Toda Mi Mala Suerte

45

 

— ¿Qué pasó? —Michael llega al estacionamiento.

Respiro por la boca, como si hubiera corrido un maratón. —Michael, hazlo. Has lo que sea que quieras hacer, ya me cansé.

Me siento mal por enviarle un mensaje a mitad de su clase y honestamente, pensé que no vendría. Pero está aquí, él quiere ayudarme y yo ya me rindo.

Se acerca y entorna sus ojos estudiando mi rostro. — ¿Qué te hicieron? ¿Te lastimaron? ¿Qué pasó?

Sorbo por mi nariz. —Me cansé —afirmo—. Ya no quiero seguir en este lugar, te lo diré todo y luego, quizás, pueda cambiarme de escuela o lo que sea, no me importa.

Él niega. —Espera, espera, no —toma mi brazo—. Te prometí que estarías bien, vas a estar bien.

Lo dudo.

— ¿Qué quieres hacer ahora? —Mira alrededor— ¿hablamos ahora? ¿Vamos con el director?

No sé si funcionará.

—Te lo puedo contar antes, ¿está bien? —pregunto.

Él asiente varias veces. —Sí, dímelo, ¿A dónde vamos? ¿Aquí está bien? ¿Quieres que vayamos a mi auto?

Afirmo con la cabeza. —Sí, tu auto está bien —ahí nadie escuchará nada.

Pasa la mano por su cabello. —Está bien, vamos y… —mira mi mochila, sigue húmeda—. Ah, ¿esto lo hicieron ellas?

—Sí —murmuro.

Él niega y exhala. —Está bien, dámela, vamos a mi auto.

Toma mi mochila y la sostiene, a pesar que está húmeda. Me lleva de camino a su auto, lo desbloquea y me deja pasar en el asiento del copiloto. Se mueve a la puerta de atrás y deja mi mochila ahí.

—No, mojará los asientos —advierto.

Se encoje de hombros. —No importa eso ahora —cierra la puerta y se mueve rápidamente al asiento del copilo—. Bien, ahora, ¿Qué me quieres decir?

Sé que quiero decirlo pero, es difícil hacerlo. Esta es la historia de cómo he sido una estúpida una y otra vez. La historia de todos esos insultos, burlas y comentarios que han hecho sobre mí. De cómo no puedo defenderme yo sola.

La historia de cómo ellas ganaron y yo perdí.

—Tranquila —Michael susurra—. Tomate tu tiempo, puedes hacerlo.

Junto mis manos que siguen temblando. —Está bien.

Y así, empiezo a decirle todo. Desde los primeros días, la fiesta, el juego de la botella, los comentarios sarcásticos, las burlas, los mensajes en el baño, cada momento donde me han insultado o me han usado como blanco para sus bromas. Del viaje donde lo conocí, de los celos de ellas, de sus humillaciones y sobre este día.

Todo.

Las lágrimas silenciosas salen de nuevo. Me las limpio sabiendo que no hay vuelta atrás, que ahora soy quienes ellas han dicho, la niña llorona que se queja porque no puede defenderse.

Michael se recuesta en el asiento. —No puedo creerlo.

Me siento tan tonta ahora, una parte de mí desearía no haber dicho nada. La otra siente que se lo debo a Morgan y Sarah, a pesar que no los conocí.

— ¿Vamos a la oficina del director? —pregunta.

—No sé si es lo mejor —admito.

Él golpea suavemente el volante. —Entiendo que te sientas de esa manera pero, tenemos que decirle lo que ha estado sucediendo, no podemos dejar que sigan haciendo lo que quieran mientras dañan a otras personas.

—Lo siento —digo—, te metí en esto, ahora estás perdiendo tiempo por mi culpa.

—No estoy perdiendo el tiempo —responde, firme—. Esto vale la pena, esto es importante, Cassandra. No estás involucrándome en nada, yo me ofrecí a ayudarte y yo quiero hacerlo, esto no es tu culpa.

Subo mis ojos a los de él. —Gracias —trago saliva—. Serás un buen abogado.

Me sonríe discretamente. —Eso espero —abre un compartimiento y saca un pañuelo de papel, me lo extiende—. Cassandra, te prometo que estarás bien. Ya no estás sola, todo saldrá bien.

Michael sigue repitiendo eso y quiero creerle, pero es difícil.

—No quiero que… —suspiro—, sé que es una estupidez pero, siento que no todos merecen un castigo, sé que no son las mejores personas pero…

—Entiendo —responde—. Mira, te admiro por querer proteger a algunas personas pero te diré algo, ellos saben que está sucediendo contigo y nadie se ha acercado a hacer algo —aclara su garganta—. Hay formas de intentar ayudar sin que te perjudique, siempre las hay, si realmente quisieran hacerlo.

Escuchar eso quiebra mi corazón. Pensó en Rodney, en Alex, en Marcia, incluso en Nova y Louis. Ellos no lo intentaron porque al final, no valgo la pena. Entendería a Nova y Louis, incluso Marcia y Alex pero, Rodney.

Rodney fue tan solo una fantasía que duró muy poco.

— ¿Puedo hacerlo mañana? —le pregunto—. Quiero ir a casa, necesito descansar.

Michael permanece en silencio. — ¿Quién está en tu casa?

Junto las cejas. —Por ahora nadie mis padres llegan tarde.

—No irás aun a tu casa —afirma—. Si necesitas irte, está bien pero no te dejaré sola ahora.

Me tomó unos segundos entender que teme que haga algo como lo de Morgan. —Michael, yo no…

—No, Cassandra —levanta un dedo—, bien, si quieres ir a tu casa, te acompañaré.

— ¡No! —niego rápidamente—. Basta, no, estoy bien. Estoy quitándote tu tiempo, tú tienes muchas actividades, estoy bien.

—No estás bien —asegura—. No está mal que lo digas, que admitas que no estás bien.

¿Por qué Michael parece siempre decir lo correcto?

—No quiero que pierdas tiempo por mis problemas —admito.

—Olvídalo, ya tomé mi decisión —abre la puerta—. Quédate aquí, iré a hablar con alguien y luego regreso, no me tomará nada.

—Michael…

Levanta un dedo. —Y si necesitas algo, me llamas. Vendré inmediatamente.

 

—Listo —Michael entra—. No te preocupes, hablé con el subdirector y le expliqué que no te sentías bien, lo tengo arreglado.

Ya me calmé mientras él estaba afuera. —Gracias por ayudarme, de nuevo. De verdad, gracias.

Él se coloca el cinturón. —No agradezcas, es lo que se supone que debo hacer.




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