La habitación donde Flor y Hugo se reunieron para trazar su próximo movimiento estaba llena de mapas, documentos y dispositivos electrónicos. La luz parpadeante de una lámpara creaba sombras que parecían danzar al ritmo de sus palabras, como presagios de lo que estaba por venir.
—Enzo no se detendrá —dijo Hugo, con la mirada fija en el mapa—. Tiene que entender que perder significa desaparecer. Y eso no va a suceder.
—¿Qué propones? —preguntó Flor, su voz firme pero con una chispa de incertidumbre—. No podemos permitirnos un golpe en falso.
—Vamos a dividir sus fuerzas —respondió él—. Atacaremos sus rutas de suministro primero. Si cortamos su acceso, lo debilitamos.
—Y María —añadió Flor—. Si ella sigue jugando en las sombras, puede ser nuestro mayor enemigo.
—Ella es peligrosa —admitió Hugo—. Pero también puede ser una ficha que usemos.
Los dos intercambiaron una mirada cargada de entendimiento y complicidad. En ese instante, más allá de las alianzas y traiciones, eran un equipo. Un frente unido contra un enemigo que amenazaba con devorarlos a todos.
Mientras planificaban, Flor sintió que su mundo giraba entre la guerra y la pasión, entre el peligro y el deseo. Sabía que cada decisión podía ser la última, y sin embargo, no podía apartar la mirada de Hugo, ese hombre que, a pesar de todo, la hacía sentir viva.
La guerra estaba lejos de acabar. Pero juntos, podían encender la chispa que cambiaría el juego.
La noche avanzaba y la ciudad parecía contener la respiración, como esperando el próximo movimiento en ese tablero de poder y sangre. Flor y Hugo se sentaron frente a una mesa improvisada, donde los planes se dibujaban con líneas y símbolos que representaban más que simples estrategias: eran vidas en juego.
—Cada movimiento que hagamos será un riesgo —dijo Flor, frotándose las sienes—. Pero no podemos esperar a que ellos nos ataquen primero.
Hugo asintió, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de determinación y preocupación.
—Lo sé. Pero confío en ti, en lo que puedes hacer. Esta vez, no solo peleamos por territorio, sino por todo lo que somos.
Flor levantó la mirada, sorprendida por la sinceridad en sus palabras.
—¿Crees que podemos ganar?
—No sé si ganaremos —respondió él—. Pero sé que lucharemos hasta el final. Y mientras estemos juntos, nada podrá destruirnos.
Sus palabras eran un ancla en medio de la tormenta, un faro que iluminaba un camino incierto.
El silencio se instaló por un momento, cargado de emociones contenidas. Flor sintió cómo la proximidad de Hugo despertaba en ella una mezcla de deseo y miedo, una atracción que no podía negar, aunque supiera que el peligro acechaba en cada esquina.
Él, percibiendo su incertidumbre, deslizó la mano suavemente sobre la suya, un gesto simple pero lleno de significado.
—No estás sola —murmuró—. No tienes que ser fuerte todo el tiempo.
Flor apretó su mano, permitiendo que ese pequeño refugio entre ellos la sostuviera.
Pero afuera, la ciudad seguía siendo un campo de batalla invisible, donde cada sombra podía esconder una traición, y cada susurro un secreto mortal.
La guerra se acercaba, y con ella, el destino que ninguno podía evitar.
En una habitación oscura y apartada del campamento, Hugo y Dimitri repasaban los últimos detalles. La luz de una lámpara colgante proyectaba sombras que parecían bailar con cada palabra, mientras mapas y teléfonos estaban esparcidos sobre la mesa.
—Esto no es solo una guerra de mafias —dijo Dimitri, con voz baja—. Es una guerra personal.
—Lo sé —respondió Hugo, apretando los puños—. Enzo quiere acabar conmigo, y hará cualquier cosa para lograrlo.
Dimitri lo miró con seriedad.
—Tenemos que estar preparados para la traición, incluso dentro de nuestro propio círculo.
—No puedo permitirme distracciones —replicó Hugo—. Especialmente si vienen de alguien en quien confío.
Ambos hombres sintieron el peso de la responsabilidad y la amenaza que pendía sobre ellos. La alianza que tenían era frágil, sostenida por la necesidad más que por la confianza.
—¿Y Flor? —preguntó Dimitri—. ¿Está lista para lo que viene?
Hugo suspiró, la dureza en su rostro suavizándose por un instante.
—Ella es fuerte, más de lo que cualquiera podría imaginar. Pero esto la cambiará. A todos nos cambiará.
Un silencio denso llenó la habitación. Los dos hombres sabían que estaban al borde de un precipicio, donde cualquier error podía ser fatal.
Mientras tanto, en otro lugar, Flor repasaba las palabras de Hugo, sus promesas, sus miradas. En medio del caos, esa conexión era lo único real que tenía.
Y aunque la guerra rugía afuera, en su corazón comenzaba a arder un fuego que no podría apagar.
Flor caminaba con paso firme hacia el antiguo almacén donde sabía que María se escondía. Cada latido de su corazón era una mezcla de ira, tristeza y una pizca de miedo. La puerta de metal crujió al abrirse, y allí estaba María, esperándola con una sonrisa fría, como un gato acechando.
—Flor —saludó María, con voz dulce y venenosa—. ¿Has venido a decirme que deje de jugar?
—Vine a terminar esto —respondió Flor, con la voz firme—. No dejaré que sigas destruyendo todo lo que amamos.
—¿Amamos? Qué palabra tan hermosa para una traición —rió María—. Pero esto no es amor, es supervivencia. Y yo elijo ganar.
El aire se volvió denso, y ambas mujeres se midieron, conscientes de que entre ellas no quedaba nada más que un campo minado de secretos y resentimientos.
Mientras tanto, Hugo estaba solo en su despacho, la noche pesada sobre sus hombros. Recibió una llamada que le cambió el ánimo. Era Dimitri, con noticias de que un aliado estaba considerando traicionarlos para salvar su propia piel.
—¿Qué hago? —murmuró Hugo para sí mismo—. ¿Confío o elimino la amenaza antes de que sea demasiado tarde?
El peso del poder y la lealtad lo aplastaba. Sabía que cualquier decisión tendría un precio alto, y que a veces, para sobrevivir, debía sacrificar más que aliados: debía sacrificar pedazos de sí mismo.
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es un libro diferente espero te guste, es un libro que te atrapa al deseo, es un libro de mafia
Editado: 11.08.2025