Había descubierto que cuando eres engañada, tienes la necesidad de hablar con esa persona y preguntarle todo acerca de su engaño. ¿Qué hablaban? ¿Qué compartían? ¿Qué hacían? ¿Cómo se hablaban? ¿Realmente se querían? ¿Qué pensaban sobre ti cuando estaban juntos? Y otras preguntas que en vez de saciar tu sed de respuestas, te atormentaban y te hundían más. Como un auto-masoquismo.
Eso quería hacer yo, ir y seguir escuchando todo el veneno que a Britany le faltaba por decir. Pero Nick me lo impedía.
Nos alejamos de ellos en todas las clases y hasta en el recreo, ni siquiera cruzábamos miradas. Nick se convirtió en mi sombra y no me dejaba sola para nada, excepto para ir al baño. Aprendimos a llevarnos mejor y nos animábamos mutuamente. A nuestros demás amigos les parecía extraño no vernos junto a Anthony y Britany, pero no nos preguntaban directamente. Seguro ya lo sabían, porque los chismes no se hacen esperar.
El martes se me hizo eterno. El miércoles voló como una gaviota, y el sábado y domingo se sintió más pesado que nunca.
El lunes de nuevo retornaba y con él las clases de Historia, en el salón al que menos quería entrar. Porque me haría recordar lo que deseaba olvidar y estaba más que guardado en mi memoria.
Ese infernal beso...
Además, Missi me había llenado de tareas, faltaban solo dos semanas para mi examen. Y ahora más que nunca quería aprobar ese curso.
— ¿Irás a la biblioteca de nuevo? —me preguntó Nick a través del móvil.
— Sí, mis tutorías son todos los lunes, miércoles y viernes. ¿Cuántas veces te lo voy a repetir? —canturreé con molestia.
— ¿Puedo ir? —preguntó.
— No, es mejor que no vayas. Missi es muy estricta. Te consideraría una potencial distracción —le respondí tratando de volver divertidas mis palabras.
— Buuu...Bueno —y colgó sin esperar mi despedida.
Tenía una hora para arreglarme e ir a la biblioteca. Dejé mi celular sobre mi cama y me levanté para comenzar a acicalarme. Me paré frente a mi espejo en el que se reflejaba todo mi cuerpo. Me observé.
Poco a poco las ojeras de mi rostro estaban desapareciendo y mi pálida piel ya parecía tener más color. Había descuidado un poco mi cabello. Antes siempre utilizaba cremas para que la tonalidad castaña de mi cabellera se volviera más rubia. Lo cual era imposible, pero me conformaba con un poquito más de claridad en él. Sonreí nuevamente, como antes siempre lo hacía, al pensar en la yo de hace siete días.
Siete días calendarios, pero para mi corazón fueron como un siglo.
Ya debía ponerle punto final a esto. ¿Qué ganaba con llorar? Absolutamente nada. ¿Qué ganaba con esconderme y evitar pasar por el lado de esas dos personas? Nada tampoco. Entonces... ¿Por qué aún revisaba las redes sociales de Anthony?
Estúpida, era una estúpida. Por eso me duché con agua fría.
Salí de la ducha y me vestí simplemente con un vestido holgado de color azul, pero que resaltaba mi cintura y mi pecho. Preferí prescindir de la secadora; esa vez como Chase se había llevado el auto, iría caminando hasta la preparatoria y aprovecharía la brisa para que mi largo cabello se secara naturalmente.
Pero al llegar allí, mi cabellera estaba hecha un esponjoso desastre. ¡Rayos! ¡Odio mi cabello!
Me lo amarré en una coleta, dejando así mi cuello despejado y más fresco. El collar dorado con el dije de los pétalos de una flor, ahora era visible en mi cuello. Ese fue un regalo de mi padre, Chase y Jonathan también tienen uno, solo que sus dijes son de otro modelo.
Extrañamente la preparatoria estaba muy animada, poco normal en un lunes por la tarde. Al parecer el reinicio de los clubes deportivos era oficial.
Observé a los chicos de basquetbol ingresar apresurados, los reconocí por su uniforme, Tony usaba uno igual.
Tony...
¡No debo volver a pensar en él! Además, seguramente él vendría a entrenar, debía apresurarme en ir a la biblioteca.
Missi me recibió con una gran sonrisa. No es típico de ella. ¿Acaso recibió una buena noticia? Conociéndola seguramente eso tiene que ver con temas académicos.
— ¿Terminaste todos los ejercicios? —Me preguntó haciendo un espacio al lado de ella.
— ¡Pues claro! —Respondí con alegría porque sí lo había hecho, y más importante lo había entendido.
Le entregué las hojas resueltas y Missi me corrigió una que otra cosilla. Luego pasamos a las explicaciones de los temas. No tuve el coraje de preguntarle acerca de su notable buen humor. Hemos avanzado mucho en nuestra amistad, pero no lo suficiente para contarnos cosas personales. Ni siquiera he hablado con ella de mi rompimiento con Tony (aunque probablemente ya lo sepa). Todos ya lo sabían.
— ¿Jess? ¿Entendiste? —La voz de Missi me sacó de mi pequeño trance. ¡Rayos! Otra vez estaba pensando en Tony, más bien en el día en que me regalo mi cartuchera de "Hello, Kitty". Aún no la desechada y en ese momento la tenía allí, sobre la mesa, frente a mis ojos.