01 de Septiembre de 2021.
Dakota del norte. Valley City.
Mi madre golpea fuertemente la puerta.
—Hija levantate que se te va hacer tarde —dice mi madre con malos humos ya desde por la mañana.
No entiendo porque tenemos que madrugar todos los días cuando hoy es sábado y no tengo nada que hacer.
Decido finalmente poner los pies en tierra porque sino de lo contrario seguramente mi madre entrara en breves momentos como un elefante en una cacharrería.
Me recojo el pelo con la única goma negra que tengo localizada, espero no ser la única mujer sobre la tierra que tiene más gomas pérdidas que coches en el mundo. Se me ha quedado un trozo de mi pelo moreno suelto por recoger. Me pongo mis mallas negras, no me gusta mucho como me quedan pero son las más cómodo para ir a correr. Me miro al espejo.
—¡No puede ser! —digo gritando mientras me tapo la boca para no gritar más y que me escuchen mis padres.
Me ha salido un grano como un volcán, de esos que tiene orificio de entrada y salida. Me ha salido al lado de mi ojo castaño. No se que voy hacer para tapar esto porque por mucho que le eche maquillaje no lo voy a poder tapar. No voy a poder salir a la calle en los próximos días.
Decido omitirlo, me pongo a mirarme el lunar que tengo debajo del brazo, justo al lado del hombro, para mucha gente parecera una tonteria pero lleva el mismo lunar que mi abuela que falleció hace unos años. Desde entonces creo que me defiende y me cuida a través de él. Es muy especial para mi.
Bajo las escaleras hasta el piso de abajo, la mesa con el desayuno ya está puesta y mi padre con el periodico mañanero y su café con tostada también está instalado en ella. Paso a la cocina y trato de hacer el menor ruido posible.
—Buenos días a todos —digo casi murmurando para que no me respondan pero al menos para que tampoco me echen la bronca por no saludar.
—Buenos días Amber —dice mi padre casi sin apartar la vista de la sección de deportes.
Les encantan los deportes como a mí, pero de otra manera. Mis padres se conocieron en una competición, desde entonces no se han separado y su vida está resumida para ello.
Desayuno lo más rápido que da mi garganta y me subo a mi cuarto a vestirme, hoy he decidido ir a correr, me he marcado como objetivo veinte kilómetros.
La zapatilla golpea violentamente sobre el suelo, llevo un ritmo de cinco veinte, todavía es lento para el tiempo que quiero hacer pero lo voy a conseguir poco a poco.
Mientras corro escucho el latido de mi corazón como si lo llevase fuera. La respiración me sobrepasa, estoy llendo al límite al final.
Término, empieza a andar para recuperar el sentido y las pulsaciones. Son las nueve de la mañana, ya he hecho mi ejercicio diario. Ahora me iré a casa a estudiar para el examen del lunes.
Giro la calle, Héctor pasa por esta misma calle.
¿Cuantas posibilidades hay de que esto suceda?
Va tan guapo como siempre, con su pelo arreglado, flequillo a los cuatro vientos rubio, va con esa sudadera roja que tanto me gusta y tan perfecto le queda y su vaquero que le hace un culo que está para comérselo.
¿Pero que estoy pensando?
Mierda, el grano, seguro que se ha fijado, seguro que ahora ya ni me va hablar o va a pensar que soy una paella viviente.
Cada vez que pasa Héctor por mi lado me pongo más roja que un tomate tartamudeo y siempre digo lo primero que se me viene a la cabeza sin ningún sentido.
—Hola —dice amablemente y sin intención segura de ligar conmigo.
—Ho… olla —madre mía que ahora mismo me caiga un piano encima.
—¿Que? —pregunta riendose.
—Nada, que estaba pensando que tenía que comprar y me he liado —le respondo rascándome el brazo, siempre que miento hago esto, menos mal que esto no lo sabe él.
—Ah ya jajajaja —se ríe, seguro que ni le ha hecho gracia—. Me tengo que ir, nos vemos en clase, adios —por el horizonte se marcha el chico que llevo colada más de dos años por él.
Sigo andando la calle, me quedan pocas manzanas para llegar a mi casa.
Abro la puerta despacio para no tener un recibimiento a lo grande.
—¿Que tal hija? ¿que ritmo has llevado? —me pregunta mi padre que está preparado para irse con la bici con los amigos.
—Casi seis minutos, no está mal…
—Bueno, se puede mejorar siempre, adios… —se va, para mi padre nunca es suficiente.