El escenario le parecía inmenso cada vez que lo pisaba. Aún así, con todo lo imponente que le resultaba el suelo de madera y la cúpula que se erguía sobre ella, Neri se sentía abrigada por la enormidad de un gigante. A falta de calidez en el original, ése era su hogar. Y como era su verdadera casa, se negaba a abandonarlo aún en medio de los sombríos pronósticos y las imágenes de desesperación que inundaba las noticias.
Sus brazos dibujaban con delicadeza formas invisibles, mientras sus piernas delineaban líneas rectas en el aire, empujándola alto en el aire y sosteniéndola con gracia cuando aterrizaba en el suelo. Unos pasos la alertaron de una segunda presencia. Un hombre subió al escenario y se mantuvo ahí, observándola. Neri no detuvo su danza. Era su manera de honrar aquel lugar que la hubiera convertido en la futura promesa nacional de la danza; "hubiera" era la palabra correcta, porque todos sabían que cuando el desastre pasara, lo que seguía era el mero acto de recoger las cenizas de lo que alguna vez fuera el imperio del hombre.
-Neri, Neri, ¡Neri!- Matías levantó la voz hasta que pudo lograr que Neri detuviera su danza-. Es hora de irse.
-Solo unos minutos más Matías- replicó Neri mientras realizaba una pirouette.
-El ejército viene a tomar el Centro- dijo Matías-. Van a utilizarlo como base para repartir el agua.
-¿El ejército?- Neri se detuvo de improviso- ¿tan mal están las cosas?
Matías la observó con extrañeza.
-¿Acaso no has visto las noticias Neri? No hay agua en toda la región- dijo Matías con estupor-. No ha llovido en meses. No hay agua en las tuberías, se acabó en los supermercados ¿No te dijo nada tu padre? De seguro debe estar sufriendo por sus cultivos ¡Y tú aquí bailando Neri! ¡¿por lo menos fuiste a las oficinas centrales a recoger tu tarjeta de racionamiento?!
Neri bajó la mirada, sintiendo arder sus mejillas. Se sentía como una tonta, dando vueltas mientras los demás se preparaban para lo inminente. Deseó por un segundo ser otra persona, una más racional, más anclada al planeta tierra. Una más capaz de sobrevivir en un mundo con dientes.
-Mira, disculpa, no quise gritarte- Matías se frotó el rostro-. Es que no he dormido en días. No sé qué voy a hacer. El ballet va a cerrar, el restaurante de Silvia también. No sabemos cómo vamos a mantener a los niños, si vamos a tener que pasar horas haciendo fila para que nos rellenen un estúpido bidón de agua. Y no puedo dejar que Silvia vaya sola. Están comenzando a asaltar a la gente para quitarles su agua. Este es el fin Neri. Quizá no para todos, pero es el fin para nosotros.
-¿"Nosotros"?- inquirió Neri.
-Nosotros los que danzamos- contestó Matías.
Matías se dio la media vuelta y apagó las luces. El vértigo recorrió a Neri. Con la oscuridad vino la sensación de saberse dando un salto, sin saber cómo aterrizaría.
Neri se despidió de la rentera con un abrazo, se subió al taxi con las maletas y fijó los ojos en los detalles bellos que le quedaban a la ciudad: sus edificios altos, sus arcos con detalladas curvaturas y sus magníficas plazas donde los domingos era días para expresar el arte con todos sus colores.
Aún así sus ojos no pudieron evitar mirar los últimos estertores que daba la ciudad antes de caer en la oscuridad absoluta: los rostros cansados de sus habitantes, los gestos agresivos en la fila para obtener agua y el verdor de la naturaleza reduciéndose hasta dejar la ciudad vestida de un tono amarillento. Esa seguía siendo su ciudad, solo que moría.
-Va un poco lejos ¿tiene conocidos allá?- preguntó el taxista.
-Mi familia me espera- respondió Neri sin despegar los ojos de la ventana.
-Ah ¿vacaciones?
-Una estadía.
El taxi se detuvo. El carril de un lado no tenía autos, pero estaba resguardado por policía que impedían el paso. Delante de ellos filas de autos ahogaban las calles y enmudecían el canto de las aves con el sonido del claxon y los gritos. El taxista bajó unos segundos, oteó el horizonte y volvió a su asiento.
-Tienen cerrados varios carriles, vamos a tardar un par de horas, para que le avise a su familia y no estén preocupados.
-Claro- respondió Neri mientras fingía escribir en su celular.
-La deben de estar esperando con mucha emoción- añadió el taxista.
-Me están esperando- dijo Neri bajando la mirada-. Solo eso.
Un golpe seco en su ventana la arrancó de sus pocos pensamientos. Al vuelco inicial de su corazón se sumó la angustia, palpitándole por todos los músculos, al mirar lo que estaba del otro lado de la ventana: un enorme rostro verde con corona amarilla, dos colmillos gruesos bajando desde los labios hasta la quijada, y en lugar de ojos, dos huecos oscuros.
A pesar del terror que le ocasionaba, Neri no pudo sino bajar la ventana, atraída y repelida en partes iguales por aquellos dos huecos oscuros que la miraba fijamente. Sacó la cabeza por la ventana, y se aproximó hacia los ojos, donde creyó ver la ondulación rítmica e hipnótica de un cuerpo casi transparente, coronada con franjas blancas que se doblaban y desdoblaban con precisión, tal como las piernas de un ejército de bailarinas. Sintió una brisa fresca acariciando sus poros, y su consciencia se perdió en la danza repetitiva que ofrecían esos ojos. El bullicio se calló de pronto, y pudo escuchar una única voz que le penetraba el cuerpo con sus vibraciones, y cuya tesitura, tan grave, tan poco humana, repetía una única cosa:
"Neri, Neri, Neri".
Neri tuvo que sentarse de golpe cuando el policía intervino y derribó al hombre al otro lado de la ventana. Aquel rostro misterioso, que no era más que una una máscara, cayó al suelo y se dobló en el inmisericorde pavimento, lo cual sumó una confusión más a todo el episodio, ya que Neri hubiera jurado que estaba hecha de un material más duro que simple papel.
El hombre se levantó, y con claros signos de aturdimiento, se retiró caminando, tiró la máscara a la basura, y se alejó hasta perderse en el mar de autos.