Angus entró despacio en la habitación. El labrador levantó la cabeza en su dirección y lo estudio unos segundos antes de volver a bajarla, acomodánse junto a Meryl.
—Tu tía y tu prima ya se fueron. Dijeron que se quedarán en el pueblo hasta mañana… por si cambias de opinión —explicó con cautela.
Meryl se secó las lágrimas con el dorso de la mano.
—No voy a hacerlo... —susurró para si, abrazándose a las rodillas.
Angus se sentó en el suelo, a su lado.
—Meryl…
—No lo haré —repitió con firmeza—. Ellas quieren que pierda a mi hijo y regrese a la ciudad, pero yo no lo haré.
No sabía por qué se lo contaba, quizás porque sentía una profunda necesidad de desahogarse con alguien. De escuchar aunque sea una palabra de apoyo que le dijera que estaba haciendo lo correcto. Porque aunque su vida se había vuelto gris, ese bebé era suyo, sangre de su sangre y carne de su carne. Era un ser inocente que no merecía que se deshicieran de él sin más.
Él suspiró, pasándose una mano por la barba.
—Escuché la conversación —admitió—. Y sé que es una situación complicada.
—Es injusto… —exclamó—. Mi bebé no tiene la culpa de nada. Me cuesta creer que me pidan hacer una cosa así.
Y lo que más le dolía era que Xena también lo hiciera. Ella... a quién siempre había querido como a una hermana.
Angus le acarició suavemente la cabeza.
—Lo sé. Y estoy seguro de que un día tu hijo se sentirá orgulloso de tener una madre que, pese a todo, nunca pensó en renunciar a él. —Le apartó un mechón húmedo de la frente—. Quería decirte que ya que decidiste quedarte en el pueblo, cuentas con todo mi apoyo.
—Se lo agradezco mucho… pero no quiero causarle molestias. Usted no tiene por qué cargar con esto.
—En eso te equivocas —replicó con calma—. Tengo muchas razones para querer hacerlo. Pero, sobre todo, porque Mario fue mi amigo.
Meryl bajó la mirada y sollozó.
La muerte de su padre dolía demasiado.
—Mi papá… lo extraño tanto. Ojalá hubiera venido antes, no esperar a que todo esto pasara. Perdimos tanto tiempo.
Guardó silencio, apretando los labios enojada consigo misma, hasta que Angus habló de nuevo.
—Meryl… —la llamó, logrando que lo mirara—. Sé que tu trabajo en la floristería es solo medio tiempo y no ganas mucho. ¿Qué te parecería trabajar aquí, en la finca? Necesito una asistente. Administrar todo esto es agotador, y ahora que Mario no está… será aún más difícil hasta conseguir un nuevo capataz.
Ella lo miró con sorpresa.
—¿Y qué haría exactamente?
—Lo básico: llevar mi agenda, organizar reuniones con otros hacendados, acompañarme a ferias ganaderas o artesanales. Nada que te exija demasiado esfuerzo.
Meryl dudó un instante.
—Suena sencillo… pero no lo sé. Tengo que pensarlo y organizarme.
—Por supuesto —dijo él con una leve sonrisa—. Tómate tu tiempo. Y tranquila, no afectará tus estudios en la universidad. Quiero que sigas con ellos.
Ella asintió en silencio, conmovida. Después de todas las cosas que le estaban pasando, tener la ayuda de un hombre como el jefe de su difunto padre era aliviador.
Angus McRae era muy amable y se estaba convirtiendo en un gran apoyo, pero tampoco quería abusar de su generosidad y por eso tenía que pensarlo antes de darle una respuesta. Con calma y sin precipitarse.
***
Más tarde, Meryl estaba en la cabaña de su padre, recogiendo algunas de sus cosas. Sobre la mesa había viejas fotografías, amarillentas por el tiempo, que él había guardado como si fueran un tesoro.
A su lado, Rocco olfateaba una pelotita gastada, cubierta de mordidas. Era el juguete con el que Mario solía jugar con él cuando era apenas un cachorro.
Meryl tomó una de las fotos: ella, con apenas dos años, en brazos de su padre. Pasó los dedos con cuidado por la imagen, como si pudiera acariciar su rostro a través del papel.
—Me duele tanto todo esto, papá… —susurró con un nudo en la garganta—. Pero no me voy a rendir. Saldré adelante con mi bebé, y sé que lo lograré porque soy tu hija. Tú sufriste mucho cuando te separaste de mamá, sufriste con nuestra ausencia… y aun así no dejaste que el dolor te venciera.
Apretó la foto contra su pecho, cerrando los ojos.
—Lamento no haber estado contigo cuando más me necesitabas. Pero te prometo que no volveré a abandonarte. Tu recuerdo siempre estará conmigo… y yo seré valiente por ti.
Rocco ladró suave, como si entendiera cada palabra.
Meryl sonrió apenas.
—Y por ti también, grandote. A partir de ahora yo cuidaré de ti.
Se inclinó y acarició al labrador, que apoyó la cabeza en sus piernas, fiel como siempre.
De repente, el sonido de su móvil la sacó de aquel instante. Buscó el aparato en el bolsillo de su saco.
El nombre de Xena brillaba en la pantalla. Meryl apretó los labios. No tenía fuerzas para hablar con ella, no después de todo lo ocurrido. Su primer impulso fue rechazar la llamada, pero el aparato vibró otra vez de inmediato.
Resignada, contestó.
—Xena, ya lo dejé claro —dijo con voz firme—. No voy a ir con ustedes y no voy a interrumpir mi embarazo. Así que no insistan más.
—Meryl… —la voz de su prima sonó rota, desesperada—. No te llamo para eso. Escúchame, por favor. Lo siento. Me equivoqué. Pensé que sería lo mejor para ti, pero ahora sé que estuvo mal pedirte que renunciaras a tu bebé.
El ceño de Meryl se frunció, y apretó el móvil con fuerza.
—Mal es poco, Xena —respondió en un susurro cargado de rabia contenida.
—Lo sé… —sollozó su prima—. Lo sé y me arrepiento. Prima, perdóname. No quiero que me odies ni que dejes de hablarme.
Meryl suspiró, mordiéndose el labio.
—Tranquila, no te odio. Jamás podría. Pero me dolió demasiado lo que dijiste, y aunque te perdone… mi confianza en ti no volverá a ser la misma.
—N-no… no me digas eso… —suplicó Xena entre lágrimas—. Perdona también a mamá, ella siempre ha sido pro aborto, por eso… por eso se le hizo tan fácil pedírtelo.