Todavía te amo

6.2

Angus sabía que acababa de cruzar una línea irreversible, pero callar ya no era una opción. Tenerla cerca todos los días y reprimir lo que sentía se había vuelto insoportable. Él, que nunca había ocultado su interés por ninguna mujer, llevaba meses conteniéndose.

Meryl era distinta a todas. Eso lo tenía claro. Y era justamente lo que lo atraía de ella.

—Sé que está mal, que no debería —confesó, consciente de la diferencia de edad que los separaba: ella apenas dieciocho, él cuarenta y dos—, pero no puedo evitar lo que siento. Desde la primera vez que te vi, me atrajiste.

Meryl tragó saliva, intentando mantener la compostura. No podía creer lo que estaba escuchando.

—Eres muy hermosa y dulce —continuó Angus, atreviéndose a tomarle la mano—. Mis días habían sido grises y vacíos durante demasiado tiempo… hasta que llegaste tú. Con tu sonrisa y...

—Por favor, no siga —se apresuró a decir Meryl, retirando la mano y retrocediendo un paso—. Como usted mismo ha dicho, esto no está bien. Y no por la diferencia de edad, sino porque fue el jefe de mi padre… y ahora es el mío. Además, voy a tener un hijo y…

—Un hijo que todo el pueblo cree que es mío —la interrumpió, mirándola con intensidad—. Y a mí no me importaría asumirlo como tal, si me dieras la oportunidad. Déjame cuidarte a ti… y al bebé que esperas.

Meryl lo miró, atónita. Era demasiado. Retrocedió otro paso y se llevó una mano instintiva al vientre.

Él no podía estar hablando enserio, pero lo hacía.

Respiró hondo antes de volver a hablar.

—Estoy agradecida por todo lo que ha hecho por mí, de verdad… pero no puedo corresponderle. Yo aún amo al padre de mi hijo, aunque él se haya burlado de mí. Mis sentimientos hacia él fueron reales...

—Meryl… —dijo Angus con suavidad—. Entiendo cómo te sientes y sé que hay heridas que no se olvidan fácil, pero solo te pido una oportunidad. Déjame intentarlo. Déjame enamorarte.

Oh, Dios. Esto no estaba bien.

Ella apartó la mirada, con los ojos nublados.

—Lo siento, pero no puedo. Y no quiero tensiones entre nosotros, así que quizás lo mejor sea que busque otro trabajo.

—No. —La voz de Angus fue firme, casi apremiante—. No tienes que hacerlo.

—Pero después de lo que me dijo, será muy difícil para mí trabajar con usted. Ahora mismo me siento… incómoda.

Angus bajó la cabeza, exhalando un suspiro cansado.

—Lo entiendo y para mí tampoco va a ser fácil. Pero no es justo que te quedes sin tu sustento por mi culpa. Si quieres, olvida lo que te dije, pero sigue trabajando conmigo. No aceptaré que renuncies. Más allá de que me gustes o no, quiero ayudarte sinceramente. Necesitas este empleo, y en ningún otro lado te pagarán lo mismo.

—Pero…

—Por favor, Meryl…

Ella titubeó, pero finalmente asintió apenas con un gesto.

—Te llevo a la finca —dijo él con voz baja antes de darle oportunidad para que se arrepintiera, rodeó el coche y le abrió la puerta del copiloto—. Por favor, sube.

Meryl dudó.

—Yo, todavía tengo algo que hacer. Y después iré al pueblo vecino. Asuntos académicos —le mintió y rápidamente volvió a guardar la ecografía en la carpeta.

—Pero hoy es sábado —replicó Angus.

Ella bajó la mirada, mordiéndose el labio.

—Sí, bueno, tengo un trabajo que hacer con mis compañeros. Pasaré más tarde por la finca para revisar los pendientes que quedaron ayer, si le parece...

Angus asintió apenas, sabiendo que lo que ella hacía era poner distancia. No se esperó esto.

Dejó escapar un suspiro.

—Claro, tómate tu tiempo. Te veo más tarde —dijo cerrando la puerta.

Meryl asintió en silencio y esperó a que Angus se marchara para dejar escapar el aire que llevaba conteniendo. Un rato después, tomó fuerzas y fue a visitar a su padre en el cementerio.

—Hola, papá… —murmuró, poniéndose de rodillas frente a la lápida—. Quería darte buenas noticias, aunque confieso que después de lo que el señor Angus me dijo, mis ánimos cayeron un poco. ¿Puedes creerlo? Dice que le gusto. A mí también me parece una locura… nunca pensé que algo así pudiera pasar. —Hizo una pausa, sacando la ecografía—. Pero mejor no pensar en eso ahora. Lo que importa es que quería contarte que el bebé que espero es un varoncito. —Una sonrisa tímida se dibujó en sus labios—. Estoy segura de que te habrías alegrado mucho.

Pasó los dedos por el nombre grabado en la piedra, con los ojos empañados.

—Te extraño tanto… —susurró.

Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, pero antes de que se quebrara por completo, una mano cálida se posó sobre su hombro. Meryl giró sobresaltada y se encontró con la vieja amiga de su padre.

—Señora Astrid…

La mujer le regaló una sonrisa suave y se inclinó para dejar un ramo de flores frescas junto a la tumba.

—¿Cómo estás, cariño? —preguntó con ternura.

Meryl se apresuró a secarse las lágrimas.

—Más o menos bien —respondió en voz baja.

Astrid asintió, volviendo la mirada a la lápida.

—Pasé a dejarle flores a mi difunto esposo y de paso vine a visitar a tu padre.

Meryl intentó incorporarse, pero la carpeta que llevaba en las manos estaba abierta y parte de su contenido cayó al suelo. Papeles, recibos… y la ecografía. Astrid se agachó enseguida para ayudarla y se detuvo al ver la imagen del bebé.

Meryl sintió la sangre subirle a las mejillas y mordió su labio con fuerza.

—Así que los rumores eran ciertos… —Astrid bajó la voz, devolviéndole la ecografía—. Estás embarazada.

—Sí… —admitió Meryl.

—Y dime, ¿es verdad lo que dicen? ¿Que el señor Angus McRae es el padre?

Meryl bajó la mirada y negó suavemente con la cabeza.

—Lo sabía —murmuró la mujer—. Siempre supe que esa historia era un invento de la gente.

—No entiendo por qué dicen esas cosas… —exhaló, apretando la carpeta contra el pecho—. El señor Angus no tiene nada que ver.

—La gente de pueblo es muy chismosa. Y como los han visto juntos últimamente… sumaron dos más dos. Además, todos han notado el interés que él tiene en ti.




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