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Meryl no podía dejar de leer el mensaje una y otra vez. Las palabras estaban ahí, crueles, frías, demoledoras.
No podía respirar. Se llevó ambas manos al rostro con las lágrimas cayendo sin control, ahogando un grito que no pudo contener. Su pecho dolía como si alguien le hubiera arrancado el corazón con las manos.
¿Por qué le estaba pasando todo esto? ¿En qué momento su pequeño pero perfecto mundo se vino abajo?
Era una pesadilla.
—Disculpe… —llamó Rhex con voz ronca a una enfermera—. ¿Ha visto un dije? Un colgante plateado...
La mujer lo miró con un gesto confuso.
—¿Un dije? No, lo siento… no sabría decirle.
Se encogió de hombros, y salió de la habitación.
Rhex se quedó en silencio, con el nudo en la garganta haciéndose más denso. No podía ser. No podía haberlo perdido. Apretó la sábana con los dedos, intentando ahogar el pánico.
Unos segundos después, la puerta se abrió y entraron sus padres, seguidos de su hermano mayor.
—¿Y ese rostro? —dijo su madre—. ¿Estás bien?
—¿Dónde está el dije? —preguntó él sin rodeos—. El que tenía en el cuello antes de desmayarme… ¿alguien lo tomó?
Los tres intercambiaron miradas.
—¿Dije? —preguntó su madre, confundida.
—Sí. El colgante que me dio… —no pudo pronunciar su nombre—, siempre lo tenía conmigo.
Michael soltó un suspiro.
—Debe haberse perdido cuando te desmayaste. No es momento de preocuparse por baratijas, Rhex. Lo importante es tu salud.
—No era una baratija —espetó con la voz quebrada por el dolor—. Era importante para mí.
Miranda se acercó y le acarició la cabeza con ternura.
—Pediré a las criadas que lo busquen en casa. No pienses en eso ahora —le dio un beso en la frente—. Tienes que tratar de estar calmado. En unos minutos te trasladan a Alemania y yo iré contigo. Tu padre y tu hermano nos alcanzarán después.
Rhex quiso insistir, pero no tuvo tiempo. En ese momento, el médico tocó la puerta y asomó la cabeza.
—¿Ya se despidieron? Es hora de administrarle el sedante.
Rhex bajó la mirada, ignorando la conversación entre sus padres y el médico. No podía dejar de pensar en ese dije. En lo que representaba. Aunque fuera absurdo aferrarse a algo de alguien que lo había abandonado, no podía soltarlo. No quería. Como si su corazón supiera algo que los demás no.
El médico se acercó a la camilla.
—¿Estás listo?
Rhex solo asintió. Y cuando el sedante entró en su cuerpo, no luchó. Cerró los ojos, dejando que el sueño lo arrastrara, porque dolía demasiado estar despierto.
Él voló rumbo a Alemania con el corazón hecho trizas y la certeza, falsa, de que ella lo había abandonado cuando más la necesitaba.
Ella, en cambio, quedó destruida entre las ruinas de promesas no cumplidas, convencida de que él había jugado con su amor y la dejó por elección.
Ninguno sabía la verdad.
Ninguno imaginó cuán lejos llegarían las mentiras que los separaron.
***
Los días pasaron y Meryl tuvo que obligarse a levantarse, no solo por ella… sino por ese bebé que crecía en su vientre.
Aunque su prima siguió insistiendo en que se deshiciera de él —y ahora, tras haber leído aquel devastador mensaje de Rhex, con mayor razón—, Meryl no pudo hacerlo. No quería hacerlo.
—Sigo sin entender por qué de pronto decidiste ir a ver a tu padre —dijo su tía Domitila, con tono preocupado y los brazos cruzados.
—Mamá, ya te dije que su padre no está bien de salud —intervino Xena, lanzándole una mirada cómplice a su prima—. Y esta necia quiere ir a cuidarlo. No se han visto en años, así que, ¿Por qué no?. Solo será por unos días. Después me alcanzará en la universidad.
Domitila frunció el ceño, poco convencida.
Ninguna de las dos se había atrevido a contarle lo que de verdad pasaba. Ni sobre la traición. Ni sobre el embarazo. Sabían que eventualmente Domitila lo descubriría… pero por ahora, preferían que nadie más lo supiera.
—Gracias por todo, tía —dijo Meryl con la voz cargada de emoción, abrazándola con fuerza—. Gracias por cuidar de mí desde que mamá falleció.
—Llama si surge algo, cariño. Tu padre no es un hombre fácil —dijo Domitila con un suspiro, dándole un beso en la mejilla.
Meryl sonrió con suavidad, aunque su corazón dolía. Luego abrazó a su prima.
—Cuídate mucho. Y si cambias de opinión sobre tener ese bebé… solo dímelo. Veré cómo ayudarte —le susurró Xena al oído, abrazándola fuerte.
—Adiós, Xena…
La megafonía de la estación hizo el último llamado. El tren con destino a la Toscana estaba por partir.
Meryl apretó su bolso contra el pecho, cerró los ojos un instante… y subió tirando de su pequeña maleta.
El tren partió de Roma Termini con el sol elevándose en el cielo, bañando la ciudad con una luz cálida y dorada. Meryl no apartaba la mirada de la ventana mientras los edificios se volvían pequeños a lo lejos, como si Roma —y todo lo que alguna vez soñó en ella— quedara atrás para siempre.
El corazón le latía con fuerza, irregular. En su regazo, sus dedos jugaban con el dije de Rhex, lo único que le quedaba de un amor que aún dolía demasiado.
El pueblo donde su padre la esperaba no prometía nada, pero era su única opción. Meryl no sabía lo que encontraría allá, pero sí lo que dejaba atrás: una vida que se derrumbó de golpe, y a un hombre que —aunque aún amaba— ya no formaba parte de su presente.
Y ahora tenía que olvidarlo. Arrancarlo de su mente y corazón.
Editado: 23.08.2025