- ¿Cómo que te han expulsado? - pregunta Alejandra.
-sí, esta mañana cuando capamos la primera hora, nos descubrieron y ya sabes mi historial –comencé contándole el pequeño percance – mis padres están tan enfadados, no me han dirigido la palabra en todo el día- dije restándole importancia.
- ¿Qué vas a hacer? - ni yo lo sé.
-pues… creo que por ahora empezar a buscar un colegio- dije acabando de pintarme las uñas de negro –pero me tomara más tiempo, lo seguro es que empiece el jueves o la otra semana- cerré el esmalte, y me acosté en la cama.
-seguro que entraras a un privado- y la sola mención de estar en un colegio privado puso en alerta todos mis sentidos, no podían meterme en un colegio privado ¡NUNCA! Sobre mi cadáver. - y ya sabes a lo que me refiero “Santa Rosa te está esperando”- dijo y pude jurar que escuché su tono burlón, con que le hacía gracia, vamos a ver quién ríe mejor.
-Deja de decir estupideces, sabes que es territorio de los hijos de papi- le recordé.
El colegio Santa Rosa es religioso, es uno de los que ocupan los primeros puestos, claro, después de nosotros, está ubicado en el lado sur, y solo van los pijos, porque… ¡porque ¡ah sí!! porque no se pueden juntar con chicos que no sean de su clase, y sus padres les dan de comer plata para que ellos estén libres de pecado ¡Imbéciles!
-sí, pero que no se te olvide que también eres una Hija De Papi y Mami- dice sin más, está en toda la razón, tengo cajero automático, pero no soy como ellos, no me ando con las mejores notas para que vean lo perfecta que soy y mucho menos ando pidiendo a cada rato dinero, lo mío, lo mío ni siquiera es mío, porque todo me lo han dado ellos, lo único mío son mis decisiones que por cierto ellos siempre han querido tomar.
El sonido de un motor apagarse, me da el aviso de que han llegado.
Miro el reloj encima de mi cama, marcan las 2:12 pm, se avecinan los problemas, el tintineo de las llaves al girar la chapa y pronto la alarma de seguridad se activa, siendo apagada ligeramente, ¿Quién es? ¿papá o mamá? el repiqueo de unos tacones subiendo por las escaleras, me indican que es Sara, seguramente con algún reclamo de porque estoy acostada.
-Sabes acaba de llegar mi mamá, hablamos otro día- le aviso antes de colgar y dejar el teléfono lejos de mí, para apresurarme a coger el libro de “el hombre que calculaba” porque ante todo inteligencia.
La puerta de mi habitación es abierta de par en par, dejando entrever la figura de una mujer que me mira como si con ella pudiera desaparecerme, su entrecejo esta fruncido, las ojeras bajo sus ojos muestran los signos del trabajo, y su manera elegante de pararse derecha me indican que está furiosa y tal vez mas de la cuenta, su moño alto la hace ver más joven de lo que es… esa mujer, me mira robándome un sueño más, mamá.
- ¿se puede saber qué demonios estás haciendo? –pregunta.
¡Oh!! Hola mamá, ¿Cómo estás? Yo bien, gracias y ¿tu?
-que acaso no me ves leer- respondo como si fuera lo más obvio del mundo, que de por sí lo era en este momento.
-no me refiero a eso y lo sabes perfectamente, no jueges conmigo Valentina-brama con enojo derrochándose por cada poro de su cara.
-No estoy haciendo nada mamá- respondo sin despegar la mirada del libro.
No termino de cruzar la página, cuando es arrebatado de mis manos.
-si no estás haciendo nada, porque carajos te expulsaron del colegio, si no estás haciendo nada porque complicas más nuestras vidas- suelta sin más, y vuelvo a ser aquella niña que se rompía ante su madre, sus palabras dolían, porque en cierto modo era la verdad, pero son tiempos presentes y yo nunca me dejare de nadie y menos de mi madre.
-lo mismo digo mamá, tu tampoco haces mucho que digamos, solo me críticas, no me entiendes y en cierto modo lo agradezco –le suelto, su mirada derrocha odio y sus ojos se vuelven como su corazón de hielo porque ni el mar es tan oscuro como lo es ella –“pero sabes, de los juicios que hemos hecho en un momento de arrebato, porque estos desfiguran muchas veces la verdad. Aquel que mira por un vidrio de color, ve todas las cosas del color de ese vidrio; si el vidrio es rojo, todo le parecerá rojizo, si es amarillo todo se le presentara amarillento. El apasionamiento es para nosotros, lo que es el color de los ojos. Si algo nos agrada le aplaudimos, y si, por el contrario, nos molesta, todos lo condenamos o interpretamos de modo desfavorable”- le recito uno de los fragmentos del capítulo 17 del mismo libro que ahora sostienen sus manos.
Silencio.
-Y es estúpido pensar en lo mismo porque eres mi madre, pero no solo lo demuestras también lo haces, y no hay que ser muy inteligentes para saber que siempre te he molestado, Sara- odio las matemáticas, pero al parecer son las únicas que me entienden o que me hacen entender.
Su mirada se torna calidad por un momento y se lo que significa… Lastima.
Mamá se nota que cambiaste, pero no fuiste la única.
-Oh cariño- empieza y se lo que se viene –lo lamento tanto, solo que a veces eres tan dura y terca que me vuelves loca- dice con una mueca en el rostro, para ella sería una sonrisa, pero para mí era el primer signo de hipócrita, su primer está bien cariño, lo superaremos juntas, y a la mierda porque han pasado tres años y ella solo se ha alejado.
- ¿ha que has venido mamá? -pregunto de una vez por todas.
-vengo a traerte una buena noticia- dice feliz y en lo único que puedo pensar es que seguramente será una pésima noticia para mí –mi secretaria María me está ayudando con tu matricula – suelta y todas mis alarmas se activan como si de un tsunami se tratase– como fuiste expulsada, ningún colegio quiso admitirte, pero por suerte he encontrado uno que podrá ayudarte a enderezar tu camino, sé que suena raro, pero te lo digo como un consejo, porque las monjitas son un amor y lo mejor es que es privado - comienza con su discurso y empiezo a negar repetidamente, negándome rotundamente, no iré. Punto. No, por favor, ahí no.