Todas mis razones para estar junto a ti

Capítulo 34

Son


El teléfono me taladra el cerebro. ¿Pero quién está llamando a estas horas? Es de noche todavía. Cojo el teléfono como puedo viendo solo con un ojo porque el otro lo tengo completamente cerrado. Es Amber.

¿Que quiere ahora? Seguro que ha salido y está borracha. Cuelgo enseguida el teléfono. No quiero escuchar berridos o vete tú a saber lo que puede ser.

Me llega un mensaje. De nuevo es ella. Lo abro por curiosidad y para saber que si se trata de una tontería pasar olímpicamente de ella. Pero en cuanto lo abro mis ojos no se creen lo que ven.

Ese mensaje me deja pálido.

“Se acabó el juego”

Enseguida salgo del chat y voy corriendo a llamarla. Está acelerada y no consigue decir dos palabras seguidas.

—Son ayúdame —dice en un intento claro de pedir auxilio.

—Coje el primer autobus que tengas para aquí. Estarás a salvo.

Si voy a su apartamento va a estar mucho tiempo expuesta a quien está a dieta de todo esto.

—Vale, voy a coger un par de cosas y me marcho para alli.

Enseguida cuelga, se me van hacer eternas hasta que llegue. Estoy bastante preocupado pero sé que Amanda no me va a llevar hasta allí a estas horas.

Es increible como cambiar todo en cuestión de minutos y aunque se que he tenido razón en todo momento lo peor que podría hacer es recriminarselo y echarselo en cara.

Recibo de nuevo un mensaje de Amber. Dice que sale un autobús en un par de horas. Va a recoger las cosas rápido y va a intentar hablar con su compañera de piso para contarle todo.


Más tarde en la estación.


Ya no me quedan uñas para morderme. Llevo dos horas esperando. Acabo de hablar con ella y me ha dicho que está entrando en la ciudad.

—Le queda mucho a la señorita? —me pregunta Amanda que se ha ofrecido a acompañarme aunque no le hace mucho gracia que se quede Amber en la hermandad y después del último capítulo que le dejó bastante mal a ella. No sé por qué razón me sigue acompañando.

—Está entrando —le respondo a la pregunta.

—A ver si se da prisa en llegar.

—Gracias por traerme.

—De nada. Aunque seas como un grano en el culo no eres mal chaval.

—¿Has escrito la carta de despedida?

—Estoy en ello, la iba a terminar hoy. En cuanto la tenga te la enseño.

—Bueno voy a por un café que me estoy quedando dormida. ¿Quieres algo?

—No, gracias.

De nuevo vuelvo a pensar en Amber.

Al menos se que aqui esta a salvo y se acabo esta persecución absurda a la nada.

Cuando veo el letrero con las letras “San Francisco” respiro de alivio. Ya la tengo aquí conmigo.

Sale del autobús con claro ejemplo de agotamiento. En cuanto me ve se dirige a mi.

—Son —dice con un hilo de voy y me abraza fuerte.

Yo hago lo mismo para que no se vaya de nuevo de mi lado.

—Ya estás a salvo —le musito al oído para que solo me escuche ella.

He pasado mucho miedo. Tenías razón, no devi meterme en todo ese jaleo.

Se que llevaba razón Amber pero tu siempre tan cabezona.

—No pasa nada, lo importante es que estás a salvo —le miento y realmente no le digo lo que pienso.

—¿Estás seguro que no van a decir nada por quedarme en tu habitación?

Ella tan preguntona como siempre. Ni un susto le cambia.

—No pasa nada, no vas a ser la primera que viene de visita ni vas a ser la última. Y si les molesta que se aguanten.

—Por ahí viene Amanda.

—No me digas que ha venido —le cambia la cara y la compostura.

—Se ha ofrecido para llevarnos.

—Ah —añade y pone cara de no dar crédito.

No entiendo porque no le cae bien si no le hace nada malo. Viene con una taza de café del starbucks.

—Hola, Amber —dice haciendo hincapié en su nombre.

La tensión se puede respirar en estos dos metros cuadrados que nos rodean.

—Oye Amanda siento mucho lo que dije.

Si no la conociera diría que está siendo sincera pero se que no. Ahora que está aquí puedo cambiar su perfección y convencerla de que se lleven bien.


Después de estar varios segundos en riguroso silencio como si hubiese pasado la corte celestial por encima nuestra nos hemos puesto rumbo a la hermandad.

—¿Tu crees que me pasará algo? —pregunta Amber mientras observa por la ventana.

—Aquí estás a salvo —le respondo mientras le doy un abrazo y un beso en la frente.

—Gracias de verdad. Me preocupa perder muchas clases en la universidad.

—Bueno, no creo que pase nada, además puedes estudiar desde aquí mientras tanto.

—Lo sé…

—¿Que vas hacer con el apartamento?

—He hablado con Eli y le he contado todo.

—¿Y bien? —Aunque me fastidie reconocerlo a mi me gusta tener todo controlado.

—Aparte de quedarse pálida me ha dicho que se va a mudar. Dice que ya estaba cansada de subir escalones. Y que esto ya era lo que faltaba. Así que yo desde aquí y ella en San Francisco vamos a ir buscando un piso. Mientras tanto ella se va  a quedar con Tommy.

¿El cretino? —me sale del alma aunque no debería decir nada porque la última vez discutimos por él.

—Ese  —reconoce sin hacerle mucha gracia.

En cuanto tenga piso tendré que volver.

—Te puedes quedar aquí el tiempo que necesitas —la necesito más de lo que se puede llegar a imaginar. No puedo vivir sin ella.

—Lo sé pero tampoco quiero molestar.

—Tu nunca eres una molestia —mientras le digo oído a Amanda toser de fondo. Esto va a ser más complicado de lo que me imaginaba.


Cuando llegamos la acompaño lo que hasta ahora era mi habitación. Subimos y la dejo instalarse.

Yo me preparo porque enseguida me tengo que marchar al trabajo.

—Puedes colocar las cosas como quieras.

—¿Como quiera? —me pregunta observando mi armario.

—Bueno es que yo sacaría el armario entero y lo haría de nuevo. Como se nota que no estoy aquí.




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