Nino
No fue agradable volver a la universidad después de lo ocurrido con Manu. Casi no había dormido por la angustia de no saber nada sobre él. De hecho, si no hubiese tenido esa terrible semana de trabajos de seguro me habría quedado en casa, lamentándome por perder mi teléfono y no ser capaz de contactarme con Tomás para recibir noticias sobre su hermano. Sin embargo, no tenía alternativa. Recuerdo que estuve toda esa mañana construyendo ridículas maquetas en la facultad, sin apenas tomar un respiro y concentrada a fondo en que la réplica del London Bridge a base de spaghetti resistiera a mi profesor haciendo presión sobre él; cuando Andrés, uno de mis compañeros de sección, se asomó a la puerta.
—Nino, te están esperando en la cafetería —dijo él.
Lo primero que pensé fue que Tomás venía a buscarme para salir en busca de fiesta aún cuando recién era lunes, y aunque me moría de ganas de hablar con él para saber de Manu, me tomé el tiempo de asegurar el extremo final de mi hermoso y comestible puente. Pasados casi quince minutos salí de la sala, y solo ahí me llamó la atención que Tomás no hubiese pasado directamente, sobretodo porque él no se caracterizaba por ser un hombre cuidadoso. Jamás se me pasó por la mente que podría haberse tratado de Manu, hasta que de frente a mí me encontré su rostro pálido y ojeroso. Al verlo, atravesé corriendo el pequeño espacio que nos separaba, preocupada por la sorpresiva visita y el evidente estado de perturbación en el que se encontraba.
—¿Qué pasó Manu? ¿estás bien? ¿dónde está Claudia?
—Nino, hola, estoy bien, gracias, vine solo —respondió en forma mecánica, tal vez tratando de ocultar lo alterado que se veía y controlando al máximo el temblor de sus manos—.Tu teléfono, lo dejaste en mi taller —balbuceó a la par que extendía su mano con mi celular.
Con extremo cuidado lo recibí, para no tocar sus manos. ¿Solo estaba ahí para eso? ¿y él solo? ¿cómo había llegado?
—¿Quieres ir a mi casa? —pregunté, comprobando el nerviosismo en los ojos de Manu—. Allí te puedes cambiar de ropa con tranquilidad. Estoy a punto de terminar, dame unos minutos y estoy lista.
—¿Cuántos minutos? —inquirió él en tono serio y urgente.
—Diez —contesté.
—Diez —repitió él.
Le sonreí para transmitirle algo de paz y volteé de prisa para limpiar mi espacio de trabajo y salir de ahí cuanto antes. Todavía era incapaz de creer que Manu había atravesado la ciudad para entregarme el teléfono. ¿Qué tan extraño se podía llegar a comportar? ¿era eso de verdad un grado de demencia, o solo su actitud infantil producto de una familia que le impedía madurar?
Segura de que había tardado menos de diez minutos, caminé hasta volver a encontrarlo. Manu estaba de pie junto a la entrada de la facultad, ensimismado en su reloj.
—¿Cómo estás? —quise saber cuándo estuve a su lado ella. Él suspiró aliviado y me sonrió.
—Ocho minutos y treinta y dos segundos. Creo que estoy bien —respondió.
Había contado cada maldito segundo. ¡Cuánta ternura me inspiraba ese hombre!
Casi sin hablar comenzamos a andar hasta mi departamento. No pregunté muchas cosas, pues él se veía demasiado estresado y no sabía cómo calmarlo en caso de que una escena como la del pasado sábado se repitiera. En el mismo sepulcral silencio subimos la escalera y una vez que entramos, Manu, a punto de enloquecer, me rogó que lo dejara tomar una ducha. Si bien había mantenido de forma excepcional el orden, él desinfectó el baño antes de usarlo. Podría haberme ofendido, pero su exagerada manera de actuar me encantaba.
Mientras él realizaba su ritual de limpieza conecté mi celular, y lo primero que vi fueron sus cientos de llamas perdidas y mensajes de disculpa. Lo poco que logré entender, era que se responsabilizaba de estar enfermo, de ser el mismo, y aunque me alegró leer la desesperación con que me pedía no abandonarlo, no dejaba de parecerme triste el que considerara una vergüenza ser como era.
Todavía leía sus mensajes cuando lo oí salir del baño con un aspecto muchísimo más relajado. De inmediato me acerqué a él para saber cómo se encontraba, pero su imagen provocó que mis palabras se esfumaran. Se veía hermoso esparciendo pequeñas gotitas de agua que caían de su cabello empapado y, con esa tenida naranja que además lo hacía lucir ridículo. Manu caminó algo incómodo hasta el sofá más grande, por ende, supuse que era una invitación tácita a acompañarlo. Despacio me acerqué a él, aun cuando ninguno de los hablaba, pero decidida a terminar con ese silencio tan poco amigable.
—¿Ya te recuperaste? —pregunté por fin, tratando de sonar lo más suave que pude, aunque poco a poco comprendí que esa suavidad brotaba de mi alma solo con Manu.
—Oh, verás... eso es lo que espero —dijo él, pero volvió al silencio. Visiblemente nervioso juntó sus manos para jugar con ellas y, en el momento en que me preparaba para romper el mutismo que comenzaba a enloquecerme, Manu volvió a hablar—. Nino, yo... hace mucho tiempo que no salía. Muchísimo. De verdad deseaba ir contigo, no imaginas cuanto quería ver el mar contigo, pero soy malo esperando. Cada vez que algo así ocurre, mi cabeza imagina desde un pequeño evento hasta la más grave catástrofe, y yo... yo no soy capaz de controlarlo. Sé que es mi imaginación, teóricamente lo comprendo, pero en mi mente toda clase de desgracias ocurrieron, y no lo soporté. Nino, no resisto ver pasar los minutos y que no llegues —confesó.
Manu no me había mirado para hablar, pero aun así, terminó por enamorarme, y mientras lo hacía, fui acercándome a tal punto que suponer dar un paso extra no se me hizo tan arriesgado. Muy despacio, apoyé mi cabeza sobre su hombro, provocando en mi corazón la más hermosa de las sensaciones.
—Lo siento tanto —murmuré.
—¿Por qué, si no es tu culpa?
—Porque no lo sabía. Enséñame Manu, ¿si? No quiero equivocarme más.
Manu sonrió, sin apartarse de mi lado, y guardamos silencio una vez más, aunque en esta ocasión, ya no era incómodo. Jamás imaginé que un acercamiento tan diminuto pudiera provocar tanto. Manu no temblaba ni se veía nervioso, y tampoco me pidió que me alejara cuando volvimos a hablar. Estaba encantada, y feliz habría extendido ese momento por siempre. Sin embargo, en medio de la dulce escena, un par de fuertes golpes a la puerta nos distrajeron. Eso sí puso nervioso a Manu, quién sin preguntarme, decidió abrir por sí solo.