Son
La semana transcurre sin sobresaltos, tan tranquila que hasta roza el tedio. Apenas he podido hablar con Son: nuestros horarios han ido en direcciones opuestas, como trenes que nunca coinciden en la estación. Yo he pasado de la oficina al entrenamiento, y de allí a los libros, dejando que la noche me atrapara entre apuntes y cansancio.
Abandono mi cueva en busca de algo que llevarme a la boca, un gesto tan básico como necesario para sobrevivir. Pero al llegar a la cocina me detengo en seco.
La escena que me recibe me deja helada.
Eli está sentada a la mesa con un libro en las manos.
Eli… y un libro. Dos mundos que jamás habría pensado compatibles. Y, sin embargo, ahí está, completamente absorta en la lectura.
Me acerco con cautela, espiando la portada. Tardo apenas unos pasos en reconocerlo.
¡Es mi libro!
Bueno, en realidad, el que Tommy me regaló para que lo leyera. Todavía no logro comprender qué pretendía con aquel obsequio, incluso semanas después.
—¿Qué lees? —pregunto, fingiendo ignorancia aunque ya lo sé.
—El libro que te regaló Tommy. No está mal. Utiliza palabras antiguas, pero me sirve para soltarme con el idioma.
—Buena idea —digo, dándome la vuelta para servirme un vaso de agua.
—Por cierto… necesito pedirte un favor.
Ese tono no presagia nada bueno.
—Tú dirás.
La miro con paciencia, esperando la confesión.
—Tommy ha tenido un problema en su apartamento. Y como aquí sobra una habitación, pensé que quizá…
—No —la interrumpo de inmediato. Sé adónde quiere llegar, y la respuesta es rotunda.
No soporto a ese tipo ni un rato; imaginarlo bajo el mismo techo me provoca urticaria.
—Si somos tres, pagarías menos de alquiler.
Por un instante, la idea titila como una bombilla encendida. Menos gasto… pero el sentido común pronto se impone. No solo por lo borde que es Tommy, también por lo que pensaría Son. En su lugar, yo ya habría perdido los nervios con cualquiera que se le acercara demasiado.
—Que no —insisto—. Seguro que mea de pie, deja la tapa levantada y llena el baño de pelos. Y apuesto diez pavos a que nunca limpia.
—Lo conozco, y no es así —replica Eli, con un entusiasmo que casi convence. Su capacidad de persuasión debería estudiarse.
—Será solo un mes… dos como mucho —añade, poniendo cara de súplica.
El ahorro sería tentador. Pero mi cabeza se llena de dudas y excusas. Me llevo las manos a las sienes, tratando de ver con claridad.
—Son me va a matar, pero… de acuerdo.
—¡Gracias, amiga!
—Que quede claro: solo lo hago por pagar menos.
El arrepentimiento me muerde apenas pronuncio el “sí”. Recojo algo rápido de la nevera y me encierro en mi habitación.
La noche ya ha caído tras la ventana. Estoy agotada, incapaz de concentrarme en el estudio. Busco una película, cualquier cosa que me distraiga de la decisión absurda que acabo de tomar.
Entonces suena el móvil: Son me escribe que acaba de llegar del trabajo. Aprovecho y lo llamo.
—¿Cómo estás? —le pregunto, acomodándome en la cama.
—Bien. Hoy hablé con el rector de la universidad. Si todo sale como espero, en unas semanas podré mudarme allí contigo. He tenido que convencer a profesores y director para que me apoyen, porque por nota no me aceptaban. Allí son muy estrictos.
Mi corazón da un vuelco. Es la mejor noticia en semanas. Ya había empezado a resignarme a la distancia hasta terminar la carrera.
—Me alegro muchísimo, cariño. No sabes las ganas que tengo de que pase —respondo, aunque intento no ilusionarme demasiado; sé cómo es Son.
—¿Y tu madre? ¿Ya lo sabe?
—Todavía no. Estoy esperando el momento adecuado.
Traducción: nunca. Lo conozco demasiado bien.
—Seguro que lo encontrarás —miento con dulzura.
—Ya veremos qué nos deparan los nuevos capítulos de Son.
—Qué tonto eres —rio, dejándome contagiar por su humor.
Seguimos charlando. Entre bromas me dice que le están saliendo canas de tanto esperar. Lo acuso de mentiroso, recordándole que con su pelo platino es imposible.
De pronto, doy un grito:
—¡La encontré!
—¿Cuál?
—Moulin Rouge. La he visto mil veces y nunca me canso.
—Yo no la he visto. Pero, si la conoces de memoria, quizá prefieras otra.
—No, está.
—Si quieres, puedo elegir yo.
—No, por favor, no me hagas eso.
La última vez que Son eligió película me quedé dormida a los veinte minutos. Era tan mala que tuve que fingir que se había caído el internet, y luego buscar un resumen para no delatarme. Ni siquiera recuerdo el título.
—Está bien —concede—. Vemos esa.
Sincronizamos la reproducción y empezamos a comentarla como si estuviéramos en la misma habitación.
Sé que no es igual que tenerlo cerca, tocar su piel cálida o respirar su aroma. Pero escucharlo reír, sentir sus pequeñas quejas entre escenas, me basta. Hace que todo este esfuerzo, todos estos meses de distancia, merezcan la pena.