Martina.
Cuando pide que no me vaya se me parte el corazón. En verdad quisiera quedarme si la situación fuera diferente, pero la salud de mi abuelita es más importante en estos momentos que yo.
Volvemos a ponernos en marcha y creo que sé a dónde nos dirigimos. El camino me es conocido a pesar que vinimos muy pocas veces.
Desde que vi el auto estacionado frente de mi casa por la ventana, decidí terminar este asunto, aunque en el fondo doliera un montón su decisión de casarse con otra.
Parece tranquilo. Revuelve su cabellera castaña bastante tiempo, por lo que imagino que está nervioso e intenta no parecerlo. Yo lo estoy, sería una mentirosa no admitirlo. Quizás sea la última vez que lo vea, disfrutare de su compañía hasta que tenga que dejarlo y olvidarlo.
Me ha sorprendido bastante su confesión. No pensé que él se enamoraría de mi o eso me ha dado a entender.
Hace mucho calor, el aire acondicionado refresca nuestros cuerpos, el silencio se torna incomodo a medida que avanzamos. De vez en cuando de reojo lo observo. No dice nada solamente se mantiene pensativo.
- ¿En qué piensas? – preguntó haciéndolo salir de su ensoñación.
-En algo que ahora no tiene mucha importación – responde sin mirarme – No es nada malo.
-Gracias... - vacilo antes de decirlo – por haber ayudado a mis padres en el juicio.
-No tienes por qué. Hacíamos nuestro trabajo, aunque fue difícil desde un principio.
-Me lo puedo imaginar.
Debato conmigo misma si hice bien en venir con él o no, teniendo en cuenta que mañana se casa. Además, no quiero causarle problemas con esa idiota. Muerdo mis uñas perdida en el paisaje a través del cristal.
Me imagino infundada dentro de un vestido de novia, de encaje y corte sirena con una enorme cola. Hombros caídos, el cual, hace resaltar mis lunares en la parte del cuello. El recogido en una tiara para sostenerlo y caminando tomada del brazo de mi padre avanzo hacia al altar. Todos aplauden y yo no paró de sonreír.
Quisiera estar yo en lugar de Emma mañana. Esa mujer vestida de novia quisiera ser yo, pero ¿A quién podría engañar? Solamente a mi mente, la única. Todo lo demás es un deseo que no es factible.
Unas lágrimas escapan deslizándose por mis mejillas debo secarlas inmediatamente porque no quiero que piense que estoy loca.
Me percato que vamos entrando por un camino de tierra, después de muchos kilómetros y pensé que era el mismo lugar de la otra vez, pero no porque estamos lejos.
Aquí llore también nos besamos y fue lo mejor que me había pasado. Sin embargo, decepcionada termine. Pero aquí estamos de nuevo esperando que sea diferente.
El vehículo se detiene debajo de una sombra. Los nervios empiezan a estrujarme las tripas, el estómago y el corazón que bombea sin parar sintiéndolo en mi oído.
- ¿Por qué vinimos hasta este el lugar, Tian? – interrogo mirando esos zafiros azules demasiado triste.
-Me pareció que era buen lugar para platicar tranquilos – dice relajado.
-Pero hace mucho calor y no hay espacio tampoco veo sombra – objeto.
Basta Martina, pareces que quieres huir de él.
Ya se había tardado mi conciencia en regañarme. Ni las lagartijas andan en plena siesta y nosotros si ¡Qué bien!
Reboleo los ojos cuando él desciende y espera a que yo haga lo mismo. Pone seguridad al auto y tirando de mi mano empezamos a bajar por un sendero que hay oculto entre rocas. Está rodeado de árboles, hojas secas y palos secos por todos lados.
No sé a dónde vamos, pero confió en él. Cada segundo, cruza mirada conmigo para saber si voy bien, aunque mis pies duelen ya quiero llegar. Mi respiración esta acelerada por la rapidez con la que camino.
- ¿Falta mucho? – no puedo más y preguntó.
-No, ya estamos llegando – responde.
Soltándome de su agarre lo sigo. Tengo todo el cuerpo sudado es impresionante la sofocación en el ambiente. Seguramente debe ser por la alta humedad que hay. Los árboles empiezan a moverse sin mucho esfuerzo y el aire es un alivio para mi cuerpo caliente.
Hacemos el último tramo, él es el guía, yo voy un poco retrasada porque estoy cansada. Nunca había estado en este lugar. Es hermoso ver a la naturaleza desplazar sin problemas.
Tian espera por mi sonriendo. Realmente es precioso verlo distendido, relajado y sin preocupaciones.
- ¿Ya llegamos?
Asiente sin hablar y yo siento alivio porque si tuviéramos que seguir caminando preferiría volver al auto. No soy fanática de los deportes extremos. Siento que corrí una maratón al llegar acezando hasta él.
-Respira – pide haciendo el ejercicio de inhalar y exhalar aire – Vuelve a tomar aire y expúlsalo. ¿Mejor?
-Sí, gracias – contestó ya con la reparación normal.
-Ya hemos llegado – entrelaza su mano con la mía tirándome hacia un hermoso río.
Su piel está caliente al igual que la mía también es suave y fuerte. Quedo perdida mirando nuestro agarre cuando elevo mis ojos hacia el sitio que llegamos.
Hay una cascada que cae por un circulo bastante grande. Su belleza es sumamente indescriptible en palabras.
- ¡Nunca antes había visto semejante belleza! – exclame atónita sin poder quitar mis ojos de ahí.
-Es la cascada Cifuentes – estamos lejos de casa – sobre el río Quequén Salado. Es algo único. Siempre vengo aquí.
Para acceder a este sitio hay que tomar la ruta nacional 3, como a la altura del kilómetro 532 prácticamente en el partido de Coronel Dorrego. Se parece mucho al sitio que frecuentábamos, pero son seis horas de viaje que ni cuenta me di que ya la tarde se asomaba. Perdí la noción del tiempo.
- ¿Cuál es el motivo de este bello sitio? – el viento juega con mi pelo y él coloca los mechones detrás de mi espalda – No debimos venir tan lejos, Tian.
-No nos quedaremos mucho, Martina – comenta para que esté tranquila – Hay que disfrutar del lugar.
Amo su sonrisa es lo que lo hace más atractivo. Caminamos tomados de las manos como si fuéramos novios, cosa que no va a pasar.