Todavía te amo

Prólogo

El viento olía a tierra mojada y a pasto recién cortado. La finca se extendía hasta donde alcanzaba la vista, rodeada de caballos y del canto lejano de las cigarras. El sol de la tarde se filtraba entre los árboles cuando el lujoso coche negro se detuvo frente a la casona.

Meryl estaba de pie junto a la puerta, inmóvil, con un vestido crema sencillo que resaltaba su figura y un abrigo ligero sobre los hombros. Su cabello negro caía como un velo y sus ojos azules, intensos, se entrecerraron al ver cómo la puerta trasera del coche se abría.

Primero bajó Layla, su hijastra, la joven rubia de sonrisa altiva que nunca había ocultado su desprecio por ella. Su mirada se desvió al otro lado del vehículo, cuando un hombre alto salió, ajustándose el saco oscuro de su traje. Llevaba la camisa blanca abierta en el cuello.

Cuando se quitó los lentes de sol, revelando sus ojos mieles, Meryl sintió que el aire le faltaba.

Oh, Dios… no puede ser.

El futuro esposo de su hijastra era Rhex Waller, el hombre que había amado con desesperación a los dieciocho años, el mismo que la abandonó el día que iban a casarse en secreto… y se marchó lejos rompiéndole el corazón.

—Bienvenidos —dijo Angus, su esposo, mientras se adelantaba para abrazar a Layla—. Hace tantos años que no te veía, hija.

—Me alegra verte, padre —respondió ella con una sonrisa ensayada. Luego giró hacia el hombre que la acompañaba—. Te presento a Rhex Waller, mi prometido.

Él guardó los lentes en el bolsillo y alzó la vista hacia Angus, estrechándole la mano.

—Señor, es un honor conocerlo —dijo con voz grave, segura.

—El honor es mío —replicó Angus, orgulloso—. Ella es Meryl, mi esposa.

Entonces Rhex miró hacia la puerta… y la vio. Meryl avanzaba lentamente, y por un instante su corazón se detuvo.

Aquella mujer de ojos azules, tan intensos como fragmentos de cielo, y cabello negro como la noche, seguía siendo tan hermosa y magnética como la recordaba. Su sola presencia imponía, lo desarmaba. Era ella… la mujer que había amado con toda el alma.

La misma de la que le dijeron que lo abandonó al enterarse de su enfermedad porque no soportaba la idea de estar al lado de un moribundo.

Y ahora estaba allí, del brazo de su suegro.
¡Era la madrastra de su prometida!

¿Pero qué demonios estaba pasando? .

—Mi vida, él es Rhex Waller… el prometido de Layla. —dijo Angus sin sospechar nada.

Meryl respiró hondo, obligándose a sonreír mientras su corazón amenazaba con detenerse.

—Mucho gusto, señor Waller —susurró, extendiendo la mano.

Rhex la tomó, y en ese instante todo lo que creían enterrado volvió con una fuerza devastadora.

Maldita sea… por qué tiene que ser ella, pensó Rhex.

Dioses… por qué tuve que volver a encontrármelo después de tantos años, pensó ella.

—Encantado, señora… —murmuró Rhex, sin apartar sus ojos de los de ella.

De pronto, un niño salió corriendo del patio trasero, las botas llenas de barro y un sombrero de vaquero ladeado sobre la cabeza.

—¡Mamá! ¡Estaba jugando con los potrillos de Dora! —gritó, lanzándose a los brazos de Meryl.

Ella lo atrapó enseguida, cubriéndolo con el cuerpo, como si quisiera esconderlo, pero era tarde. Rhex lo miró… y se quedó helado.

—Él es Bastián, mi hijo. Ya sabe que no debe ir solo a los establos, pero no hace caso —dijo Angus, riendo y acariciando el cabello del pequeño.

Meryl apretó un poco más fuerte al niño. Su vista seguía fija en la de Rhex, temblando ante la verdad que solo ella conocía: ese niño era suyo… y él no tenía idea.




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