El amanecer apenas asomaba entre los edificios, tiñendo la ciudad con un tono grisáceo y pesado, como si el mundo entero contuviera la respiración. En las calles desiertas, los movimientos eran calculados, precisos; nadie quería cometer un error, y todos sabían que la próxima hora definiría el destino de muchos.
Flor ajustaba su chaleco táctico mientras revisaba por enésima vez los mapas desplegados sobre la mesa. Cada ruta, cada callejón, cada entrada a los depósitos de Enzo estaba marcada con líneas rojas, símbolos y números. Su mente no descansaba: estrategia, supervivencia, protección. Todo debía estar controlado.
—¿Estás lista? —preguntó Hugo, apoyando su brazo en el marco de la puerta, su mirada dura pero llena de preocupación.
—Más que nunca —respondió Flor—. No podemos fallar ahora. Cada paso que demos debe ser perfecto.
Dimitri entró con un dispositivo en la mano, mostrando imágenes de los movimientos de los convoyes de Enzo.
—Se acercan —dijo—. Sus fuerzas están dispersas, pero reforzadas. No podemos permitir que nos detecten antes de tiempo.
—Entonces nos dividimos —decidió Hugo—. Yo iré con un grupo por la ruta principal; Flor, tú y Dimitri se ocuparán del lado sur. La coordinación es clave. Ningún error.
Flor asintió, respirando hondo. Mientras tomaba su arma, sintió el peso de cada vida que dependía de sus decisiones. La adrenalina la recorría, mezclándose con la ansiedad y el miedo. Pero sobre todo, con una determinación que nunca había sentido tan clara: sobrevivir, ganar, y proteger a quienes amaba.
Enzo observaba desde la torre de vigilancia improvisada, sus ojos recorriendo las pantallas que mostraban los movimientos de sus enemigos. Su brazo vendado no le impedía golpear la mesa con frustración; cada segundo que pasaba era una amenaza que lo empujaba al límite.
—No dejaré que escapen —gruñó—. Cada uno de ustedes sabe lo que está en juego. Si fallan, lo pagarán con sangre.
Sus hombres asintieron, conscientes de que cualquier error sería fatal. Pero Enzo no contaba con que su propia confianza en su control absoluto comenzaba a ser su debilidad. Flor y Hugo habían aprendido a moverse en las sombras, a anticipar, a sobrevivir, y eso lo enfurecía más que cualquier herida física.
Mientras los primeros rayos de luz iluminaban parcialmente la ciudad, Flor, Hugo y Dimitri se movieron con precisión quirúrgica hacia sus posiciones. La tensión era palpable; cada sonido podía significar muerte, cada sombra, una emboscada.
Flor llegó al punto designado en el sur, observando cómo los convoyes de Enzo avanzaban confiados, sin sospechar la trampa que los esperaba. Su respiración se mantenía controlada, y su corazón, aunque latiendo con fuerza, estaba completamente enfocado.
—Recuerden las señales —susurró—. Una vez que comience, no hay vuelta atrás.
Dimitri asintió, mientras sus dedos tocaban la pantalla del dispositivo, asegurando que todo estuviera sincronizado.
—Todo listo —dijo—. Solo falta que den la señal.
Hugo apareció a través de los callejones cercanos, revisando rápidamente su arma y equipo. Su mirada se cruzó con la de Flor, y por un instante, el mundo externo desapareció: solo existían ellos, la misión y la necesidad de sobrevivir.
—Esto termina hoy —murmuró Hugo—. Nadie más debe sufrir por Enzo.
Flor apretó la mandíbula y asintió, lista para ejecutar cada paso del plan.
El ataque comenzó con precisión: explosiones calculadas, disparos controlados, emboscadas estratégicas. La confusión se apoderó de los convoyes de Enzo, quienes no podían reaccionar a la velocidad de Flor, Hugo y Dimitri. Cada maniobra estaba diseñada para desestabilizar al enemigo sin arriesgar vidas innecesarias.
Sin embargo, en medio del caos, apareció María, en un punto inesperado, con un arma apuntando a los aliados de Flor. Su presencia desató un shock inmediato.
—¡María! —gritó Flor, incrédula—. ¿Qué haces?
—Hice lo que tenía que hacer —respondió María, con la voz firme y fría—. Nadie me obliga, Flor. Esto es supervivencia.
El enfrentamiento fue inevitable. Flor trató de razonar, mientras el ruido de disparos y explosiones los rodeaba.
—¡Detente! —exclamó Flor—. No tienes que hacer esto.
María no bajó el arma. Su mirada era un espejo de conflicto, de miedo, de dolor, pero también de determinación.
—No puedo arriesgarme a perder —susurró—. Lo entiendes, ¿verdad? Lo haría por cualquiera que ame.
Hugo se interpuso, intentando evitar que la situación escalara más allá de lo controlable.
—María, recuerda quién eres —dijo con voz firme—. No dejes que Enzo te convierta en algo que no eres.
Pero la guerra ya había comenzado a traspasar la línea de la traición. María disparó, no para matar, sino para desestabilizar a los hombres de Enzo y abrir un paso para Flor. El caos creció, y las balas silbaron en el aire, mezclándose con gritos y explosiones.
Flor, con el corazón latiendo a mil por hora, corrió hacia el punto estratégico, guiada por la coordinación con Hugo y Dimitri. Cada segundo era crucial; cada movimiento podía significar la diferencia entre la vida y la muerte.
—¡Ahora! —gritó Hugo, dando la señal para el segundo ataque.
La emboscada final se ejecutó con precisión. Los convoyes de Enzo quedaron atrapados entre dos frentes, incapaces de reaccionar. La confusión total permitió que Flor y su equipo tomaran control de la situación.
María, a un lado, miraba cómo la estrategia se desplegaba ante ella. Su corazón estaba dividido: quería ayudar, pero también proteger su propia vida. Sin embargo, al ver a Flor arriesgándose por todos, comprendió que su lealtad verdadera debía ser hacia alguien que confiara plenamente.
Enzo, desde su torre, presenció cómo su poder comenzaba a desmoronarse. Cada movimiento que había calculado fallaba, y la furia lo consumía.
—¡Esto no puede estar pasando! —gritó, golpeando la consola—. ¡No pueden ganarme!
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es un libro diferente espero te guste, es un libro que te atrapa al deseo, es un libro de mafia
Editado: 30.08.2025