y ternura, un roce que fue creciendo hasta convertirse en una necesidad insoportable.
Las manos de Flor se aferraron a la camisa de Hugo, sintiendo la fuerza que había detrás de esa figura imponente, pero también la fragilidad oculta que solo ella parecía alcanzar. Sus dedos recorrieron la nuca, enredándose en su cabello mientras la respiración se volvía más profunda, más desesperada.
Hugo deslizó las manos por su espalda, bajando lentamente hasta su cadera, sintiendo la piel desnuda bajo la tela. Cada caricia era un fuego que prendía en ella una llama que no podía ni quería apagar. Flor se arqueó hacia él, entregándose sin reservas, sin miedo.
—Déjame mostrarte —susurró Hugo, su voz rasgada por el deseo—. Déjame ser la llama que queme tus dudas.
Sus labios descendieron por su cuello, besando, mordiendo suavemente, dejando un rastro de calor y promesas. Flor gimió bajo su tacto, un sonido ahogado que se perdió en el silencio cómplice de la noche.
El mundo exterior desapareció. No había mafias, ni guerras, ni traiciones. Solo estaban ellos, dos almas perdidas buscando refugio en el cuerpo del otro.
Hugo desabrochó lentamente la blusa de Flor, sus dedos temblando apenas ante la suavidad de la piel que descubría. Cada centímetro era un territorio sagrado que exploraba con reverencia y hambre contenida. Flor se dejó llevar, sintiendo que por primera vez en mucho tiempo, podía ser vulnerable sin caer.
Sus cuerpos se encontraron sobre la cama, entrelazados en un baile antiguo y profundo, donde el deseo se mezclaba con la necesidad de pertenencia. Cada caricia, cada beso, cada suspiro era una declaración sin palabras, un pacto sellado en la intimidad.
Flor sentía el latir de Hugo contra su pecho, la firmeza de sus manos sosteniéndola, la pasión contenida que se desbordaba en cada gesto. Era lujuria, sí, pero también algo más: era la primera chispa de amor verdadero que había sentido en años.
En un susurro, Hugo le prometió sin palabras que no la dejaría caer, que la protegería incluso cuando todo el mundo conspirara en su contra. Y en ese instante, entre la penumbra y la piel, Flor creyó en esa promesa.
Cuando finalmente sus cuerpos se unieron, fue como si el tiempo se detuviera. Cada movimiento era una batalla ganada, una cicatriz sanada, un deseo cumplido. La noche los envolvió en su manto oscuro, testigo silencioso de una unión que iba más allá del placer: era la fusión de dos almas que necesitaban encontrarse para seguir existiendo.
Al amanecer, cuando los primeros rayos de luz comenzaron a filtrarse por la ventana, Flor y Hugo permanecieron abrazados, sus respiraciones sincronizadas, el calor de sus cuerpos aún vibrando.
No era solo deseo lo que los unía ahora.
Era la certeza de que, a pesar de la oscuridad que los rodeaba, en esa llama compartida podían encontrar un refugio. Un hogar.
El amanecer colaba sus primeros rayos entre las cortinas, pintando la habitación con tonos dorados y sombras alargadas. Flor y Hugo seguían entrelazados, sus cuerpos aún temblando por la intensidad de la noche. Pero ahora, con la luz, las emociones se tornaban más complejas, más reales.
Flor apoyó la cabeza en el pecho de Hugo, escuchando el latido constante y fuerte que parecía marcar el ritmo de sus pensamientos. Se sentía segura, protegida, pero también vulnerable, expuesta a una verdad que llevaba años evitando: la necesidad que tenía de alguien que no la dominara, sino que la aceptara.
—¿Sabes? —susurró, rompiendo el silencio—. Siempre pensé que el amor era una jaula. Una prisión más peligrosa que cualquiera de las que he conocido.
Hugo acarició su cabello, suave, como si esa simple acción pudiera borrar cicatrices invisibles.
—Tal vez lo sea. Pero también puede ser la única llama que te mantenga vivo cuando todo está en sombras.
Flor levantó la mirada, encontrando en sus ojos una sinceridad que la desconcertaba y fascinaba a la vez.
—No sé si puedo confiar. No ahora. No después de tanto.
Él apretó la mano que descansaba sobre su pecho.
—No te pido confianza. Te pido que me dejes estar. Que me dejes demostrar que no soy como los demás.
El silencio volvió, esta vez menos pesado, más lleno de posibilidades. Flor sintió que algo dentro de ella comenzaba a cambiar, a abrirse con una mezcla de miedo y esperanza.
—¿Y si me pierdo de nuevo? —preguntó con voz temblorosa.
—Entonces estaré allí para encontrarte —respondió Hugo, con una certeza que la hizo temblar.
Los dos quedaron allí, entre la fragilidad de la madrugada y la fuerza de un vínculo que iba mucho más allá de la pasión. Un vínculo que prometía ser su salvación y, quizás, su condena.
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es un libro diferente espero te guste, es un libro que te atrapa al deseo, es un libro de mafia
Editado: 11.08.2025