Todavía te amo

5.2

Angus pasó los dedos con suavidad por el rostro húmedo de Meryl, apartándole los mechones de cabello que se habían pegado con sus lágrimas. La pobre había llorado hasta el agotamiento, hasta quedarse profundamente dormida en medio de su dolor.

La cubrió con cuidado con el edredón, como si temiera quebrarla con un movimiento brusco. Luego se puso de pie y salió de la habitación en silencio, procurando no hacer ruido.

Un trueno retumbó afuera, haciendo temblar los cristales de las ventanas. Cada destello iluminaba la casa vacía, acentuando esa soledad que parecía expandirse como una sombra.

Bajó las escaleras despacio y se dirigió a la cocina. Pensó en preparar algo caliente para ella, quizá una sopa ligera, algo que pudiera reconfortarla cuando despertara.

De pronto, un ruido lo frenó en seco. Venía de la entrada, pasos torpes o un golpe contra la madera. Frunció el ceño. No podía ser ninguno de sus empleados, a todos les había dado el día libre por respeto a la desgracia.

Siguiendo el sonido, llegó hasta la puerta principal. La abrió, y allí estaba Rocco, el labrador de Mario, empapado por la lluvia. El animal jadeaba, con la mirada encendida de angustia.

—¿Qué haces aquí, muchacho? —murmuró Angus, agachándose.

Al ver la mano acercarse, Rocco enseñó los dientes. Siempre había sido arisco con él, desconfiado con casi todos, excepto con su amo y con Meryl.

—Tranquilo —dijo Angus en un tono bajo, sin retirar la mano—. No voy a hacerte daño… Tú también lo extrañas, ¿verdad? Tú también estás de luto por Mario.

El perro se sacudió con fuerza, esparciendo gotas de agua por la entrada. Luego, sin esperar más, olfateó el aire y subió corriendo las escaleras, directo hacia la habitación dónde dormía Meryl.

Angus lo observó marchar, dejando tras de sí huellas mojadas en el suelo de madera. Suspiró hondo y cerró la puerta mientras el eco de la lluvia golpeaba con más fuerza el tejado.

.

***

A la mañana siguiente…

Meryl despertó al sentir unos lametazos en la cara. Rocco estaba apoyado en la cama, viéndola como si fuera lo único que le quedaba en el mundo.

—Hola, amigo… —susurró, extendiendo la mano para acariciarle la cabeza.

La puerta se abrió y Angus entró con una bandeja. Ella se incorporó de golpe, apoyándose en el respaldo.

—¿Cómo te sientes? —preguntó él con voz amable y preocupada, dejando el desayuno a su lado.

—Como si me hubieran perforado el pecho y tuviera un gran hueco… —respondió con sinceridad.

Él posó una mano en su cabeza, acariciándole el cabello con delicadeza. Meryl abrió los ojos sorprendida. Aunque habían estado muy cerca en los últimos días, aún le parecía extraño recibir muestras de afecto de Angus. Seguramente lo hacía por lástima.

Respiró hondo.

—Tu celular no dejaba de sonar —dijo él.

Ella miró el aparato sobre la mesa de noche.

—Hablaré con mi prima más tarde para avisarle que mi papá… —la voz se le quebró, y aunque las lágrimas amenazaron con volver, logró contenerse.

—No es necesario —respondió Angus con calma—. Me tomé la libertad de contestar. Le expliqué lo sucedido en tu lugar, espero no te moleste.

Meryl se removió inquieta, pero negó suavemente.

—¿Y qué dijo?

—Que hablaría con sus padres y vendrían hoy mismo. Llegarán en cualquier momento, así que sugiero que desayunes, tomes un baño caliente y te prepares —dijo mientras colocaba una servilleta de tela sobre su pecho y acercaba la bandeja.

—Gracias por todo, pero no es necesario que se tome tantas molestias…

—No es ninguna molestia. Es lo mínimo que puedo hacer —murmuró él, tomando la cuchara para darle una porción de sopa. Esbozó una sonrisa—. Anoche también traje sopa, pensando que despertarías, pero al final fue Rocco quien se la comió. El pobre estaba hambriento.

Meryl miró al labrador con ternura.

—Pobrecito… Con todo lo que pasó no estuve pendiente de él. Gracias por dejar que me acompañe —abrió la boca y recibió la primera cucharada—. Está muy rica, pero no quiero más.

—Apenas has probado bocado. No puedes seguir así, enfermarás si no te cuidas… y más en tu estado.

Meryl se tensó.

—¿En… mi estado?

Él se aclaró la garganta.

—Sé que estás embarazada, Meryl.

Ella bajó la mirada de golpe, como si la hubieran descubierto en falta.

—¿Desde cuándo lo sabe? —preguntó nerviosa.

—Desde aquel día en la floristería. Lo que dijiste, tu forma de comportarte… me dio el primer indicio. Después, cuando trabajábamos en la organización de los carros alegóricos. La manera en que protegías tu vientre y evitabas esfuerzos lo confirmó.

Meryl cerró los ojos un momento.

—Bueno… no se equivocó —se acarició el vientre—. Estoy embarazada, tengo poco más de dos meses.

—¿Tu padre lo sabía?

—Sí… —tragó grueso—. Y en lugar de molestarse, me apoyó.

Una lágrima le resbaló por la mejilla.

—¿Y qué harás ahora, Meryl? —le preguntó con cautela.

Ella se encogió de hombros.

—No lo sé. Ya me sentía perdida cuando el padre de mi bebé me abandonó. Mi papá fue como una luz para mí… con su cariño y comprensión me hizo creer que podía salir adelante.

—Todavía puedes hacerlo —la animó, sujetando su mano.

Ella asintió, aunque en el fondo no estaba segura. Se sentía sola, rota…

—Es lo que más quiero… —musitó.

Él apretó su mano con firmeza.

—Una mujer sola criando a su hijo en este pueblo no lo tendrá fácil —dijo—, pero cuentas con mi apoyo. Tu padre debió dejarte sus ahorros, eso podría ayudarte, aunque siendo mayor de edad, y por ciertas políticas del banco, tal vez no puedas disponer de ese dinero. Habría que consultarlo con un abogado.

—No creo que este sea el momento para hablar de eso… y no tengo ganas de pleitos —apartó la mano y se cubrió el rostro.

Angus la observó en silencio por unos segundos. Incluso ahora, tan frágil y vulnerable, seguía pareciéndole hermosa. Dejó escapar un suspiro y apartó la mirada. Aunque apenas había pasado tiempo desde que ella llegó al pueblo, lo atrajo desde el mismo instante en que la vio durante su paseo por la finca. Mario le había prohibido acercarse a ella por culpa de su fama de mujeriego, pero mientras más intentaba alejarse, más crecía el interés en ella, hasta volverse casi obsesión.




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