Be.
Llevo como tres días con náuseas, mareos y malestares estomacales. Romeo, prácticamente me quiere llevar a la rastra al hospital.
Y en verdad, estoy pensando en hacerlo, ya que no puedo ni mantenerme en pie por estos estúpidos dolores. Es algo que me callo mal, pero Romeo creo que es serio y debería realizarme un chequeo médico.
Le prometí que si continuaba así iría sin que me lo tenga que pedir.
Después de acomodarle las extensiones a Emma regrese a casa bastante cansada. Lucas se fue en mi auto porque se vio obligado a manejar por lo mal que me sentía. Toqui tuvo que volver con Romeo, él fue a buscarlo y estaba un poco enojado conmigo por eso.
Recostada en mi cama observo el techo, en el cual, no hay nada en especial. Cada vez que intento levantarme un mareo aparece y la migraña que no se va, perturba mi pequeño cerebro.
Deseo comer una fruta, pero que este bien fresca. El deseo no me ha dejado vivir los últimos días así que debo obligar a mis pies ponerse en marcha hasta la cocina.
Despacio voy irguiéndome para colgar los pies hacia el piso. Respiro y sujetándome de la mesa de noche hago fuerza para pararme. El mundo se me viene encima cuando doy el primer paso. Mi cabeza va a explotar de tanto dolor.
Parezco una anciana que tiene problemas para caminar. Las paredes son mi sostén hasta llegar a la baranda de la escalera, para colmo son muchos los escalones que debo pisar.
En la casa hay un silencio absoluto ni siquiera Toqui anda rondando. Siento que todo gira a mi alrededor, por lo que me siento en mitad de la escalera. En verdad, ya no aguanto más este estado debería hacerle caso a Romeo e ir al médico.
Cada día es insoportable todo. El vómito, arcadas, mareos, sueño.
Cuando veo que todo ha vuelto a su lugar continuo el camino. Mi cuerpo es como si lo hubieran machucado a golpes. Cada extremidad duele y lo único que quiero es dormir.
- ¡Marcela! – quiero gritar, pero solo es un susurro - ¿Dónde estará?
-Aquí estoy señorita, Be – dice detrás mío cuando entro en la cocina - ¿Qué necesita?
-Tengo hambre, pero no de comida. Quiero frutas cortadas bien frescas – ordeno y es como lo quiere mi paladar.
-Bien – sonríe yendo a buscar en la nevera lo que pedí - ¿Quiere que se lo lleve a su habitación o a la sala?
-A la sala, por favor, Marcela.
- ¡Como guste, señorita!
Ya me he cansado de rogarle que puede llamarme por mi nombre, pero se niega a hacerlo. Sin embargo, siempre peleo por ello, pero hoy no tengo ganas ni ánimos.
-Luce cansada ¿Sigue enferma? – pregunta haciéndome dar cuenta que sigo parada en el centro de la cocina.
-Algo por el estilo – sonrió con amabilidad – Esperare en la sala.
-De acuerdo, en un rato se lo llevo.
La dejo picar con tranquilidad. Dirigiéndome a unos de los sillones el timbre suena ni me preocupo en ir a abrir porque la tortuga es más rápida que yo. Tomándome el abdomen doblo las rodillas para sentarme.
Mamá aparece con cara de preocupación y camina de forma acelerada hacia mí.
- ¡Hija! – exclama y yo espero su sermón - ¿Por qué todavía no has ido al médico? Pareces un cadáver, estas pálida y deshidratada.
- ¿Quién te fue con el chisme? – preguntó retorciéndome de dolor.
-Romeo me llamo desesperado porque ya no sabe qué hacer para que vayas a un especialista y te corte esa infección que puedes tener.
-Agradezco su preocupación, pero solo es un vómito, mareos y dolor de cabeza – ella frunce su entrecejo confundida por mis palabras – No es nada del otro mundo, mamá.
-Ya no eres una niña pequeña, eres una adulta y debes comportarte como tal, Beatriz.
Odio cuando pronuncia mi nombre completo. Quiere decir que iré por las buenas o malas, pero me llevara.
Marcela viene trayendo en una charola un tazón con mis frutas. Puedo sentir el olor a lo lejos.
-Acá tiene lo que pidió – deposita el tazón en la mesa ratonera que separa los sillones – Usted, señora ¿Quiere algo? – indaga mirándola con una expresión suave.
-Un vaso con jugo – ella asiente volviendo a su lugar de trabajo – Es necesario que vayamos ahora mismo al doctor.
- ¡Como quieras, mamá! – exclamo parándome con todo el dolor del mundo – No tiene sentido pelear contigo.
-Bien, ya entendiste que no me iré sin que te hagas un chequeo.
Me ayuda a subir las escaleras para cambiarme. Ni crea que voy a ir como una pordiosera, aunque ni ganas tengo de vestirme.
Escaso probé algunas frutas, pero las comeré en el auto.
La señora, Blanca Ceballos, alias mi madre saco de mi vestidor un jens, una remera presentable y una Vans. Un estilo bastante cómodo porque no estoy para el glamour.
Me peina como cuando era una niña también agrego una mínima capa de corrector de ojeras y base de maquillaje para no verme tan pálida. Estando lista pongo mi mejor cara para irnos.
Al detenernos en la sala, Lucas sale de la cocina con cara de pánico. Frunzo el ceño porque no entiendo que hace aquí. Termina el vaso de agua, respira y habla.
- ¡Be! – exclama - ¿Sabes algo de nuestra amiga? – pregunta parándose justo frente a mí.
-No ¿Por qué?
-Su madre me ha estado llamando, está preocupada porque aún no ha regresado y se olvidó el celular – suspira preocupado - ¿Estará con Tian?
Las dos intercambiamos miradas comprendiendo lo que trata de insinuar.
-Tian no estaba en casa cuando venía para acá – interviene mamá – tampoco contesta su celular.
- ¿Te dijo a dónde iba? – preguntó porque empieza a llover.
-No, solo dijo que tenía que resolver un asunto – sonrió pícaramente por las ideas que se me cruzan en mi mente.
El timbre suena interrumpiendo nuestra conversación. La persona menos deseada aparece caminando como si fuera una pasarela. El repiqueteo de sus tacones suena por todo el sitio.
- ¡Ahí viene el diablo! – murmuro y mi madre me fulmina con una mirada - ¿Qué quieres idiota?