Manu
Estaba casi listo para recibir a Elisa cuando un mensaje de Nino me distrajo:
"Lo siento, hoy no podré ir. Tengo que resolver asuntos académicos. No me necesitas ahí, porque eres el mejor."
Me quedé helado al leerlo ¿qué iba a hacer si Nino no estaba conmigo? No podía pintar sin ella, y tampoco deseaba hacerlo. Entendía que mi lienzo era otra mujer, pero siempre estaba pensado en Nino como referencia, porque nada en Elisa me provocaba inspiración. Si tomaba un color, lo primero que hacía era pensar en el tono de piel de Nino; si buscaba sus ojos, imaginaba como unas estrellas sobre su frente los harían resaltar, tal vez de colores anaranjados, o tonos rosas que contrastaran con la oscuridad de ellos; sus hombros pequeños se convertían en alas; y su cintura, más gruesa que la de Elisa, parecía un lugar agradable para transformarla en el hábitat de pájaros libres como ella.
De forma inconsciente, lo único que hacía sobre Elisa, era dibujar a Nino. Por eso, cuando la vi atravesar el umbral y sonreír entusiasmada, no fui capaz de seguir.
—Elisa, ¿te molesta si hoy no practicamos? —pedí.
—¿Por qué? ¿qué sucedió? Mañana es el concurso, ¿estás seguro?
Guardé silencio, sin saber de qué forma responder. No podía solo decirle que su cuerpo no me inspiraba, pues era una completa falta de respeto. Elisa cruzó sus brazos, y agregó:
—¿Es por qué Nino no viene? —No respondí, porque Nino no era algo que deseara discutir con ella, pero no supuse que le molestaría tanto—. Deberías dejar de depender de ella. Nino también tiene su propia vida —sentenció.
Sabía que Elisa tenía razón. Nino tenía un mundo aparte que amablemente compartía conmigo, tenía una vida ya completa, feliz, plena, en la que yo no deseaba interrumpir o molestar, y aunque estaba nervioso por el concurso, era necesario que lo asumiera.
Esa noche, la dibujé hasta entrada la madrugada, hasta que me fue imposible aguantar la incertidumbre y, a las dos de la mañana, le escribí:
¿Irás al concurso mañana?
Obvio, respondió ella.
Te estaré esperando, agregué. Terminé de colorear sus almendrados ojos, y me dormí
El día del evento, estaba mucho más nervioso de lo habitual. Por la mañana, revisé todos mis pinceles y todas mis pinturas antes de salir de casa, y lo repetí una vez que llegué al ArtCafé donde Elisa trabajaba. Las ordené una, y otra, y otra, y otra vez, todos mis pinceles, todas mis pinturas, todos mis pinceles, todas mis pinturas...
—¿Estás nervioso? —preguntó Elisa al verme.
—Demasiado —contesté, continuando con la organización de mis materiales.
—¿Quieres un poco de agua? —ofreció ella, acercándome su botella.
La observé molesto, ¿era posible que ella no hubiese entendido nada sobre mí?
—No, gracias —contesté, tratando de sonar amable mientras observaba mi reloj por décima vez.
Estaba a minutos de comenzar el concurso, y Nino no aparecía.
—¿Manuel Monsalve? —llamó un hombre hacia el segundo piso en dónde me encontraba hace segundos junto a los demás participantes, pues todos ellos habían bajado hace ya unos minutos.
—Soy yo —contesté, y mi voz tembló de forma vergonzosa.
—Estamos a quince minutos y solo faltas tú.
Tomé mi teléfono y comencé a llamarla sin descanso. No entendía que no llegara si me lo había prometido. Una cosa era intentar practicar sin ella, pero estar delante de tanta gente que jamás había visto era algo totalmente inalcanzable para mí. No sin ella.
No puedo hacerlo, escribí.
Iba a abandonar el concurso.
—Elisa, voy afuera un momento —murmuré.
En la calle, caminé de un lado a otro para tratar de controlarme. Mis manos estaban comenzando a temblar y sabía que iba a empeorar si ella no llegaba, pero además, saber que llevaba tiempo sin sentirme así agravaba la situación.
—¿Qué ocurre Manu? —dijo Elisa con suavidad, acercándose a mí.
Mi voz apenas salía, y mi respiración agitada comenzaba a volverse insoportable.
—Es Nino, aún no llega. No puedo hacerlo si no viene, no puedo, no puedo... —respondí, y sin saber el por qué, presencié el estallido de furia de Elisa.
—Ese es el problema, siempre es lo mismo. ¡Ya para de darle esperanzas! ¡Si ya la rechazaste una vez, debes dejar de confundirla!
—¿De qué hablas? —pregunté, asombrado por el despliegue de odio que presenciaba.
—¡De esa estúpida relación que tienen! ¡Le dices que no se comporte como tu novia pero la tratas como si lo fuera! ¡Jamás lograrás aclarar las cosas si no cortas ese maldito círculo!
—¿Por qué estás tan molesta? —agregué, sintiendo como mi cuerpo volvía a calmarse.
—¡Porque odio sus celos, odio su cara cuando me tocas, odio su cara cuando me pintas, odio que tengas que preferirla, odio que sea ella y no yo!
Escucharla hizo que me tranquilizara por completo. No esperaba darme cuenta de todo de esa manera ¿Nino estaba celosa? ¿Cómo podía yo ser tan idiota?
—Lo siento Elisa. No te puedo pintar.
—Muérete —bramó ella, y se fue.
Me quedé pasmado observando a mi modelo partir, sin reaccionar por completo a todo lo que había sucedido. ¿Era hora de volver a casa? Si Nino no aparecía, ya no tenía nada que hacer ahí.
—¡Manu! ¡Ya llegué! ¿Dónde está Elisa? —escuché a lo lejos.
Me volteé, y vi a Nino acercarse, radiante y hermosa. Fue ahí que mis sentimientos se pusieron en orden y logré entender lo que me ocurría.
—Se fue. No la pintaré. Nino, tienes que ser tú.
—¿Se fue? Pero si ella estaba...
—Nino, Tienes que ser tú
—Manu pero...
—Nino, tienes que ser tú.