Manu
Era de madrugada cuando salí de aquel departamento que en algún momento me hizo feliz. La tristeza nubló por completo mi razón, y sin pensar en nada, me deje llevar por el movimiento inconsciente de mis pies, sin siquiera analizar la forma en que a esa hora llegaría a la casa de mi madre. De pronto, me encontré en la mitad del puente que separaba mi dulce vida con Nino de la patética realidad que me esperaba. Podría haber acabo con todo en ese instante, pero el dolor que cada paso me provocaba, de alguna forma me recordaba que había sido real, aun cuando la oscuridad comenzaba a cernirse sobre mis sentidos.
En casa de mi madre, me recibió un silencio abrumador que me impedía poner en práctica cualquiera de mis técnicas de autocontrol. No me servía contar, no me servía respirar, no me servía visualizar el rostro de Nino, ni sus ojos, ni sus labios, ni sus dientes... Abrí la puerta con la desesperación amenazando con invadirme por completo y destruirme sin piedad. Mamá escuchó las llaves, los pasos, mi respiración agitada y de seguro hasta las lágrimas que caían al piso con frenesí. Corriendo, llegó hasta el primer piso para quedarse inmóvil frente a mí, adivinándolo todo, tratando de contener sus ganas de gritar: ¡te lo dije! ¡te advertí que no saldría bien!
—¿Qué pasó? —murmuró.
Su voz temblaba de pánico. Una vez más, mi sola existencia hacia sufrir a mi madre. Tardé unos segundos en responder, tratando de disimular la decepción que evidenciaban mis palabras.
—Se acabó —contesté.
Mi cuerpo temblaba por completo. Estaba a minutos de perder el control.
—Yo... estaré arriba —agregué.
Mamá intentó detenerme cogiendo uno de mis brazos, pero solo consiguió aumentar mi nerviosismo y que la repeliera como tantas veces hice antes. El círculo vicioso de la angustia comenzaba.
—Ahora no. Estaré arriba —bramé, librándome de su agarre.
Subí a tropiezos la escalera y me encerré en mi habitación que parecía esperarme triunfante. Todo estaba igual al día en que salí de allí. Lo único que faltaba, eran las cosas que Nino tenía.
Estaba solo. Solo una vez más, y a cada segundo, la sensación de vacío se hacía más grande. Lo único que me quedaba por hacer era quedarme ahí y esperar algo, lo que fuera que me devolviera mi vida, esa vida que había renacido con Nino, esa vida que adoraba, esa vida que me había hecho creer que era un hombre como todos.
Los temblores empeoraron, caí al suelo asustado, y lo cierto es que sabía muy bien a qué temía.
El miedo a mí mismo había vuelto.
La derrota, la vergüenza, la desilusión, el vacío, el desamor, todo... Nino ya no me quería. Nino ya no me necesitaba. Nino, Nino, Nino, Nino...
Intenté levantarme, llegar a la cama, pero mis ojos se nublaron y mis recuerdos desaparecieron.
—¡Manu! ¡Hermano, abre! ¡Manu!
Oí gritar a Tomás. Oí los llantos. Y me desvanecí.
Cuando desperté, en algún momento de la madrugada o del día, no lo supe, mi hermano me tenía entre sus brazos, mi madre rezaba de rodillas junto a mí, y los tres llorábamos sin consuelo por lo que acaba de ocurrir.
Deseé hablarles, pero mi voz no salía de mi garganta. Deseé responder el abrazo desesperado de Tomás, pero mi cuerpo no respondía a mis órdenes. Esa fue una crisis horrible, de las peores que tuve, en la que con la misma intensidad que deseaba calmarlos, deseaba morir. Pasé así tres días enteros, sin comer, apenas bebiendo algo de agua, incapaz de levantarme, porque, ¿a qué me levantaría? ¿qué podría hacer? Si Nino ya no estaba a mi lado para abrazarme, para tocarme, para hablarme... ni siquiera para verla. Mi dolor se volvía insoportable y sin ella, ya no había nada para mí. La conocida sensación de que ya no existía diferencia entre respirar o no, reaparecía. De pronto ya no tenía una vida que anhelaba vivir, porque ya no tenía nada.
Fue ahí cuando mi celular anunció que tenía un nuevo mensaje:
—Eres lo más importante que tengo, pero no pude conservarte. No quiero vivir en un mundo sin ti, pero no quiero vivir contigo. ¿Soy una mala persona?
Una racha de alegría cruzó mi corazón.
¿Cómo hacía Nino para poder leer mis pensamientos? ¿cómo sabía Nino que en el fondo deseaba ser salvado por ella?
—Porque nos amamos —murmuré, entre lágrimas.
Y esa respuesta que tanto anhelaba me mantuvo a flote.
Nos amábamos. Lo hicimos tanto como pudimos y supimos amar, pero eso no había sido suficiente. De seguro si hubiésemos nacido en un mundo sin preocupaciones ella me habría aceptado. Pero no era así. Habíamos nacido en este mundo, y yo no estaba hecho para este lugar. No encajaba, ni lo haría nunca.
Me incorporé con dificultas, pero lo hice. Poco a poco traté de controlar mi respiración y mis temblores comenzaron a bajar. En el fondo, estaba agradecido con Nino, por hacerme feliz, por regalarme sus besos, sus manos, su cuerpo. Presionarla a quedarse era injusto. Ella era libre, así la había conocido. Ella libre y yo una cárcel.
Teníamos que separarnos, o ya no habría rastro de quiénes éramos realmente.
—Tenemos que hacerlo —me repetí—. Por Nino.
—Quiero vivir contigo, pero no quiero que vivas conmigo... ¿Soy una mala persona? — respondí.
Envié el mensaje pensando en mi suerte de mierda, y luego en sus ojos y sus ropas de colores. Yo no deseaba vivir y buscar la felicidad. Yo solo deseaba vivir para recordarla, para repasar nuestros días juntos y el amor que ambos nos teníamos, aunque este no hubiese sido suficiente para mantenernos juntos.
Nino ya no estaba a mi lado, pero me sentía salvado una vez más.
Pasaron los días, las semanas y los meses, pero solo conseguí ponerme de pie y comenzar a pintar la misma mañana en que frente a la venta, murmuré:
—Nino y yo nos separamos.