Toc - Trastorno Obsesivo Compulsivo

Paso 19

Manu

Esa noche, Nino y yo hablamos hasta entrada la madrugada. Aunque siendo honesto, era ella quien encontraba siempre algo que decir. Antes de conocerla, siempre estaba molesto con las personas que jamás guardan silencio, pero con ella era distinto —todo—, más aún en ese minuto, en que me sentía en la misma medida feliz y aterrado. Por una parte, la sensación de su cuerpo desnudo junto a mí era exquisita, pero al mismo tiempo, mi mente me repetía que era peligroso, que no era hombre suficiente para ella, y que el imán que nos mantenía unidos era igual de frágil que mis momentos de tranquilidad. No sabía cuánto tiempo lograría controlarme, menos si lo único en lo que podía pensar era que si cerraba los ojos, despertaría sintiéndome sucio, que huiría de ella y jamás la volvería a tener junto a mí. El miedo me volvía loco, y sabía que Nino lo notaba.

—¿Vas a dejarme? —pregunté, una vez que me sentí incapaz de controlar el pánico que crecía en mi pecho.

Era consciente de la paciencia que ella me tenía, pero también de que un hombre como yo no era fácil de soportar. Nadie quiere a su lado un compañero que tiembla cada vez que algo desconocido ocurre.

—¿Por qué lo preguntas? ¿tienes miedo? —respondió ella con dulzura mientras jugaba con mi pelo.

De inmediato la abracé con fuerza al constatar que una vez más, Nino podía adivinar lo que pasaba por mi mente. Pero aún así, no deseaba confirmárselo. Ya era suficiente para mí estar ahí con ella, sintiéndome aceptado y querido. Hacerla cargar con mis miedos no me parecía justo, menos cuando jamás había tratado de saber si ella temía a algo, aunque jamás lo dijera.

—¿Y tú? ¿tienes miedo? —contesté.

Nino se incorporó y se sentó a mi lado, desnuda, ¡dios santo! ¿por qué podía ser tan deshinibida? Rápidamente la cubrí con una sábana, para repetir lo mismo conmigo y ubicarme frente a ella.

—Un poco —sentenció.

—¿De qué?

—De ti —respondió. La observé con asombro. ¿Qué había visto en mí que le provocaba miedo?

—¿Por qué?

—Tomás me habló de lo que pasó hace unos años...

Oh,Tomy. ¿qué pensabas contándole algo como eso? Ya me sentía lo suficientemente vulnerable como para que agregaras un detalle como aquel. No porque fuera algo privado —que lo era—, sino porque contribuía a mi aspecto de víctima junto a ella, y no lo quería. Deseaba sentirme un hombre, no un necesitado desesperado por compañía y afecto —que también lo era—.

—Nino, eso no pasará de nuevo. Estaba solo, estaba triste, y ya no había diferencia entre respirar o no —dije con absoluta seriedad.

—¿Eres consiente ahora de que no estás solo? —inquirió ella.

Sonreí complacido con su pregunta. Claro que lo sabía.

—Estoy bien ahora —afirmé.

Deseé con toda el alma decirle que ella era la responsable de todos mis avances, que mientras pudiera verla no volvería a tener ningún problema, y que a su lado estaba seguro de mí mismo. Pero eso habría sido hacerla responsable de mi propia vida, obligarla a quedarse junto a mí, y eso no era lo quería. Lo único que deseaba, era que Nino fuera libre. Que cada día me volviera a escoger, que cada noche, voluntariamente, volviera a buscarme y me amara, ojalá alguna vez tanto como yo a ella.

—Manu... —murmuró ella al escucharme. Sus ojos brillaron emocionados mientras me abrazaba a la par que la sábana caía de su cuerpo para volver a dejar su hermosa piel al descubierto—. Me voy a quedar contigo.

Sonreí, la abracé, nos besamos una y otra vez e hicimos el amor antes de que el sol saliera. ¿Eso era entonces de lo me había perdido todos esos años? ¿así de fantástico era salir al mundo? ¿así de mágico era sentir amor? ¿o la amaba tanto porqué me había reservado para ella?

Pero, incluso cuando pensaba que nada podría hacerme más feliz que su cuerpo sobre el mío, verla sonreír luego de observarme revisar trece veces puertas, ventanas, gas y agua, superaba cualquier expectativa.

—Bien, creo que será la noche más segura de mi vida —dijo ella, una vez que logré volver a la cama para dormir.

Había presenciado mis rituales, y no le importaban. Era sin duda el hombre más afortunado del planeta.

Por la mañana, mientras ella no paraba de hablar, organicé su despensa completa por orden alfabético, cubiertos y loza por tamaño y la fruta por color, hasta que en su cocina no hubo rastro de uso. Todo estaba perfecto. Y si todo estaba perfecto, yo estaba perfecto.

—¿Siempre haces eso? —preguntó Nino observando como su casa volvía a brillar.

Fue entonces cuando supuse que podía molestarle que me inmiscuyera en su hogar de esa manera, y me detuve.

—Lo siento —murmuré, dejando a un costado el trapo con que el que empezaría a limpiar el librero y todos sus libros.

No es que me molestara su pregunta, tan solo... nunca había sido yo mismo fuera de casa.

—No me molesta —agregó ella de inmediato al verme titubear—. Prefiero mil veces que ordenes tú —comentó.

Tras eso, comenzó a reír. Me extendió las manos y me acerqué hasta su cuello donde pude esconder el rostro entre su cabello. No recordaba haber sentido tanta alegría.

Nos quedamos juntos todo el día, compartiendo nuestro espacio personal en niveles inimaginados para mí. Solo cuando estuvo a punto de anochecer consideré la idea de volver a casa. Nino me ofreció pasar una noche más junto a ella, pero no estaba preparado para hacerlo. Tenía que volver a mi zona de seguridad y procesar lo que acababa de ocurrir, y tenía que darle espacio suficiente a ella para pensarlo mejor.

Bajamos juntos, Nino me acompañó hasta la parada de la micro, siempre tomados de la mano.

Yo ya no llevaba mis guantes.

—¿Quieres quedarte?

—Sí, quiero quedarme...—contesté.

Besé su boca, y me fui.




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