En muchas ocasiones las personas atribuyen que las malas noticias hacen a una persona más fuerte, que es necesario vivir con mala noticias para no vivir dentro de una burbuja de felicidad que al final te podría llegar a hacer daño de manera drástica.
Estela Martínez era una joven muy entusiasta, muy pocas veces la verías decaída por algo, pero como toda adolescente en potencia tendía a ser muy expresiva con sus emociones.
— ¿Irnos? —una mirada de angustia se aproximó en su rostro, cuando su padre frente a ella le habló sobre la mudanza en la que pronto se verían, sentada en una silla del comedor mientras su madre preparaba el almuerzo.
Sabían que no era fácil para ella irse, ni despedirse de sus amigos en el vecindario, en especial de su mejor amiga, Alma.
— tu padre y yo lo estuvimos hablando, cariño —Estela había entrado en pánico, su padre no mostraba remordimiento en sus palabras, porque esperaba que la angustia pasará por ella, era parte del proceso, pero las decisiones no cambiarían por lloriqueos.
Estela no sabía qué pensar, ni cómo procesarlo, su madre ya estaba conciente que sería mejor preparar el pie favorito de su hija para la tarde y así poder compensarla por la fuerte noticia, pero por el momento se limitó a servir su almuerzo en la mesa y dejarla a merced de la asimilación.
Una sonrisa mediana y compresiva apareció en los labios de la madre de Estela, la señora Matínez, posó su mano sobre la cabeza de su hija y la acarició sutilmente— sé que no es fácil cariño, pero es por tu bien —la situación de Aguazul no era exactamente precaria, ni mucho menos de mala muerte, pero con esto, los padres de Estela esperaban que en Buenos Aires, donde al señor Martinez le habían dado la oportunidad de laborar, Estela tuviera un mejor futuro con muchas más oportunidades de ser una mujer profesional.
Pero Estela no sabía ni comprendía aquello, así que quitó la mano de su madre de su cabeza y ocultó su rostro con sus manos mientras sollozaba sobre la mesa— ¿qué le diré a Alma? —sollozo una y otra vez— ¿cómo la veré? es mi mejor amiga, es la única que me ha escuchado —sollozó aún más— ¿cómo pueden hacerme esto? —
Los señores Martinez se miraron y pronto se les hizo un nudo en el estómago, pues sabían y eran consciente de la amistad que Alma y Estela tenían y de lo inseparables que eran.
Pero a veces, la opción más cruel, parece ser la más correcta.
Y era algo que se salía de las manos del destino.
Estela vuelta un girón de nostalgia, se armó de valor finalmente, se lavó la cara, no almorzó y salió por la puerta cruzando el jardín de su casa para ir en busca de su alma confidente, a la alma gemela de su vida, la que siempre la escuchaba, la que siempre la apoyaba.
Pues en la casa Blanco, justo a unas tres casas en frente de la de Estela, Alma Blanco esperaba poder terminar sus labores personales para poder salir.
Pero cuando Estela llegó a la puerta Blanco, esperando que Alma fuera quién le abriera y reteniendo sus lágrimas, su sorpresa fue grande cuando vio a Amparo Blanco, la hermana de Alma, ambas se vieron, pero Amparo fue capaz de discernir en su rostro hinchado que algo no andaba bien con ella.
— Estela —pronunció Amparo, a lo que Estela de inmediato respiro hondo para no llorar.
— ¿Está Alma? —en otro aspecto, Estela se negaba a llorar en frente de Amparo, tal vez porque la veía como una persona a la que aspiraba llegar, Amparo era joven, era linda y tenía una relación hermosa con su novio, era todo lo que una niña o joven querría en su vida, así como Estela.
— por supuesto —de inmediato Amparo se separó de la puerta y gritó hacia arriba de las escaleras para llamar a Alma— ¡Alma, Estela está aquí, baja o se aburrirá! —pronto volvió su mirada a Estela y sonrió noblemente, pero no interfirió en lo que esperaba que le dijera a su hermana.
A las doce y media, Estela había llegado a la casa Blanco, Amparo había gritado para darle aviso a Alma de la presencia de Estela, mientras una joven Alma escribía en su computador con la inspiración a mil, pero fue más importante Estela en su puerta que soltó el computador de inmediato y se levantó de su asiento para caminar en dirección a la puerta que conocía perfectamente, el frío en Aguazul aquel día no era tan exigente como para tener una vestimenta adecuada, pero el olor a comida de parte de la señora Blanco, la madre de Alma sí que inundaba la casa por completo, algo que con anterioridad también había llamado la atención de Alma.
La puerta abierta de la habitación de la joven Alma, la dejó salir sin compromisos y atravesó el pasillo de su cuarto hacia las escaleras que conocía tan perfectamente, no era necesario la guía de nadie, porque Alma había recorrido el lugar miles de veces, ya no era una niña pequeña, ni tampoco inexperta en el lugar, no necesitaba de un bastón o la dama blanca como bien ella la llamaba porque no era un lugar desconocido para ella.
Y aunque Alma carecía de la vista, eso no evitaba que cada día viviera a tope sus aventuras junto a su mejor amiga. Alma sabía que había un jarrón cerca de diez pasos lejos de su habitación, era el olor de la fragancia de girasoles que la advertía de él y que la inundaba de una exquisita fragancia de flores en el pasillo, hacía tres días atrás que el jarrón con flores fue puesto, gracias al prometido de su hermana quién le había regalado un enorme ramo de girasoles para ella, así que Amparo creyó oportuno ponerlo en el pasillo para que inundará toda la casa de su olor. Los pies acolchados por medias de Alma recorrían el pasillo mientras que por la cabeza de Alma cruzaba la idea de una chocolatada de mediodía frente a una chimenea, aunque el pequeño detalle que aparecía en su cabeza era que en su casa no había chimenea lo cuál ella aseguraba que era terrible.