Tiempo Atrás...
Meryl caminaba con paso tembloroso, el corazón en un puño y la garganta hecha un nudo. Llevaba el vestido de novia —corto pero bonito—, escondido bajo un abrigo oscuro, y el móvil a punto de apagarse apretado entre sus dedos helados.
Eran las once de la mañana. Quedaron en verse a las ocho, pero su novio Rhex no había aparecido en el registro civil.
No sabía nada de él desde la noche anterior cuando se despidió diciendo que la amaba. No hubo llamadas. No hubo mensajes esa mañana. Solo silencio. Uno que dolía. Que calaba más que la lluvia que empapaba su cabello y le corría por el cuello.
El plan había sido simple, casi romántico a su manera: una boda secreta, sin invitados, sin padres, sin la sombra de esa familia empeñada en separarlos. Solo ellos dos y el amor que les bastaba para enfrentarlo todo. Iban a casarse y luego desaparecer, antes de que lo enviaran a estudiar al extranjero como él le había dicho.
Ella llegó puntual al registro civil. Nerviosa, emocionada, convencida.
Pero él… nunca llegó. Y tampoco le respondía las llamadas.
Ahora estaba allí, frente a la enorme casa de los Waller, completamente empapada y con el alma hecha pedazos.
—Vamos, Rhex… necesito verte... saber que estás bien —susurró mientras tocaba el timbre, la voz ahogada por las lágrimas que amenazaban con caer—. Por favor… mi amor...
Golpeó la puerta con más fuerza. El cielo rugió con un trueno que la hizo estremecer. El miedo le revolvía el estómago. Algo había pasado, lo sentía. Tal vez lo habían descubierto. Tal vez su padre, el siempre severo señor Waller, lo había encerrado en alguna parte para evitar que se fugaran.
La puerta se abrió de golpe, y allí estaba él.
No Rhex, sino su padre, con la misma expresión fría y altiva de siempre.
—Tú... —dijo, sin molestarse en ocultar lo mucho que le molestaba su presencia.
Meryl tragó saliva, sosteniéndose como podía.
—Estoy buscando a Rhex. Teníamos… teníamos una cita esta mañana.
No pudo decir más. Las palabras se le atragantaban en la garganta.
El señor Waller la miró con esa mezcla de lástima y desprecio que usaba con cualquiera que considerara inferior.
—¿No te lo dijo?
Ella frunció el ceño, dando un paso atrás.
—¿Decirme qué?
El hombre soltó un suspiro que sonó más a burla que a compasión.
—Rhex se fue esta mañana. Tomó un vuelo al extranjero. No va a regresar.
Sintió como si una ráfaga helada le atravesara el pecho.
—Eso no es verdad —murmuró, negando con la cabeza—. Él me ama. Él no haría eso sin hablar conmigo...
El señor Waller se encogió de hombros con indiferencia.
—Puedes intentar llamarlo para que sea el mismo quien te lo diga, pero dudo que te conteste. Antes de irse, nos pidió que, si venías, te entregáramos esto.
Sacó del bolsillo un dije plateado. El mismo que Meryl le había regalado a Rhex en la graduación, con sus iniciales grabadas. Y que él prometió que nunca se lo iba a quitar.
Su mundo se detuvo por un segundo.
—Mi hijo finalmente recapacitó y se dio cuenta de que tú no estás a su altura. Él es heredero de un gran imperio y tú solo eres una infeliz campesina, que tuvo la dicha de conocerlo gracias a una beca que te permitió estudiar en su mismo colegio —añadió con crueldad.
Un nudo se formó en su garganta mientras tomaba el dije con manos temblorosas.
No podía ser cierto.
No Rhex.
Él la amaba. Él jamás la habría abandonado así. Sin darle la cara.
—¡Está mintiendo! —gritó, con la voz rota—. ¡Dígame en dónde tiene a Rhex! ¡Él nunca me haría esto! ¿¡Qué le hizo!? ¡Le exijo que me deje verlo!
—Baja la voz. Ya te dije que mi hijo se fue. Allá tú si no me crees. Él ya no quiere nada contigo. ¿En serio creíste que se casaría con alguien como tú? Bájate de esa nube, por dios —Meryl lo miró atónita. ¿Cómo sabía de la boda? ¿Era posible que Rhex se lo hubiera dicho? ¿Y por lo tanto todo lo demás era verdad? No. No.—. Lo mejor que puedes hacer es olvidarte de él… porque no lo volverás a ver jamás.
—¡No es verdad! —sollozó, aún negándose a creerlo.
Él siempre le había dicho que la amaba, especialmente aquella vez en que perdieron su virginidad juntos. Él le dijo que nada era más importante que estar juntos. No podía haberse ido así.
Un coche deportivo azul se estacionó en la propiedad y ella se giró de golpe. Era Adán, el hermano de Rhex.
Se precipitó hacia él, tambaleándose, empapada y herida, pero decidida a descubrir la verdad.
Si alguien sabía lo que estaba pasando, ese era él.
—Meryl… —dijo al bajar del coche y encontrarse cara a cara con la pelinegra.
—¡Adán! —sollozó, apoyándose en él para no caer—. ¡Por favor, te lo suplico, dime la verdad! Dime que Rhex no me dejó. Que no se fue lejos como su padre me dijo. ¡Dímelo, por favor!
Editado: 21.08.2025