Todas mis razones para luchar por ti

Capítulo 22

Amber

Llevo un mes entrenando sin parar para aceptar el reto de Tommy. Quiero ganarle. Necesito hacerlo. Quiero quitarme de encima esta piedra.

—Vamos, que me quiero ir a mi casa —dice Tommy, mientras termina de calentar. Me mete prisa.

Pongo los ojos en blanco y paso de su cara. Me hago una coleta para que no me moleste el pelo. Ya estoy lista.

—Cuatro vueltas. El primero que dé cuatro vueltas, gana.

No recuerdo exactamente cuánta distancia fue la última vez, pero debería ser algo parecido. Quiero ganarle en igualdad de condiciones. Con las mismas reglas.

—Está bien. Cuando digas —dice él, colocándose en la línea.

Suelto un suspiro y me replanteo si estoy lista o no.

«Sí. Tengo que estarlo», me digo para motivarme.

Una chica, unos años mayor que nosotros, aparece. Parece que viene de entrenar, porque está sudada. Digo parece, porque desde luego no viene de comerse un chuletón a las finas hierbas.

—Eh, ven un momento —le dice Tommy, desbordando amabilidad por los cuatro costados.

La chica, incrédula, se acerca.

—Tienes que darnos la salida. ¿Igualdad de condiciones, no? —me lo dice a mí, con ese tono chulesco que no se le cae nunca.

No le contesto. Miro a otro lado. La chica, a pesar de todo, acepta. Me sorprende lo fácil que es hacer que algunas mujeres se rebajen solo porque un hombre lo ordena con voz firme.

—¿Preparados? —pregunta sin mucha convicción.

Asentimos. Los nervios me sacuden las piernas.
Da la salida. Corremos.

Empiezo con el ritmo que sé que puedo llevar. Escucho mi corazón, rápido pero firme. Para mi sorpresa, Tommy no va delante. Tampoco detrás. Voy a su ritmo. Algo que hace un mes no podía hacer.

La primera vuelta. La segunda. Las hago casi sin despeinarme.

En la tercera, ya me cuesta. Pero empiezo a escaparme de él. Me doy el lujo de mirar atrás. Su cara refleja cansancio, sorpresa... e incredulidad.

Yo sigo. Y gano.

La satisfacción me recorre todo el cuerpo. Sigo corriendo veinte metros más, sin darme cuenta. Como si no quisiera que terminase.

Tommy cae al suelo, rendido. Humillado por alguien que creía que nunca podría ganarle. Pero llevo un mes entrenando con esta imagen delante de mí. Incluso en Navidad, en Phoenix, sin circuito, salía a correr.
Esto es mío.

—Ahora te vas a tragar tus palabras y a reconocer que soy mejor.

—Está bien, lo reconozco. Pero bájate de la luna —dice, mientras rebusca en su mochila. Saca una botella de agua. Yo hago lo mismo.

Se sienta con los brazos apoyados en el suelo. Respira hondo. Creo que está empezando a asimilar lo que ha pasado.

—¿Leíste el libro que te regalé?

De todas las preguntas posibles, esa no me la esperaba.

No sé qué contestar.

—No me gustó. La protagonista se suicida al final porque no aguanta la presión. Vaya mierda de historia.

El silencio se instala durante varios segundos. Tommy piensa... o al menos eso parece. Luego habla.

—No has entendido una mierda de la historia.

Qué fino el chico, de verdad.

—El quid de la cuestión es que la protagonista no se siente valorada. Por eso le pone los cuernos al marido. Y aunque sea una historia de hace más de cien años, da igual en qué siglo estemos: si una persona no se siente valorada por quien tiene al lado, nunca será feliz.

—¿Y qué quieres decir con eso?

—Nada. Saca tus propias conclusiones —responde.

Se coloca ambas manos detrás de la cabeza y se marcha silbando, dejándome con la duda.



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En el texto hay: pareja, adolescente, amor

Editado: 15.10.2025

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