Toc - Trastorno Obsesivo Compulsivo

Paso 22

Manu

Nino me abrazó emocionada al darse cuenta de lo que acababa de proponer, aunque, sin duda, también consideraba que aquella era la más loca de mis ideas. Por fortuna aceptó, feliz de que mi obsesiva existencia se adecuara a su caos alegre y colorido. Una vez más, la noche se hizo corta para nuestras largas conversaciones, más aún al imaginar la forma en que se lo plantearía a mi familia, y claro, también a la familia de Nino, quienes ni idea tenían de que existía un Manuel que pensaba en su hija desnuda más de lo que debería.

Volví a casa por la tarde, seguro de que mi hermano y mi madre ya se encontraban ahí. No estaba nervioso realmente, sino más bien, sorprendido. Nino había cambiado mi vida hasta niveles inimaginados. Y es que, si existía algo que todos en casa teníamos por seguro, era el hecho de que jamás saldría de ahí. Nunca, ni en el mejor de mis sueños, se había pasado por mi mente explicarle a mi madre que ya no viviría más a su lado, y mucho menos que allá afuera había encontrado una persona, una mujer, encantadora y valiente, dispuesta a arriesgarse por ese extraño hombre en el que me había convertido con el paso del tiempo. Nino no me obligaba a cambiar, al contrario, me daba todo el espacio que necesitaba y respetaba en absoluto mis tiempos, que tendían a ser bastante extensos en comparación a los suyos. Junto a ella no existían presiones, ni expectativas por cumplir, salvo las impuestas por mí, que a su vez, eran las más peligrosas.

Repasé mi discurso de forma fugaz antes de tocar el timbre, solo para asegurarme de que mi madre se sentiría algo más tranquila al verme partir. Sabía, claro, que no sería así, pues yo era su pasatiempo preferido —no por gusto, claro está—.

Como era de esperarse, ella no tardo en abrir, luciendo la misma sonrisa ansiosa con la que me esperaba cada día, tal vez producto del pánico que le causaba verme salir solo y, por supuesto, la posibilidad de que aquella mujer imposible de controlar me rompiera el corazón y me arrastrara a un pozo sin salida, en los que tendía a sumergirme antes de conocerla. Alegre me sirvió un té, disimuló sus miedos y se mostró entusiasta con la conversación, bromeando incluso con lo temprano que estaba de vuelta en casa. Fue ahí, cuando todo lo ensayado se esfumó. No había palabras en mi boca, ni en mi mente. Ella seguía sonriendo, hablando sobre el éxito de la exposición y del tremendo orgullo que sintió al observar mis cuadros y luego al verme llegar. Tenía muchísimas ganas de entablar una charla conmigo, sin embargo, su ánimo se fue esfumando a medida que la conversación tomó una dirección para la que no estaba preparada.

No hubo rodeos, ni explicaciones. Solo cinco palabras que antecedieron un silencio incómodo y temible.

—Voy a vivir con Nino —dije.

Ella palideció sin tratar de ocultar su espanto, pues el horror en sus ojos era visible desde cualquier punto de la casa, lo que de alguna forma, provocó que mi angustia se disparara. Ella no confiaba en mí, no podía hacerlo pues me conocía, tal vez incluso mejor que yo. ¿Qué estaba pensando? ¡No podía vivir junto a Nino! No podía porque estaba seguro de que solo terminaría volviéndola loca y obligándola a renunciar a su vida, al igual que ocurrió con mi madre. Debía llamarla, explicarle que no lo había pensado bien, que me disculpara.

Mis manos temblaron, sabía que comenzaría a llorar, y mi madre... ella solo me observaba, hasta que, finalmente, aclaró su garganta, y logró hablarme.

—Sé que estás enamorado hijo, y que es la primera vez que lo sientes, pero, este no es un buen lugar para ella. Sabes lo mucho que la estimo, y lo agradecida que me siento de que exista en tu vida, pero, ¿no crees que debes pensarlo mejor?

Aunque escuché todo lo que decía, la palabra enamorado se quedó rondando mi cabeza. Claro, estaba aterrado, pero la amaba. Y necesité repetirme una y otra vez, que Nino no era mi madre, y que no tendría por qué arrastrarla a la misma situación, pues ella le pondría freno justo en el instante en que su mundo comenzara a verse afectado.

—...además, Manu, esta casa no es muy grande. Pero puede quedarse cada vez que estime conveniente y...

—No mamá. No vamos a vivir aquí. Voy a vivir con ella, solos, los dos —interrumpí.

El rostro de mi madre se desfiguró. Era obvio que no estaba preparada para escuchar aquello y, de seguro, jamás lo estaría. Mamá nunca tuvo intención de soltarme, no porque así lo deseara, sino que así tuvo que ser, o habría muerto preso de mi propia existencia. Ojalá fuera solo una forma trágica de decirlo, pero es cierto. La muerte me rondaba desde que era niño, susurrándome al oído que nada de lo que hiciera sería suficiente para las absurdas reglas que me imponía.

—Manu, tú... ¿estás preparado para eso? —inquirió, envolviendo con suavidad mis manos entre las suyas para buscar mi mirada.

Tenía tanto miedo.

Tanto.

—Quiero estarlo.

Mamá suspiró con pesar, trataba con gran esfuerzo hallar las palabras más suaves para convencerme sin hacerme daño, sin hacerme sentir mal, sin responsabilizarme, pero le fue imposible. Siempre supe que había sido mi condición la principal causa de separar a mi familia, a mis padres en especial. Nunca hubo forma de disimularlo. Existía un culpable en aquella disfuncionalidad en la que habitábamos, y era yo.

—Manu, el amor a veces se acaba. Lo sabías, ¿no es así? Tu padre y yo, realmente nos amábamos, pero una vez que los problemas se vuelven insoportables, más de lo que podemos cargar, lo siento, pero el amor no siempre es suficiente.

Sí, ella se refería a mí. Sabía que ellos se amaban. Los escuchaba discutir y llorar por las noches, y me constaba, que mamá guardó fotos de mi padre por años una vez que él se fue. Pero Nina no era ella.

—Nino no es mi madre. A diferencia de ti, si ella se cansa, se irá. No digo que tú no te hayas cansado de tenerme a tu lado, pero eres mi única persona incondicional en el mundo. Me proteges como jamás alguien podrá hacerlo. En cambio Nino, si en algún momento este peso es más de lo que ella puede soportar, se irá. De seguro será triste, me sentiré solo, desesperado, y te necesitaré más que nunca, pero vale la pena el intento. Nino, y todo lo que siento por ella, se lo merecen.




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