Toc - Trastorno Obsesivo Compulsivo

Paso 21

Manu

Pensé que Nino era capaz de entenderme, pero cuando la observé salir de su habitación con aquel hermoso vestido negro, supe que en realidad era una tramposa malvada y cruel. Y si cualquier persona hubiese osado sugerir que era una casualidad, habría sido capaz de apostar mi vida a que se equivocaba. Nino lo hizo a propósito, con la intención de castigarme por mi incompetencia social y negarme a asistir a la inauguración de la exposición.

—Ya nos vamos Manu... ¿seguro no quieres acompañarnos? —preguntó, por última vez, antes de cerrar la puerta.

Estaba tan bella. Todo en Nino gritaba orgullo y alegría. Sin embargo, solo pude sonreírle antes de que desapareciera y me dejara en su departamento. No era capaz de seguirlos, aun cuando lo deseaba. ¿Cómo no iba a sentirme feliz de presentarme junto a mis pinturas, y junto a esa magnífica mujer que me tenía una paciencia que rogaba jamás acabara? Claro que lo deseaba, pero me resultaba imposible enfrentarme a una situación como las que sabía se daban en las galerías. No estaba listo para que nadie me diera una palmada en el hombro y mucho menos un apretón de manos.

Vi salir a mis amigos uno a uno, y luego seguí su camino a través de la ventana hasta que los perdí de vista. Debía estar feliz, pero la realidad era que la decepción me invadía sin piedad. Seguía siendo el mismo Manu de siempre.

Derrotado, me senté frente a la pintura que había cambiado mi relación con Nino a esperar algo, lo que fuera, que pudiera hacerme cambiar de opinión. Vi el reloj avanzar sin tregua, uno a uno los segundos corrieron. La galería estaba cerca, sabía que a esa altura, mis amigos ya estaban recorriendo mis pinturas, y me dolía no estar ahí para ver la reacción de Nino al mirarlas.

El reloj siguió avanzando, pero a cuarenta y siete minutos y dieciséis segundos de que todos salieron, sonó mi teléfono.

—Buenas Tardes, ¿el Sr. Manuel Monsalve?

—Soy yo, ¿con quién hablo?

—Estimado, soy Esteban Vega, el administrador de Arte—Café, lo estamos esperando para la inauguración.

No pude evitar pensar que si hubiese ido, ya estaría con una crisis solo producto del retraso. ¿Cómo espera el mundo que me una a su vida si son incapaces de respetar un simple horario?

—Lo siento, yo... estoy realmente enfermo, me costaría mucho asistir —mentí.

Los ojos de Nino en la pintura me observaban. Me estaban juzgando, lo sabía.

—Eso sería una lástima, hay aquí dos personas interesadas en conocerle, ya que desean comprar algunos de sus cuadros.

Guardé un silencio fugaz, y en un pestañeo, pasó por mi mente una imagen que jamás olvidé: Nino y yo, éramos una familia.

—Haré lo posible por asistir —dije, antes de colgar el teléfono.

Me quedé inmóvil por otros doce minutos y cuarenta y tres segundos. Ahí, sentado en la habitación de Nino, sin dejar de observar sus ojos en la pintura. Sus padres pagan este departamento, ella aún estudia, quiero quedarme a su lado, pensé, y decidido como jamás en mi vida estuve alguna vez, me levanté, tomé mis guantes y me fui.

Creo que nunca caminé más rápido que aquella tarde, y me siento orgulloso de decir que no temblé ni por un segundo antes de entrar al café. Algunas personas me reconocieron, vi sonrisas y escuché el murmullo al que ya no estaba acostumbrado. De inmediato, supe que Nino había escuchado el poco sutil aviso de que el artista ya estaba en el café, pues incrédula de lo que oía, se volteó, y de puntillas me buscó entre las personas que la rodeaban. Con la misma energía que me había llevado hasta allí, me aventuré por entre el gentío para ir en su búsqueda. Mi corazón latía con desenfreno, pero al tenerla frente a mí, hermosa y sonriente, sentí que se detenía. Solo ahí se me ocurrió mirar mi ropa y notar que había salido con la misma tenida que usaba tan cómodamente en su casa, sin siquiera tener la precaución de arreglar un poco mi cabello que crecía más y más. Palidecí, me asusté, y disimulé mis movimientos torpes con un urgente abrazo.

—¡Manu! ¡Viniste! ¿Qué paso? —exclamó Nino, sorprendida.

Reí, la besé en la boca delante de otras personas por primera vez, dejándola sin palabras, para luego aumentar su asombro besando su mejilla con la mayor delicadeza que mi nerviosismo pudo encontrar.

—Espérame un momento —dije junto a su oído.

Decidido, entré a una de las oficinas, para salir en minutos junto al administrador que sonreía de manera exagerada con su brazo sobre mi hombro, en busca de las personas interesadas en mis pinturas. No tuve tiempo de explicar que no deseaba saludar a nadie cuando las manos de dos hombres desconocidos se estrechaban de forma afectuosa con las mías. Un sudor frío de inmediato comenzó a correr por mi espalda y los temblores amenazaron con comenzar.

—Es usted un gran artista, seguro triunfará si se lo toma en serio —aseguró uno de los interesados en mis cuadros, un hombre mayor que continuó con elogios hasta que logré aparentar tranquilidad.

Qué fortuna para mí, el cliché de que los pintores estamos todos locos.

—Nos interesan algunas de sus obras —interrumpió el segundo anciano interesado, de aspecto conocedor y serio—, ¿están a la venta?

—Claro, todos —contesté, feliz por los elogios, pero apenado por tener que vender mis cuadros, sobre todo a personas que parecían disfrutarlos tanto.

Si no hubiese necesitado el dinero, se los habría obsequiado todos y cada uno de ellos.

Recorrimos la galería de principio a fin, el administrador me presentó con más personas entendidas y mi nerviosismo solo crecía y crecía. De vez en cuando, arrojaba una mirada cubierta de pavor a Nino, y ella respondía con un beso al aire y una sonrisa. Lo suficiente para darme diez minutos más de cordura. Una vez que terminamos de caminar y los hombres hicieron su selección, me extendieron un jugoso cheque que observé anonadado.

Jamás había tenido tantos ceros en mis manos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.