Giana Hartley Arroyave.
Las alarmas en mi interior se encienden al ver a Stefan, recargado en la cajuela de su auto con su ya típica apariencia de niño rico. Es increíble que a pesar de ser unos cuántos años mayor que yo, él sea tan frío, voluble y engreído. Tan Stefan.
Pienso en huir mientras no me mira pero, mis planes se ven arruinados cuando levanta la mirada de su celular e inmediatamente se encuentra con mis ojos. Sus cejas fruncidas se componen al verme y las comisuras de sus labios se levantan en una sonrisa torcida que ciertamente es ridícula y falsa.
Inevitablemente mis pies se mueven hacia él pero mi tonta subconsciente quiere correr al lado contrario. Recojo mi cabello en una coleta recordando que odia mi cabello suelto y después también bajo las mangas de mi sudadera guinda. No estoy acostumbrada a esto porque Stefan jamás se había presentado en alguna escuela para recogerme. Ni siquiera para venir a saber mis calificaciones.
— Hola Giana. — Mi hermano guarda su celular en la bolsa interior de su saco centrando la mayor parte de su atención en mi. — Te invito a comer y luego yo mismo te llevo a casa y te ayudo a preparar la cena para papá ¿está bien? — Trago en seco.
¿Como le digo que ya estoy harta de esto? Harta de fingir que él no me ha herido.
— Lo siento. Tengo planes. — Eso parece sorprenderlo.
La verdad no miento, tengo planes y entre ellos no estaba ni él, ni mucho menos hacer una cena para papá como todos los días.
— Um, no creo llegar a casa temprano así que alguien más tendrá que hacer la cena para papá. No me importa recibir otra paliza, estoy acostumbrada a ello. — Aclaro mi garganta fingiendo que no temo por lo que venga.
Es mi hermano pero eso no quita que me ha hecho daño y que cada recuerdo duele como si hubiese sido ayer.
— Giana. — El tono de su voz suena demasiado paciente. — ¿Los conoces? — De pronto frunce el ceño hacia mi espalda. — No dejan de mirarnos. — Giro sobre mis talones para poder mirar a donde él también mira.
— Si. — Digo al reconocerlos. — La chica solía ser mi amiga...
— ¿Solía? — Me interrumpe. — ¿Porque?
— Porque yo no soy igual que ella. Somos distintas. — Miento de inmediato. — El rubio es su hermano y el resto los amigos de ambos. — Me vuelvo hacia Stefan.
— Bien. — Vuelve su mirada a mi. — ¿Me permites hacerte compañía? — Niego de inmediato con la cabeza. — Tal vez un regalo te haga cambiar de opinión. — Ruedo los ojos mientras lo veo encaminarse hacia la puerta del piloto.
Solamente a él se le ocurriría comprarme con regalos. No lo dudo. Lo veo sacar una pequeña caja de cartón y regresar a plantarse delante de mi. De mala gana lo acepto y lo abro a paso lento.
— ¿En serio Stefan? — Cuestiono al ver el interior. — ¿Un celular? ¿Que pasa contigo? — Pregunto enfadada.
— ¿Que tiene? — Me sonríe incrédulo. — ¿Tienes celular? No, ¿verdad? Quiero que lo uses. Ya tiene todo instalado para que no se te dificulte usarlo.
— ¡¿Crees que soy idiota Stefan?! — Lanzo la caja con el celular al suelo. — Hace dos años no uso un celular pero, si sé usarlos. ¡Aún recuerdo como se hace! No necesito que me compres nada con mi propia herencia, o espera, ¿acaso quieres limpiar tus culpas con regalos tontos?
— ¡Basta ya, Giana! — Me reprende y confieso que tiemblo de miedo. — Al menos acepta los lentes. — Me tiende mis lentes ya reparados y son lo único que acepto.
— No te confundas Stefan. Los acepto porque los necesito pero no quiere decir que con eso se me va a olvidar lo que me has hecho. — Comienzo a caminar lejos de él para poder alejarme cuánto más pueda.
— ¡Denunciame entonces, Giana! — Me detengo de golpe al escucharlo. — ¡Denunciame y acaba con tu sufrimiento! — Sus palabras se sienten como grandes golpes hacia mi estómago dejándome sin aliento.
Cierro los ojos y me imagino denunciando a Stefan e inmediatamente me pongo a llorar porque sé que no puedo hacerlo. Para mi, mi familia es importante y es algo que va primero a pesar de todo y de tanto. No podría denunciarlos y ellos lo saben por eso siempre me torturan con ello. Hacen de mi, una muñeca de trapo que pueden mover a su antojo.
Mis pies continúan su camino hacia la salida del edificio pero, una frase que mamá solía repetir me obliga a detenerme de nuevo.
«"Nunca sabrás cuando volverás a ver a una persona así que es mejor de asegurarte que él o ella sepa lo que sientes. También despídete como si fuera la última vez que vas a hacerlo."»
Mis pies giran y abrupta-mente comienzan a correr hacia el estacionamiento del colegio en donde estaba mi hermano. Si soy sincera, con cada pisada que doy, pareciera que el camino se hace más largo y pesado.