Toc - Trastorno Obsesivo Compulsivo

Paso 11 - Parte 1

Nino

Manu estaba furioso, y aunque podía tratar de imaginar el porqué, jamás entendí que en toda su furia, resultara apareciendo yo como protagonista y responsable de casi toda su molestia.

—¡Ya basta! ¡Denme un respiro, por favor! ¡Me están volviendo loco! Tú —dijo dirigiéndose a su madre—. Déjame tranquilo de una vez, te he dicho que eso no se repetirá. ¡Me agobias! ¡Dame un poco de espacio! Y tú —me gruñó—: no te tomes atribuciones que no te corresponden. No soy tu novio, no soy tu hermano. Entiéndelo.

Eso dolió tanto. No solo escucharlo hablarme de esa forma, sino el espectáculo completo, pues esas atribuciones que supuestamente me tomaba, no eran más que lo que sentía por él y los grandes avances estaba segura de que teníamos. Me había equivocado una vez más, y no era rabia lo que sentía, sino una profunda decepción conmigo misma y mi nefasta intuición. A final de cuentas, lo único que había logrado con mi papel de mártir dispuesta a ayudar a Manu, fue agobiarlo, al igual que Claudia. Y, oh, qué sensación tan horrible es compararte con la madre de la persona a quien amas.

Me quedé mirándolo, segura de que terminar todo con un "¿quién mierda te crees tú para hablarme así?" -que sería una respuesta esperable al tratarse de mí- no era la mejor solución ya que, en primer lugar, estaba ya bastante ebria, y en segundo lugar, quería seguir pensando que Manu cometía un error. Sin embargo, tras gritarnos, Manu solo se limitó a subir y entrar al baño, cerrando la puerta tan fuerte que temí por el hermoso espejo que tenían en él. Al mismo tiempo en que suplicaba que Manu se calmara y dejara de comportarse como un adolescente, Claudia se volteó hacia mí controlando sus lágrimas y sus ganas de asesinarme, cómo si todo ese show de niño castigado lo hubiese protagonizado yo y no el consentido que tenía de hijo.

—Si eso se repite, tú serás la responsable. Mide tus actos o aléjate de él —dijo Claudia, comprobando mi teoría, solo para hacer que la situación fuese incluso más desagradable.

Pero no quería enojarme con ella, pues era capaz de comprender que esa madre vivía para solo para cuidar de su hijo mayor. Por supuesto que Manu la había cagado montando el numerito que acabábamos de presenciar, pero en el fondo, ese afán de rebeldía, esa molestia presente en Manu que según él lo ahogaba, no eran más que la demostración clara de que él comenzaba a avanzar. ¡Necesitaba espacio! ¡Claro! Todos lo hemos necesitado, todos lo necesitamos. Pero él jamás tuvo espacio, o amigos, o lo que fuera que estuviera pasando por su cabeza en el momento en que decidió gritarnos como un niño caprichoso. Lo único cierto ahí, era que Manu comenzaba a dar pasos, y que si él avanzaba, su madre se quedaría sin su principal ocupación. Algo así como una cesantía impuesta por su propio hijo. Y obviamente, sus avances no tenían por qué incluirme a mí.

Al final, no fui capaz de contestarle. Claudia jamás habría comprendido mis buenas intenciones, al menos no en ese minuto, en que la necesidad de constatar que su niño —de 25 años—, estaba sano y salvo, era su prioridad.

Consternada y harta, decidí volver a la fiesta, pero a penas giré para regresar me encontré con Elisa, que sonreía triunfante luego de escuchar todo lo ocurrido, segura de que llegaba por fin su turno en la historia.

—Ni lo sueñes —le advertí, como si pudiese tener aún nivel de decisión en algo que solo le incumbía a Manu—. Él de verdad me gusta. No hagas esto. Por favor.

Elisa sonrió y se abrió paso para que pudiera volver a la sala y encontrarme con Francisco, pero al pasar por su lado, oí con claridad cómo se burlaba por la forma en que Manu me había marcado los límites. Intenté recordar si en algún momento de mi adolescencia pasé por eso, pero fue imposible. Por primera vez estaba yo del lado en que se define hasta qué punto entras en la vida de una persona.

Ah, Manu me provocaba tanta rabia.

Abrí una cerveza, convenciéndome a mí misma de que los límites no estaban mal. Yo misma los usaba todo el tiempo, lo había hecho con Tomás, con mis amigos, mis padres, con todo el mundo. ¿Por qué me molestaba que Manu lo hiciera conmigo? ¿Eran los límites o la forma en que lo había hecho?

Vacié demasiado rápido mi botella, y mientras me preparaba para sacar otra, Francisco se me acercó con una sonrisa ebria en el rostro.

—¿Te traigo Vodka? —preguntó.

Acepté, me divertí, canté y bailé, sin saber el minuto exacto en que dejé de recordar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.