Todavia Guardo Tu Carta Bajo La Almohada

Capítulo 5

La oscuridad de la noche se cernía sobre Chicago, una manta pesada que prometía un frío implacable. En mi habitación, las sombras danzaban en las paredes, reflejos distorsionados de mis pensamientos. El reloj digital marcaba las 3:17 AM, pero para mí, el tiempo se había detenido en el instante en que el nombre "Caleb" se formó en la boca del hombre del abrigo, con los ojos de Charlie. Me levanté de la cama, mi cuerpo una masa inerte de cansancio y tensión. El edredón, que antes me había parecido un refugio, ahora se sentía como una trampa.

Me acerqué a la ventana, la frente pegada al cristal frío. Afuera, la ciudad dormía, envuelta en un silencio que contrastaba brutalmente con el caos de mi mente. Cada latido de mi corazón era un tambor, resonando el nombre de Caleb, la imagen de esos ojos azules idénticos. La familiaridad que sentía con Charlie ahora tenía un rostro, una conexión que me parecía imposible, absurda, pero innegable. La línea entre mis sueños y mi realidad se había borrado, y me sentía a la deriva en un mar de incertidumbre.

La necesidad de un café, de algo caliente que me anclara al presente, era imperiosa. Bajé a la cocina en penumbra, mis pasos resonando en el silencio de la casa. El aroma tenue del café que mi madre había preparado horas antes aún flotaba en el aire, un recordatorio de su presencia silenciosa. Me serví una taza, el vapor empañando el cristal de mis lentes, difuminando aún más la ya borrosa línea entre el día y la noche. Me senté en el taburete de la barra, las manos temblorosas aferradas a la taza, intentando absorber el calor, intentando absorber la calma que se negaba a llegar. Mi mente seguía girando, un carrusel de preguntas sin respuesta.

¿Quién era Caleb? ¿El hombre del abrigo? ¿Y qué conexión tenía con Charlie? ¿Cómo era posible que sus ojos fueran tan idénticos, tan profundamente tristes? La coincidencia era demasiado grande para ser solo eso. Mi mente, que siempre buscaba patrones, ahora veía uno, uno que me aterraba. Mi madre había guardado un secreto durante años, un secreto que se había manifestado en lágrimas, en un silencio opresivo, en un nombre susurrado. Y ahora, ese secreto parecía haber encontrado su camino de regreso, encarnado en los ojos de Charlie.

El frío de la habitación me calaba hasta los huesos, pero no era el frío del invierno, sino el frío de la revelación, el frío de la incertidumbre. Sentí un escalofrío que me recorrió desde la cabeza hasta los pies. La curiosidad se mezclaba con el miedo, una combinación potente que me dejó sin aliento. Mi corazón latía desbocado, como un pájaro atrapado en una jaula, golpeando contra mis costillas, intentando escapar. La noche se sentía más larga que nunca, y supe que, a partir de ese momento, mi vida no volvería a ser la misma. El misterio de Charlie Thompson y el fantasma del hombre del abrigo se habían unido, y yo, Lizzy, estaba a punto de sumergirme en ellos, sin saber si encontraría la verdad o si me perdería para siempre en el intento.

Me vestí para ir a clases, la ropa que había elegido el día anterior parecía ajena, como si mi cuerpo no fuera del todo mío. Jeans y una sudadera, lo de siempre. El cabello en una cola de caballo alta, intentando domar los rizos rebeldes que hoy se sentían más indomables que nunca. El aire de la mañana era gélido, y envolví mi bufanda alrededor de mi cuello, sintiendo el tejido áspero contra mi piel. Salí de casa, mis pasos automáticos, dirigiéndome a la preparatoria, pero mi mente estaba en otra parte, en el eco de voces lejanas, en la silueta de un hombre sin rostro. El sol, aunque ya se había levantado, se sentía débil, incapaz de disipar la oscuridad que me rodeaba.

El campus de Payton estaba lleno de vida, como siempre. El murmullo de los estudiantes, las risas, el sonido de los casilleros cerrándose. Pero para mí, todo era un ruido de fondo, un telón de fondo para mis propios pensamientos. Mis ojos buscaban a Charlie. Inconscientemente. Como si al verlo, pudiera desentrañar el misterio que se había apoderado de mi mente. No lo encontré. No en los pasillos, no en la cafetería, no en el patio. Una extraña decepción me invadió, una punzada en el pecho que no esperaba. Era como si su ausencia lo hiciera aún más presente en mi cabeza.

Las clases pasaron como una película a la que no prestaba atención. Mr. Robert seguía con su monólogo sobre la literatura victoriana, su voz arrullándome, pero no lograba concentrarme. Mis ojos vagaban por el aula, observando los rostros familiares de mis compañeros, las expresiones de aburrimiento o de concentración. Pero mi mente volvía una y otra vez a él. A Charlie. A sus ojos azules, a la melancolía que lo rodeaba como un aura. La sensación de familiaridad que me atormentaba no se disipaba, sino que se intensificaba con cada minuto.

Después de la clase de Mr. Robert, Caroline me esperaba en el pasillo, con su sonrisa habitual, su energía desbordante.

—¡Lizzy! —exclamó, sus ojos brillantes al verme. —Por tu cara, diría que el chico de los ojos tristes te está volviendo loca. ¿Adiviné?

Sonreí a medias, una sonrisa débil que no llegó a mis ojos. —Más de lo que imaginas. Necesito hablar contigo. Urgente.

Caroline notó mi tono, la seriedad en mi voz. Su sonrisa se desvaneció, reemplazada por una expresión de preocupación genuina. —Vaya. Esto suena grave. ¿Un corazón roto prematuro? ¿O algo peor?

—Algo mucho peor —murmuré, sintiendo un escalofrío. —Es sobre Charlie. Y un sueño. Y un nombre. Y mi madre. Todo es un caos.

Ella asintió, me tomó del brazo y me arrastró hacia un rincón más tranquilo del pasillo, lejos del bullicio de los estudiantes. Era nuestro lugar secreto, un pequeño refugio donde podíamos hablar sin ser interrumpidas, un espacio donde nuestros secretos se sentían un poco más seguros.

—A ver, suelta la sopa. Estoy lista para tu drama existencial mañanero —dijo, intentando aligerar el ambiente, pero sus ojos me decían que me tomaba en serio.




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