Dos días después de haber llegado, mientras cenaban, la madre de Neri, Mirna, dijo:
-Estamos muy contentos de que estés aquí- y de inmediato continuó cortando su comida.
José, el padre de Neri, un hombre alto y robusto de gesto serio asintió levemente.
-Gracias mamá. Muchas gracias por haberme recibido- respondió Neri.
El repiqueteo de los cubiertos se vio interrumpido de nuevo con un carraspeo de la madre de Neri:
-Hija, los camiones con agua van a estar viniendo una vez al día al pueblo- dijo sin quitar la vista del plato-. Tu padre va a estar muy ocupado con los trabajadores de los campos, entonces tendremos que ir tú y yo solas.
-De acuerdo, mamá.
-Hay que levantarse temprano hija.
-Siempre lo hago.
-Perfecto.
-Lo aprendí en la compañía de ballet.
Mirna tensó las manos sobre la mesa por un momento. José la miró mientras apretaba los labios, pero ninguno de los dos se atrevió a contradecirla.
-Papá ¿cómo te fue con la cosecha?
José bajó el rostro y negó con la cabeza.
-No hay agua Neri- dijo Mirna mientras cortaba los vegetales con firmeza- ¿cómo crees que le fue?
Neri asintió y siguió comiendo.
-Hablé con Lupita hoy- siguió hablando Mirna-, y dice que una vez que pasemos esta situación, que algún día va a tener que pasar, es posible que te revaliden los estudios y puedas continuar con tu carrera Neri.
-¿Con mi qué…?
Mirna la miró a los ojos y repitió:
-Con tu carrera Neri. La que tenías antes de haberte ido de aquí.
-Pero yo no quiero reanudarla. Por algo la dejé.
-¿Por qué?
-Pues por que la odiaba mamá, por eso mismo.
-¿Y de qué vas a vivir, Neri?-Mirna alzó la voz-. El agua cada día es más cara, necesitas una habilidad que la gente necesite ¿cómo vas a pagar por litros de agua?
-Con arte.
Mirna y José intercambiaron miradas, uno resignado, la otra aún con energía para asestar un último golpe. José permaneció callado, pero Mirna agregó:
-¿Y de qué sirve eso en un desastre?
Por más que intentó responder, Neri no pudo enlazar un argumento lógico. Sin deseos de ahondar en su derrota, Mirna se aprestó a tomar un pequeño sorbo de agua.
A medida que el tiempo pasaba, la realidad se volvía una tarea impostergable: había que adecuarse a tomar poca agua, menos de la necesaria, a cocinar con restricciones, a asearse casi nada y a soportar todas las consecuencias que venían de esto.
En la plaza, a donde llegaba el taque de agua, era cada vez más común ver peleas en la fila y arrebatos desesperados entre aquellos que descubrían que su balde tenía fugas o meramente se los habían robado.
Aumentaban los retrasos del tanque mientras disminuía la paciencia de los habitantes, y en medio de las cada vez más frecuentes trifulcas, Neri comenzó a preguntarse si la danza, y las piruetas y la pasión que desdoblaba cada noche sobre su cuerpo alguna vez habían servido de algo.
El arte no era más que un nombre condescendiente para las pérdidas de tiempo.
Una mañana, después de que se anunciara que el tanque no iba a llegar, Neri se decidió a dar una vuelta por el pueblo.
Al dar una vuelta en una esquina se encontró con una casa que jamás había visto, decorada con serpientes y guerreros con penachos. La puerta estaba abierta de par en par, y al entrar, se topó con un jardín din vida rodeado por estatuas de piedra que miraban a los cuatro puntos cardinales.
-Bienvenida- una voz la sacó de cavilaciones.
-Lo siento, lo siento- respondió Neri-. La puerta estaba abierta.
A su lado llegó una mujer, vestida con sobriedad y el cabello cano atado en una trenza.
-Por supuesto. Está abierta a todo el pueblo-respondió la mujer con voz tranquila-. Es un museo.
-¿Un museo?¿aquí?-Neri abrió los ojos con sorpresa.
-¿Por qué no? El arte surge de donde se le necesita.
Neri recorrió el lugar con la mirada, deteniéndose en los detalles pintados a mano de las esquinas, simbología de tiempos prehispánicos surgiendo de las paredes con líneas casi rectas cuyos defectos confesaban la manufactura de una mano aficionada. Neri bajó la mirada y agitó el rostro de lado a lado.
-Siento mucho que este problema del agua haya surgido. Debe haber sido muy decepcionante haber invertido tanto tiempo, para quedar atrapada en la sequía.
-¿Crees que yo no planeé esto?-preguntó la mujer, sorprendida-. Yo sabía lo que se avecinaba. Por eso levanté este lugar.
-¿Y para qué?
-“¿Para qué?”-repitió la mujer, enfatizando cada palabra-, porque la gente lo necesita ahora más que nunca. Cuando las circunstancias son adversas, se necesita la belleza para superar la realidad, y para superarla cuerdo.
Neri estaba a punto de contradecirla, sus ideas ya bien entretejidas con las de su madre, cuando una de las estatuas llamó poderosamente su atención.
-¿Esto qué es?- Neri se desplazó rápidamente al lado de un rostro cuyas formas rectas le resultaban familiar.
-Es Tláloc, dios de la lluvia.
Neri lo observó detenidamente. Era una réplica exacta de la máscara que la había asustado en su camino al pueblo, y una vez más, ejercía una atracción poderosa sobre ella.
-¿A qué te dedicas?-preguntó la mujer del museo.
-Era una bailarina- contestó Neri sin quitarle los ojos de encima a la estatua-, pero por la sequía lo tuve que dejar.
-¿Eras buena?
-Era la mejor- dijo casi con desinterés en la charla, concentrada en la belleza de la estatua.
-Entonces deberías de danzarle a Tláloc. Él recibe los bailes de buena gana.