La mujer despertó de golpe, asustada y temblorosa, y la luz desde el exterior llegó como una oleada de brillantez a sus ojos, cegándola y quemando de forma suave. Paulatinamente fueron acostumbrándose a ella a medida que los abría.
Se encontraba sentada sobre una silla en medio de una habitación inhabitada, con su respiración agitada y sus pupilas dilatadas por la sorpresa. El suelo era de madera rojiza, en un mosaico perfectamente recreado por medio de tablas rectangulares. Las paredes estaban tapizadas con tela lisa color rojo intenso, aún más oscuro que el piso, y más opaco. El cielo estaba pintado de un tono similar a las paredes: rojo como la sangre.
Su nerviosa mirada recorría la habitación. Los marcos de las dos ventanas ubicadas en una de sus paredes eran gruesos, y los barrotes al otro lado de la ventana daban a entender que cualquier intento de escape de aquel lugar sería infructífero, al menos por esa vía. Las cortinas eran de un terciopelo también rojizo, y estaban enganchadas a cada costado mediante borlas de tejido del mismo color, que hacían juego con el resto del cuarto.
En el techo, en la parte central de la habitación a unos cinco metros de altura, colgaba una hermosa lámpara, con su cuerpo de bronce y detalles de cristal, anclada a la estructura superior, y caía casi dos metros hasta su parte inferior en donde tenía cinco brazos, todos ellos con gruesas velas blancas. Estaban apagadas.
En la pared frente a ella, se encontraba una única puerta, con marcos similares a las ventanas, pero era completamente negra. No tenía pomo, ni cerradura, ni pestillos. De un diseño muy minimalista, pues su forma era un perfecto rectángulo, a excepción de una aldaba de bronce en su parte central, y una pequeña placa metálica sobre esta, con las inscripciones “Golpee suavemente”.
Su último recuerdo fue estar caminando por el callejón trasero de su apartamento a eso de las ocho de la tarde, después de una ardua jornada de trabajo. Derepente, escuchó un fuerte zumbido que llegó como un rayo a sus oídos, y las luces del lugar se apagaron, una a una. Primero las que estaban más alejadas, en la avenida principal, luego las que estaban situadas a media distancia, y por último aquellas a su alrededor, en las cercanías. Todas y cada una de las fuentes de luz se iban apagando (postes de luminarias, luces de las ventanas en los apartamentos a ambos lados del callejón, las luces de los pocos vehículos que transitaban, incluso la luz de la luna llena y las estrellas iban menguando su luminosidad), como un manto que fuera cubriéndola, hasta quedar sólo el foco del poste que se encontraba a su lado, proyectando una luz circular alrededor de ella. Después de un par de segundos, también se apagó.
Eso es todo.
Al despertar, allí estaba, en aquella habitación, preguntándose qué demonios había sucedido.
Estaba asustada, pero también con demasiada intriga. La puerta negra le llamaba mucho la atención. No era la primera vez que le ocurría algo así, aunque las veces anteriores era mientras dormía.
El persistente sueño era siempre el mismo: estaba en la habitación, despertaba sentada en la silla, la arquitectura y diseño eran similares, aunque no podía asegurar si eran iguales. Las ventanas estaban en la misma posición. Y la puerta, aquel rectángulo negro, ese terrorífico objeto que desencajaba por completo en la habitación por su textura y color, siempre estaba allí. Y era eso lo que le causaba tanto temor, porque aquel elemento no encajaba con el resto del cuarto, era algo extraño, desconocido y perturbador. En sus sueños ella se levantaba de la silla, caminaba lentamente hacia la puerta, y al acercarse a una distancia prudente, dirigía su mano y hacía golpear la aldaba. Inmediatamente se abría con una ráfaga brutal y la arrastraba al interior. Algo la tiraba con vehemencia, con una fuerza sobrenatural que jalaba de ella mientras la puerta se cerraba con un golpe seco y potente a sus espaldas. Ese sonido era el encargado de despertarla todas las noches. Su sueño acababa.
Esa oscuridad dentro de la habitación, aquel tétrico rectángulo le causaba horror, pánico, pero una curiosidad que jamás en su vida había sentido. Debía hacer un gran esfuerzo por dejar de mirarla, pues su exquisita forma, su perfecta negrura, sin reflejo, sin vida, algo tan desencajado como abstracto la atraía hacia ella.
Miraba con deseo aquel elemento de bronce, en el centro de la puerta, quería golpear, y saber si era posible haber soñado toda su vida con algo que ahora se presentaba delante de sus ojos, poniéndola a prueba, incitándola incansablemente a realizar aquello que la libraría de la duda eterna en su mente, pues sabía que esta vez no había forma de despertar y podría ver aquello que la arrastra en sus visiones.
Se levantó con dificultad, pues sus piernas estaban tensas. La hizo pensar en cuánto tiempo llevaba sentada en aquella silla, y si alguna vez hubiera podido permanecer dormida posada en esa diminuta superficie sin despertar con el impacto de su cuerpo sobre el suelo.
Al pararse, dio vuelta en su propio eje, visualizando la habitación desde su nueva perspectiva. El cuarto seguía siendo hermoso, diseñado a la perfección y con un colorido tan armonioso y sutil. Se acercó a las ventanas, y se percató que definitivamente no podría salir de allí a través de ellas, así que descartó casi al instante la idea.
Los cristales de la lámpara reflejaban los rayos de sol en todas direcciones, pero en el horizonte descendía lentamente. Pronto se ocultaría bajo aquella línea infinita, y la habitación se quedaría a oscuras. En ninguno de sus sueños alguna vez fue de noche, así que desconocía qué sucedería si eso llegase a ocurrir. Al inspeccionar la habitación no encontró la forma de encender las velas de la lámpara, así que probablemente, si para ese entonces no se atrevía a abrir la puerta, quizás experimentaría en carne propia lo que la penumbra traería consigo.
Editado: 10.07.2021