Mi amor por los gatos es algo de lo que soy consciente desde muy temprana edad, aunque debido a que sufro de alergia mis padres han intentado mantenerme alejada de ellos, eso sí, en vano. No les ha resultado porque desde pequeña he traído a escondidas pequeños mininos a casa.
El primero fue Sacapuntas, un gatito al cual no tengo la menor idea de por qué llamé así. Duró unas dos semanas oculto en mi habitación, luego mis padres lo descubrieron y me obligaron a dejarlo. Sufrí demasiado, aunque por suerte encontré a alguien que le cuidara; mi vecina Teresa, la abuelita de Gabriel. A ella fui regalándole cada uno de los gatitos que encontraba deambulando sin hogar y que mis padres me obligaban a dejar.
Si mal no recuerdo fueron unos 7 gatitos. A todo esto, Gabriel me regañaba porque los gatos le dejaban la casa llena de pelos, pero bueno, Teresa no parecía tener problemas con eso.
Y sin duda si hay algo que me hace enojar mucho son los malos cuidadores. Esas personas que abandonan a sus mascotas o que maltratan a los animales. Los detesto. Después de ese terrible día de clases en donde todos se volvieron contra mí y, ya más cercano a la noche, me encontraba en mi habitación observando por la ventana y gritándole a unos perros que se hallaban acechando a un pequeño gatito. ¡Un increíblemente pequeño y adorable gatito!
—¡Déjenlo! ¡Déjenlo!—Gritar era en vano, los perros no iban a hacerme caso incluso si me entendieran. Sin importar que estuviera usando un indecente pijama, corrí hasta salir de casa y llegar a donde estaban los perros y el pequeño gato. Me armé con una de mis pantuflas y mi valentía de temeraria del momento, y me adentré al círculo de perros, donde justo en medio el gatito asustado se hallaba. Lo tomé rápidamente en brazos y lo metí dentro del suéter de mi pijama en un bolsillo grande de en medio. Luego, lancé mi pantufla lejos, deseando que los perros salieran persiguiéndola, cosa que no pasó y luego, comencé a correr con todas mis fuerzas con dirección a casa.
No esperaba que los perros salieran persiguiéndome, quería creer que la pantufla ninja lo arreglaría todo, pero no fue así. Corrí con todas mis fuerzas , sin dejar de prestar atención al gatito en caso de que pudiera caerse de mi bolsillo, no quedaba mucho para llegar cuando dejé de escuchar los ladridos de perros a mi espalda. Tuve un mal presentimiento, me volteé.
—Devuélveme a mi gato—Un muchacho. La luz de la avenida apenas me dejaba vislumbrar un poco su silueta, pero a simple vista conseguía darme cuenta de que parecía tratarse de un chico de mi edad, era más alto y curiosamente sus ojos brillaban muchísimo. Eran grises e hipnotizantes. Nunca había visto unos ojos así.
—¿Tu gato? ¿Qué gato?—Anteriormente ya dije que me desagradaban de sobremanera los malos cuidadores y evidentemente él parecía ser un mal cuidador. Si había permitido que algo así le pasara a su gatito, no lo merecía.
—Ese que te has guardado en tu pijama. Es mío, se llama Dúpin.
—¿Dúpin? ¡No sé de qué hablas!—En menos de tres segundos entré en casa, había dejado la puerta semiabierta a pesar del peligro de la noche. Le cerré la puerta en la cara al chico y corrí a mi habitación, no obstante alcancé a oír algo que me gritó antes de cerrar la puerta.
—¡Pues entonces jamás volverás a ver a tu pantufla, niña!
Pensé que su amenaza era ridícula, a mí me daba igual tener que sobrevivir por un tiempo con una sola pantufla, ¡Sería la cenicienta de las pantuflas! Daba igual. Incluso me pareció gracioso, eso y también un poco raro ¿cómo lo había hecho para conseguirla? Eran al menos unos 5 perros grandes, es extraño que de un momento simplemente se hayan ido así como así.
Alimenté al gatito y lo acurruqué junto a mí en la cama. Los signos de alergia empezaron rápidamente a surgir, así que como de costumbre me auto mediqué con pastillas antialérgicas para así sobrevivir a la noche. Dúpin se calmó bastante rápido una vez le empecé a dar mimos. No pasó mucho para que sus ronroneos se volvieron sueño. Al final, el día había tenido una bonita sorpresa gatuna para mí.
De todos modos no puedo quejarme demasiado, porque en realidad no tengo la peor vida de todas. Puede que me estén pasando cosas malas, pero mi vida no será este momento para siempre. Las cosas van a cambiar y, por supuesto, pronto llegará el día en que no tendré que ver de nuevo a mis estúpidos compañeros. Aunque, claro, todavía falta mucho para eso.
En este momento preferiría ser un gato. Miro a Dúpin y envidio la aparente tranquilidad con la cual duerme, a pesar de haber estado a punto de morir hace un rato atrás. Ojalá yo pudiera ser como él. Ojalá todo fuera más sencillo.
No.
Nada puede resultar bien para mí. De mal tengo que ir en peor. Cierro los ojos tres segundos. Tres segundos durante los cuales pretendo respirar hondo y relajarme. No funciona. Entonces los abro. Abro mis ojos y siento un arañazo en mi cara, mi mejilla derecha arde muy fuerte. Dúpin no estaba dormido de verdad.