Toc - Trastorno Obsesivo Compulsivo

Paso 5

Nino

La noche en que Manu respondió mi mensaje, marcó un antes y un después en nuestra relación de amistad, porque he de aclarar que no había nada más entre nosotros, y era muy difícil que otra cosa sucediera, considerando lo problemático que resultaba acercarse a él. Pero daba igual, pues solo tener la fortuna de intercambiar algunas palabras con Manu me hacía feliz. Además, aclaro que mi voluntad para insistir no estaba, en absoluto, dañada.

Así, poco a poco comencé a volverme una visita frecuente en casa de Tomás, en un intento por aprovechar al máximo esa pequeña ventana que se abría para mí. De forma paciente invertí mi gran cantidad de tiempo libre en cálidos almuerzos y amenas charlas a la hora del té, a tal punto, que incluso Claudia se sorprendía si de pronto faltaba una tarde sin avisar. Ella también lo disfrutaba, no solo porque existiera una mujer que pretendiera a su hijo mayor, sino porque llevaba años presa de la rutina. Por lo mismo, me esforcé en alegrar las tardes que pasábamos juntos, aunque en general mi sola presencia era suficiente para contrastar con su parsimonia característica, en especial mi risa algo –demasiado– escandalosa y mis vestimentas que tan extrañas se veían al lado de Manu o su madre. Por otro lado, no sabía en qué medida Tomás se sentía a gusto teniéndome ahí, pero sí estoy segura de que asimiló de buena forma el que mis ojos dejaran de buscarlo a él, pues incluso se preocupó de orientar la forma en que me acercaba a su hermano para que el resultado de mis visitas no lo desestabilizara.

Fue él quien me habló acerca de la crisis de Manu y sugirió que, ya que iba en serio, me lo tomara con más calma, pues consideraba que iba demasiado rápido teniendo en cuenta que Manu no entabla relación alguna con otras personas desde hacía ya muchos años. Yo, que por supuesto no quería volver a agobiarlo de esa manera, limité mis interacciones a saludos y despedidas, aunque con mucho cuidado –y poco disimulo– me dediqué a estudiarlo, por lo que en cosa de días me sentí capaz de describirlo por completo y con los ojos cerrados. Sin embargo, no solo aprendí a deleitarme con cada rasgo de su cuerpo, también descubrí que Manu no hablaba de su pasado, que confiaba a ciegas en Tomás, que se avergonzaba si me descubría observándolo y cuando eso ocurría, desaparecía de inmediato en su habitación.

Me especialicé entonces en mantener mi distancia y, como recompensa a mi gran esfuerzo, obtuve conversaciones cada vez más largas y menos escapadas. Fue en una de nuestras charlas en el estar, tras una de mis siempre asertivas preguntas, que la situación dio un giro que me hizo retroceder al punto de partida. En una de las paredes, un hermoso cuadro irradiaba la alegría de un pequeño niño junto a su madre y, al consultar si se trataba de alguno de ellos, el ambiente se volvió tenso oscuro. Manu, silencioso, se retiró. Esa era otra de las tantas cosas que aprendí de él: en su casa, muchos temas se trataban con delicadeza para protegerlo. Lo que no imaginé, es que una simple pintura podía generar una reacción de ese calibre.

—Somos Tomás y yo —dijo Claudia con una sonrisa melancólica en el rostro, y sus ojos casi se nublaron antes de continuar, con la voz quebrada y ensimismada en la belleza del cuadro—. Manu nos pintó cuando tenía 16 años.

—¡¿16 años?! —exclamé sorprendida—. ¡Pero si es una pintura muy hermosa! ¿Aún es capaz de pintar así? —pregunté al mismo tiempo que me levantaba de mi asiento para observarla mejor.

—No lo sabemos, aunque probablemente su don siga intacto. Lleva casi seis años sin hacerlo. A veces dibuja un poco, pero los últimos cuadros que hizo solo eran paños teñidos de negro. El color abandonó sus pinturas cuando sus crisis aumentaron. Al poco tiempo dejó de estudiar, suspendió su tratamiento y se deshizo de todos los cuadros que alegraban esta casa. Éste, fue el único que logré conservar.

Tomás se quedó en silencio mientras su madre con tristeza narraba aquella historia. ¿Qué había hecho que Manu acabará de esa forma? ¿Por qué sus hermosas pinturas acabaron en la basura o se transformaron en oscuras telas?

Me era difícil asociar la emoción de esa pintura con él, por lo que contemplé por largo rato el detalle de las pinceladas todavía presentes en el cuadro, haciendo un último esfuerzo por encontrar una parte de Manu ahí. Sin embargo, el silencio comenzó a reinar, y supuse que la hora de despedirme llegaba. Esa tarde subí sola a su habitación, golpeé con suavidad y mientras el abría, miré con rapidez dentro de su nido en busca de algo que conectara al Manu artista con aquel que parecía ausentarse del mundo, y la encontré. Allí estaban aún los rastros de aquella afición que en algún momento parecía haber disfrutado. Sobre un escritorio, justo bajo la ventana, descansaban un sinfín de lápices de colores en perfecto orden, listos para ser utilizados, al igual que una cuidadosa colección de pinturas, acuarelas, oleos y pinceles, todos organizados por tono y tipo, de forma armónica y preciosa.

¿Podía ser que el Manu artista estuviera esperando ser despertado?

—¿Pensé que ya no pintabas? —dije entonces, apuntando a su escritorio y creyendo que hacía mi mejor jugada. No para conquistarlo, sino que para empujarlo hacia el mundo real, hacia lo que él alguna vez amo.

—Ya no lo hago —respondió él, tranquilo y sonriente.

—¿Crees que vuelvas a hacerlo algún día?

—Tal vez —murmuró, me miró a los ojos y la ternura me invadió.

Manu parecía tan frágil y puro. No podía ser un hombre real.

Sonreí, y volví a pensar que hacia lo correcto.

—Si eso pasa, por favor hazme un retrato. Siempre he deseado tener uno —pedí.

Manu retrocedió unos pasos y su rostro tranquilo se desarmó frente a mí. Me había equivocado. Había traspasado de nuevo los límites y no quería imaginar lo que ello podría provocar en él. De verdad era estúpido pensar que nadie más intentó lo mismo antes. Me disculpé una y otra vez, y volví a casa tan rápido como pude. Sin intención de abrumarlo, cerca de la media noche, envié un mensaje para asegurarme de que estuviera tranquilo.




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