Cuando Meryl llegó a la cabaña, encontró a su padre esperándola en el porche.
Mario alzó la mirada y la recorrió con un gesto que mezclaba nostalgia y ternura. En ella veía tanto de su exesposa Diana… esos ojos azules profundos, el cabello negro azabache que caía sobre sus hombros. Nada que ver con su propio cabello castaño y sus ojos color miel.
—Me alegra que te hayas animado a salir a caminar —dijo, apoyándose en la baranda—. Esta finca tiene rincones maravillosos… el manantial, por ejemplo. Y mi favorito: los viñedos, aunque la temporada de la uva ya terminó.
Meryl sonrió apenas.
—Te preparé lasaña —anunció mientras le quitaba la correa a Rocco. El labrador no perdió tiempo y subió al porche para beber agua de su plato.
—Y yo tengo novedades para ti —agregó Mario, invitándola a pasar primero.
En el comedor, Meryl se apresuró a servirle una buena porción de lasaña. Él hablaba de todo un poco, hasta que soltó algo que la hizo detenerse.
—Si nos damos prisa, aún puedes inscribirte en la universidad del pueblo vecino. Las postulaciones no han terminado. No quiero que lo que pasó frustre tus sueños.
Ella dejó el plato frente a él, conteniendo la respiración.
—¿Lo dices en serio, papá?
—Por supuesto. Ya estuve investigando y sé de buena fuente que la Universidad aparte de ser muy buena, es gratuita.
—No... No sé qué decir… —murmuró, mordiéndose el labio inferior.
—Si quieres, hazlo. Eso sí, no hay mucha variedad de carreras.
—Alguna me gustará, gracias —suspiró. La verdad era que había dado por perdida la opción de estudiar, pero su padre le estaba dando la facilidad para que siguiera adelante.
Mario tomó su mano y la apretó con suavidad.
—Mañana mismo puedes acercarte a preguntar. Pediré permiso por unas horas y te llevaré.
Ella asintió, algo entusiasmada.
—Ya que estamos hablando de esto. También quiero buscar un trabajo de medio tiempo para cubrir mis gastos y que tú no tengas que darme nada.
—No es necesario. En la finca gano bien y tengo ahorros. Lo importante es que estudies y salgas adelante. Después de que mi nieto nazca, veremos. Por ahora, solo quiero que estés tranquila y feliz aquí.
Los ojos de Meryl se llenaron de lágrimas. De alguna manera, aunque el abandono de Rhex seguía doliendo y vio lejana la posibilidad de reponerse para continuar con su vida, tener el apoyo de su padre le daba esperanzas.
—Agradezco que me apoyes, papá. Significa mucho para mí, pero de verdad quiero trabajar. No quiero ser mantenida.
Él sonrió, negando con la cabeza.
—No lo eres. Pero si así te quedas más tranquila, buscaré algo para ti… algo que no sea pesado.
Ella se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
—Gracias.
Mario probó finalmente la lasaña y soltó un leve gemido de satisfacción.
—Mmmm... Hace tiempo no comía algo tan bueno. Apuesto a que tu madre te enseñó. Tienes su sazón —dijo, llevándose otro bocado.
Meryl sonrió, un poco más relajada, y comenzó a contarle cómo su madre le había enseñado a cocinar. La primera vez fue cuando tenía diez años. En aquel entonces fue difícil y casi incendia la casa, pero con la práctica fue mejorando. Sin darse cuenta, el tiempo pasó volando.
—En mi paseo me topé con tu patrón, el señor Angus —comentó de pronto.
Mario la miró de reojo, un poco tenso.
—¿Y cómo estuvo el encuentro?
—Parecía amable y muy educado. Me invitó esta noche a una fiesta por el cumpleaños de su hija.
Mario terminó de lavar su plato, cerró el grifo y se secó las manos.
—¿Y tú quieres ir?
—Aún no lo he decidido.
Meryl se encogió en su lugar.
—Si quieres ir, ve —dijo, pensando que eso podría animarla. Dolía verla tan deprimida—. Quizá hagas amistades y así ya no te sentiras tan sola. Quién sabe, tal vez la señorita Layla y tú vuelvan a congeniar.
—El señor Angus dijo que cuando éramos niñas solíamos jugar, pero no lo recuerdo.
Mario sonrió, su expresión más suave.
—En cambio yo, lo recuerdo todo como si hubiera sido ayer. En una ocasión, ella lloró porque tú le hiciste besar un sapo. Siempre decía que era una princesa y, en uno de sus juegos, le conseguiste una rana para que la besara, esperando que se convirtiera en príncipe, como en ese cuento. Fue todo un desastre. Después de eso no quiso volver a jugar contigo.
—Dios… —la peli negra se cubrió la boca, impactada—,¿en serio hice eso?
Su padre asintió, divertido.
—En ese caso, mejor no voy. No vaya a ser que me siga odiando por eso.
—No lo creo. Las dos eran solo unas niñas —dijo él, apoyando ambas manos en sus hombros en un gesto tranquilizador—. Así que si quieres ir hazlo. No es bueno para ti estar encerrada. Te hará bien despejar la mente. Y yo también estaré ahí, ayudando en algunas cosas, así que con más razón espero que te animes.
Meryl dio un paso atrás y se apoyó en la encimera.
—Bueno, ya veremos… de momento no me apetece.
—Como quieras.
Lo acompañó hasta la puerta y lo observó alejarse hacia la casa grande a continuar con sus labores de capataz.
.
Horas después, Mario revisaba a los nuevos caballos en el corral cuando Angus apareció.
—Son magníficos —comentó el patrón, deteniéndose a su lado y observando con detenimiento el brillo de sus pelajes.
—La mejor compra que has hecho en mucho tiempo —respondió Mario, sin apartar la vista de los animales—. Con ellos y las yeguas tendremos potrillos de primera.
Angus alargó la mano y acarició la sedosa melena de uno de los pura sangre.
—Me topé con tu hija al medio día —murmuró entonces, con un dejo de interés en la voz.
Mario asintió despacio.
—Ella me lo mencionó. También me dijo que la invitaste a la fiesta de tu hija.
—Lo hice. Aunque no parecía interesada en ir.
—Con todo lo que le ha pasado, dudo que una fiesta sea su prioridad.
Angus lo observó con curiosidad.
Editado: 26.08.2025