TodavÍa "Te Odio"

CAPITULO 6 "Juego perdido"

Siempre me han dicho que mi belleza es peligrosa, mi nombre solo trae desgracia a mi familia y tan solo mi presencia es signo de desastre.

Pero que puede contestar una chica a la que siempre han dejado de segunda opción.

Hace tres años cuando apenas cumplía mis catorce años, era gorda para los estándares de belleza, esos estúpidos estereotipos de los que nadie escapa. Mis mejillas eran gorditas al igual que mi abdomen, y todo eso se podía apreciar a la hora de utilizar los uniformenes que ya no me quedaban, era la burla de mi salón de clase, nadie me tomaba en serio, y las pocas amigas que tenía estaban por mis notas o querían que les presentara a mi hermano.

Fue tanta la tristeza que llegue a sentir, que ni mirarme en el espejo era capaz, llegue a un punto que me sentía denigrante para la sociedad, algo que no servía solo hacia estorbo y puede que eso siga siendo verdadero. Mi hermano Sebastián se convirtió en mi héroe, el me ayudo a levantarme de ese agujero negro, aunque no estaba a mi lado debido a su universidad, me ayudo aun en la lejanía con la superación de mis complejos.

Sentí tocar fondo, me cansé de ser la que todos rechazaban a la que nadie quería, me armé de valor y asistí a un gimnasio, dejé de ser lo que ellos no querían y me convertí en lo que ellos no podrían tener.

Mi casa tiene máquinas de ejercicio, pero necesitaba a alguien que me guiara en mi nuevo cambio, comidas, ejercicios, cardio. Los primeros días me costaron demasiado, el estar rodeada de gente que nunca había visto, las chicas preciosas con cuerpos exuberantes que caminaban o hacían ejercicio a mi lado, ni que decir de las vanidosas que solo se tomaban fotografías o coqueteaban con los chicos, sentía que se burlaban a mis espaldas y quería rendirme.

Todo me pesaba, me dolía el cuerpo al caminar, me dolía la conciencia, pero mis ganas de lograr lo que quería me motivo, me mantuvo asistiendo todos los días, puntual y con mi botella de agua y toallita.

La dieta que llevaba, la abstinencia de azúcar, las ganas incontables de salir a comprar una hamburguesa, una arepa con queso, papas, chitos, nutella, crema de avellanas. Llegue a querer rendirme una vez más.

Mi dieta era estricta, comía verdura y fruta como si fuera lo más delicioso, pero realmente no lo era, en mi mente solo imaginaba que estaba haciendo todo bien, y me reconfortaba, pero luego, caminaba por la calle y deseaba poder cruzar la calle entrar al supermercado y comprar gaseosas, helado. Nunca y repito ¡Nunca! Tomaba agua en el día si no era por sed, aprendí a tomarla, me sentía más hidratada a la hora de hacer ejercicio y también activa en el día.

Tuve que aprender a manejar los incontables atracones de hambre en el día.

Decidí cambiar mis hábitos: tome clases de danza, compre libros de terror, escuche música en francés, inglés, aprendí a tocar la guitarra y asistí a psicología.

Fue entonces cuando realmente creí que Dios se acordó de mí.

Ya llevaba un mes en el gimnasio, cuando el entrenador decidió que era hora de bajar a la segunda planta donde se encontraban los sacos de boxeo.

Ese primer día que casi toco el saco de boxeo, volví a tener esperanza.

Estaba asustada como no estarlo era un nuevo reto al cual me enfrentaba, me gustaba ver las peleas de la RFC con mi hermano, más nunca había tenido una pelea, podía sentir la adrenalina del competidor ante su rival, me gustaba ver la sangre y la cara de derrota del perdedor.

En ese entonces el chico con el que salía, solía decirme que parecía un machoman por gustarme cosas de niños mas no lo creí, era normal, como a él le gustaba acostarse con una y con otra y no era una mujer de baja moral. Porque para la sociedad lo que el hombre hiciese o dijera estaba bien porque eran hombres, pero la mujer si lo hacían o decían o tenían inclinación por gustos diferentes las tachaban de putas, de marimacho, o como decía de mujeres de baja moral.

Bajaba las escales como si realmente las subiera y fuera en el piso treinta, mis piernas pesaban y temblaban.

La adrenalina corría por mi sangre al pisar el piso que me sostendría durante un mes, pero como la felicidad por primera vez en meses recorría mis venas, se esfumo al visualizar lo que fuese que hubiera en el fondo del gimnasio, aunque no era de difícil deducción ya que se encontraba un montón de chicos y chicas, gritando ¡pelea! ¡pelea!, como dije me gustan de lejos, no, en vivo y en directo, quise devolverme, las peleas no eran mi fuerte y menos si era por mostrar sus dotes, si era de ese modo no quería entrenar, pero la mirada confundida del entrenador y la disipación al momento de nuestra llegada, no era muestra suficiente para entender que era una pelea de verdad.

Todos fueron a sus lugares y empezaron a entrenar como si no hubiese pasado nada.

El entrenador no pensó lo mismo ya que en su arrebato me arrastro junto a él sin darse cuenta, el enojo era notorio en su cara roja y en la manera que apretaba mi muñeca.

Camine, bueno, trote, a su lado sin decir nada.

Al detenernos y hubiese dicho que, por reflejo, pero fue por estupidez que me choque con su espalda, fue entonces que noto mi presencia y no lo culpaba nadie lo hacía, pareció darse cuenta que sujetaba fuertemente mi muñeca y me soltó, disculpándose.

Me ordene a mí misma alejarme antes de que se pusiera peor, me gire con la intención de retirarme, pero la atención de todos me acobardo por lo que sin saber a dónde ir me quede a su lado, como si el pudiese protegerme, como si quisiera protegerme.

Apreté las mangas de mi saco y aunque hacía un calor endemoniado no podía quitármelo, mamá me lo había impedido, no tuve más opción y agache la cabeza, como siempre.

 Las chicas seguían discutiendo, porque si, eran mujeres las que peleaban.

La curiosidad se apodero de mi cuando una llamo papá al entrenador, así que como los demás preste atención al mínimo detalle que fuese a pasar a continuación.



#32038 en Novela romántica

En el texto hay: colegios, badboy, badgirl

Editado: 08.05.2022

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