Jessica
Al día siguiente, Milton recogió a su hermana como lo prometió, disponía de poco tiempo ya que debía ir con ella al restaurante en donde su madre laboraba. No tuve ningún inconveniente con ello, él me abrazó fuertemente como si recargase sus baterías, no me besó porque el entrometido Chaser y el chismoso Jonathan estaban observándome todo el tiempo.
Hoy era un día caluroso y brillante, perfecto para ir e intervenir en los asuntos ajenos.
Ayudé a mamá con el almuerzo y luego tomé el auto para ir al departamento de Milton. Me fui lo más presentable que pude: con una lúgubre falda y una camisa blanca. Quería parecer lo más posible a una chica educada en el mejor convento y así adecuarme a las expectativas que un hombre, como lo describió Nick, podría tener.
Y Nick no se había equivocado. El hombre que me recibió en la puerta tenía una mirada gélida, alzada, derrochaba superioridad, seguro sabía que sus ojos eran hermosamente azules y dignos de ser admirados. Sus facciones se parecían a las de Milton, era su padre después de todo.
Me miró de pies a cabeza y preguntó cortésmente mi nombre, no sin descuidar su flemática expresión.
— Soy Jessica Ginner —respondí.
— Qué curioso apellido —masculló suavemente. Arqueó las cejas como si esperase que le dijera mi motivo de mi visita.
— Lo sé —forcé una sonrisa—, a menudo me lo dicen. ¿Señor, me permitiría hablar con usted unos minutos?
El señor Hamilton hizo un forzado ademán de dejarme entrar como algún mayordomo lo haría, cerró la puerta y me dirigí a la sala, me senté en el sillón e inspeccioné si Lucius estaba por allí. Pero para mí fortuna no estuvo y no le pregunté a su padrastro su paradero.
— ¿Qué le trae por aquí, Señorita Ginner? Lo único que puedo inferir es que es amiga de mis hijos, ¿No es así?
— Correcto, señor —afirmé y bien era ahora o nunca—. Y además de ser la amiga de uno de ellos, soy su novia.
— ¡Oh! —Exclamó ligeramente sorprendido aunque la noticia no parecía importarle demasiado— Ya veo el interés por venir y hablar conmigo. Supongo que ya está enterada del porqué de mi presencia en esta casa.
— Sí, señor. Lo estoy. Y no pude evitar venir y decirle que me opongo a ello.
El señor Hamilton, torció una sonrisa socarrona.
¡Rayos, se parecía tanto a su hijo!
— Lamento informarle que eso no me importa en lo más mínimo. Yo soy el padre de eso dos y quiero lo mejor para ellos. En nuestra sociedad los mejores partidos ya se están acabando, si no los apuro, ellos tendrán problemas en su futuro y eso es lo que menos quiero.
— ¿Futuro? —reclamé, pero con serenidad— ¿Casándolos con una mujer influyente y adinerada asegurará el futuro de sus hijos? —Pregunté— ¿Acaso usted no cree que ellos podrían forjarlo solos y sin ayuda de una pared de oro detrás suyos?
El señor Hamilton al parecer había tomado como impertinentes e indignantes mis palabras porque cambió profundamente su expresión.
— Ellos heredarán el título de Duques y es su obligación seguir esa línea pura de noble historia.
¿Esas cosas aún existían en el mundo? ¿Duques? ¿Títulos? ¿Líneas puras de sangre? Me sonaba a obras de teatro en las cuales a Nelson le encantaría participar.
Intentando no criticar las nobles costumbres y tradiciones de las cuales él podía ser fiel, respondí:
— Usted asegura que es su padre y ha dicho que quiere lo mejor para ellos. Pues dígame ¿Qué cosa puede ser mejor que esforzarse en ayudarlos a que ellos logren ser felices y no veo que lo están siendo al ser obligados a hacer algo que ellos no quieren?
— Señorita Ginner, veo el esfuerzo que usted está haciendo por mantener un nivel de diálogo a mi altura, pero usted me cuestiona como lo qué es, una niña, una adolescente que seguramente aún depende de sus padres. Que le están brindando una educación de acuerdo a lo que son capaces, no los juzgo —fruncí el ceño ante esas palabras, papá Hamilton comenzaba a ser agresivo, eso era signo de un cosa: se sentía acorralado o solo quería humillarme para que yo sepa "mi lugar"—. No obstante a lo que me dijo, Alexander y Lucius, desde pequeños estaban preparados para esto. Su educación giraba en torno a aspirar más a lo que los otros pueden aspirar y por ello es mi deber guiarlos por ese camino. No debo dejarlos que tengan distracciones —me miró fijamente como acusándome—. Fue un error dejarlos venir aquí. Por eso vengo a enmendarlo.
— Aunque ellos se nieguen, señor, ¿usted los obligaría a irse? —pregunté siempre conteniendo y mostrando unos buenos modales, los cuales no poseía, por supuesto.
— A eso he venido —contestó cortante y con satisfacción. Como si él fuese el hombre más poderoso de la tierra.