Manu
La tarde en que Nino decidió cruzar la línea que nos separaba, fue, debo reconocerlo, un fiasco. En un comienzo estaba bien, el momento era agradable y yo disfrutaba por completo la nueva sensación que me provocaba estar cerca de ella. Era increíble que mi voz temblara cada vez menos si deseaba hablarle, o que el solo mirarla me diera alegría. Íbamos bien, yo iba bien. Hasta que Nino mencionó la pintura que reposaba sobre la pared a un costado de mi madre.
Huir fue una respuesta intuitiva para mí, pues no deseaba ver la expresión de mamá al recordarlo, sabiendo lo difícil que le resultaba evocar esos días en que todo rastro de júbilo fue arrojado a la basura. Me levanté sin ser capaz de dar explicaciones y esperé con paciencia en mi habitación a que Nino golpeara como cada tarde, solo para decir adiós con su genuina sonrisa, y en efecto, no pasó mucho tiempo hasta que la oí subir. Me levanté de mi escritorio con el corazón acelerado, listo para acudir a sus tres golpecitos en la puerta, como si aquello hubiese sido la más íntima interacción de una pareja enamorada. Aunque claro, por supuesto que no contaba con su imprudencia. Abrí la puerta, le sonreí, me sonrió, se atrevió a mirar hacia mi cuarto y arrojó con tanta seguridad el "por favor hazme un retrato" que nos cambió para siempre, que pude confirmar que la loca era ella, no yo.
No respondí, asustado por lo atrevido que resultaba que una desconocida removiera con tanta facilidad mi pasado. Nino, por el contrario, notó de inmediato mi nerviosismo, supongo que tuvo miedo de provocar una nueva crisis por lo que apuró su despedida y desapareció. Por mi parte solo recuerdo que la vida transcurrió en cámara lenta mientras retrocedía hasta volver a la seguridad de mi escondite, a mi escritorio y a sus miles de bosquejos con Ninos por todas partes.
¿Y si era capaz de exteriorizar mi imagen preferida? ¿Y si la perfección de Nino podía salir de mi cabeza y plasmarse en una colorida tela?
Solo imaginarlo bastó para tomar mi decisión, porque estaba seguro de que no existía otra manera de agradecerle su mirada tranquilizadora. O tal vez la había, de seguro la había, pero no para mí. Yo solo sabía expresarme de una forma y, esa mujer que no combinaba en absoluto los colores que vestía, había abierto la puerta de mis emociones sin importarle siquiera el cómo pudiera afectar eso a mí estancada vida; me fascinaba. Por todo ello, y porque Nino era la única persona a mi alrededor que no giraba en torno a mi TOC. Gracias a ella volvía a ser un hombre. Tal vez uno más de entre los cientos que posiblemente conocía. Pero no importaba, pues a su lado, volvía a sentirme vivo.
Resolví entonces compartir mí preciada droga, cumpliendo la petición de la carismática mujer que se apoderaba de mis compulsiones para hacerlas desparecer, pero no iba a hacerlo fácil: ese sería mi primer retrato desde que abandoné el arte —y el a mí—, y tenía que ser especial. Me decidí a pintar a la Nino que mi cabeza recordaba, o idealizaba, daba igual. Mi intención era que ella lograra sentir lo mismo que yo cada vez que la miraba y, solo podría lograrlo si no la veía hasta que estuviera lista.
Esa misma noche comencé. El problema es que a medida que avanzaba, noté que me tomaría más tiempo del imaginado, considerando que llevaba años usando solo el negro y el gris en mis dibujos, y no, con ella no podía. Nino era toda rosa, verde, naranja, violeta... tanto, que perdí la cuenta de las telas desechadas antes de encontrar el dibujo perfecto y los colores exactos. Así mismo, durante todo el tiempo que tarde en pintarla, prohibí la entrada a mi habitación, por lo que nadie supo qué hacía allí dentro hasta que estuvo acabado. Fueron casi tres semanas de trabajo hasta poder dar con el resultado que deseaba. Tal vez habría podido tardar menos, pero Nino por alguna extraña razón comenzó a inquietarse, generando que ya mi ansiedad normal se disparara.
A dos semanas de su petición, ella me envió un extraño mensaje en donde suponía que la odiaba. Intenté explicarle, pero su visita al día siguiente me dejó con la sensación de que ni ella ni yo nos estábamos entendiendo. Esa tarde a través de mi puerta la escuché hablar cosas que no logré comprender del todo, puesto que jamás había dicho o insinuado que su maravillosa presencia me molestara. Solo para poder terminar mi labor la dejé ir, aun cuando deseaba verla, estar con ella y oírla reír. Sin embargo, era incapaz de romper mi propia promesa, por lo que, confiado en que probablemente solo necesitaría unos días para sorprenderla con la pintura, la observé alejarse a través de la ventana, aunque esa vez, Nino no volteó para observarme.
La tarde en que terminé de pintar, recurrí a la única persona que podía apoyarme para llevar el retrato donde su nueva dueña. Mamá entró y, antes de que pudiera decir cualquier cosa, comenzó a llorar, emocionada. Claro, era comprensible, pues hacía casi seis años que yo, su hijo mayor, no salía de casa en forma voluntaria. Fue difícil, pero el deseo de hacer feliz a Nino y de salir victorioso de ese desafío autoimpuesto me dio el valor necesario (y las toneladas de desinfectante que mamá vació en el auto).
Seguimos las indicaciones de Tomás al pie de la letra, y al llegar al edificio, una oleada de temblores me invadió. No sé cuánto tarde en salir del auto, pero lo hice. Con guantes y cargando el cuadro entré en la recepción donde no había conserje ni un ascensor en buen estado, lo que en el fondo era un alivio. Subí temblando de pies a cabeza por la escalera y con la precaución de no tocar nada en el camino. El departamento 52 estaba al final del pasillo, y por supuesto, sin nadie en él. Ella era tan sociable, tan alegre, que de seguro estaría fuera con sus amigos. Después de todo ¿qué joven, a excepción del espécimen que yo representaba, está en su casa un viernes por la tarde?
Una vez en la puerta de su departamento, respiré profundo a través del pañuelo que cubría mi nariz. Había pasado un largo tiempo sin ir a lugares que no conocía y, ese gran paso me hizo sentir capaz de cualquier cosa. Cualquiera, excepto llamar a Nino y avisarle de mi presencia.