Todavia Guardo Tu Carta Bajo La Almohada

Capítulo 12

La noche se cernió sobre la ciudad, densa y silenciosa, pero en mi habitación, el eco de la pequeña caja de música aún resonaba en mi mente, mezclándose con el persistente sonido de la lluvia contra el cristal. Los objetos que había rescatado del desván —la foto de Caleb y Lily, el pañuelo bordado con las iniciales C.L., el medallón de plata con los rostros de Caleb y la mujer desconocida— yacían sobre mi colcha, iluminados por la tenue luz de la lámpara de noche, cada uno una pieza tangible de un rompecabezas que se volvía cada vez más intrincado y personal.

Mis dedos trazaron el contorno del medallón, sintiendo el frío del metal contra mi piel, mientras mi mirada se fijaba en el rostro de la mujer desconocida. Sus ojos, aunque solo una imagen antigua, parecían albergar una profunda melancolía, una tristeza que me resultaba extrañamente familiar, casi idéntica a la que a veces percibía en la mirada de Charlie.

La similitud era inquietante, demasiado fuerte para ser una mera coincidencia, y una pregunta urgente comenzó a formarse en mi mente: ¿Quién era ella y cómo encajaba en esta enredada historia que se estaba revelando ante mí?

La conexión entre Charlie y Caleb, que antes era una intuición vaga basada en sueños y sentimientos, ahora se sentía como una verdad innegable, casi palpable. La foto de Caleb, tan parecida a Charlie, la tristeza compartida, los sueños recurrentes de lugares y personas desconocidas que se sentían familiares; todo apuntaba a un mismo origen, a una misma historia compartida que se había mantenido oculta por demasiado tiempo. Era como si el destino, con sus hilos invisibles, hubiera tejido un lazo entre nosotros.

La libreta negra, mi confidente silenciosa, estaba abierta en mi regazo, esperando. Necesitaba escribir, necesitaba plasmar esta nueva avalancha de información, estas nuevas preguntas que surgían con cada descubrimiento, cada objeto que revelaba un fragmento más del pasado. Mi mano se movió impulsivamente, buscando el bolígrafo, dispuesta a dejar que las palabras fluyeran, a que las “frases sin dueño” encontraran su camino, como siempre lo hacían en momentos de revelación.

“Las melodías antiguas susurran verdades olvidadas, trayendo ecos de tiempos que se creían perdidos.” Escribí, pensando en la caja de música y en cómo su dulce y triste melodía había llenado el desván, despertando emociones que no eran mías. Era como si la música fuera un portal, un puente hacia las memorias de quienes la habían escuchado antes, cargada de sus propias historias y sus propios dolores.

“Los objetos guardan el alma de quienes los amaron, convirtiéndose en custodios silenciosos de historias no contadas.” Mi mirada se posó en el pañuelo con las iniciales y en el medallón, sintiendo el peso de las vidas que habían tocado esos objetos. Eran más que simples pertenencias; eran reliquias cargadas de significado, testigos mudos de un pasado que se negaba a permanecer enterrado, clamando por ser recordado y comprendido.

“Los ojos de los que se fueron, viven en los que quedan, un legado de miradas y secretos que se transmiten a través del tiempo.” Esta frase, en particular, me hizo pensar intensamente en Charlie. Sus ojos, tan parecidos a los de Caleb, esa melancolía compartida, el aura de misterio que lo rodeaba; todo apuntaba a un mismo origen, a una conexión profunda que trascendía la casualidad. Sentía una punzada de esperanza, mezclada con una creciente ansiedad.

Quizás Charlie no era solo un chico que me atraía con su calma y su enigmática presencia. Quizás él era, de hecho, la clave para entenderlo todo, el eslabón perdido en esta cadena de secretos que se extendía desde el pasado hasta mi presente. La posibilidad de que estuviéramos conectados por algo tan profundo y trágico como la historia de Caleb me abrumaba, pero también me daba una extraña sensación de propósito, de que mi búsqueda no era en vano.

La noche siguió su curso, y aunque la lluvia continuaba su ritmo constante, ya no me sentía sola en la inmensidad de la oscuridad. Tenía a Caleb, a Lily, a la mujer desconocida del medallón, y la promesa implícita de Charlie, todos ellos figuras en un mural que apenas empezaba a pintar. La búsqueda no había hecho más que empezar, y cada descubrimiento, por pequeño que fuera, me impulsaba a seguir adelante, a desentrañar cada capa de este misterio.

A la mañana siguiente, el cansancio se reflejaba en mis ojos, pero mi mente estaba más despierta que nunca, procesando cada detalle de la noche anterior. La necesidad de hablar con alguien, de compartir lo que había encontrado, era casi insoportable. Mi primera opción, por supuesto, era Caroline, mi mejor amiga, pero sabía que este era un asunto delicado, demasiado personal, y que implicaba a mi madre de una manera que no podía simplemente soltar.

La idea de hablar con mi abuela, la madre de mi madre, comenzó a tomar forma en mi cabeza. Ella era la persona más cercana a ese pasado, la única que quizás podría arrojar algo de luz sobre Caleb sin alertar a mi madre. La abuela siempre había sido una mujer de pocas palabras, pero sus ojos guardaban historias, y su sabiduría silenciosa a menudo revelaba más que cualquier discurso.

Decidí que la visitaría esa misma tarde, con la excusa de llevarle unas flores o simplemente pasar tiempo con ella. Sería una conversación casual, pero mis preguntas serían cuidadosamente formuladas, buscando grietas en la pared de silencio que rodeaba a Caleb. No mencionaría la foto de inmediato, ni el medallón; esperaría el momento oportuno, una señal, una apertura en su conversación que me permitiera introducir el tema.

Mientras tanto, la imagen de Charlie no dejaba de aparecer en mis pensamientos. ¿Debería contactarlo? ¿Debería contarle lo que había encontrado, lo que sospechaba? La idea me aterraba y me emocionaba a partes iguales. Si mis intuiciones eran correctas, él también estaba involucrado en este misterio, quizás sin saberlo, y compartirlo podría ser un paso crucial, pero también un riesgo enorme.




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