Casi llego tarde a clases por culpa del chico y su gato. Mi mente trataba de elaborar algún argumento razonable que pudiera explicar todo lo sucedido. Tal vez yo sólo estuviera soñando, pero ¿cómo explicar las heridas? Me había costado trabajo hacer los vendajes y afortunadamente la blusa blanca de mi uniforme conseguía cubrirme el brazo.
Tuve suerte de entrar al salón en compañía de la profesora. Entré con la cabeza gacha, no quería ver a nadie a la cara. Sentía vergüenza. Y aunque no di la vista a mis compañeros podía sentir sus miradas fijas sobre mí. Era muy incómodo.
No conseguí ocupar un puesto vacío y debí sentarme en compañía de alguien. No supe quién era hasta avanzada la clase, fui demasiado cobarde y no miré hasta que esa persona me dirigió la palabra para pedirme prestado un lápiz.
Era una compañera con la cual no hablaba mucho. No dijo nada al respecto de mi incidente de ayer y entonces me sentí ridícula ¿qué acaso me creía el centro del universo? Ayer había tenido un pésimo día y daba por sentado que todos mis compañeros de clase me odiaban y querían hacerme daño. A veces puedo ser algo extremista con lo que siento o pienso. Quiero mentalizarme, calmarme y convencerme de que hoy será diferente.
—¿No vas a hablarme, Sofía?—Cuando la primera clase terminó Anna se acercó a mí, aunque traté de evitarla. Seguía enojada con ella. Había revelado mi secreto y me había hecho quedar en ridículo—, ¿No me digas que de verdad te has enojado por lo de ayer?
Quise ignorarla. Pasar por el lado y continuar algún camino improvisado, pero se volvió a poner frente a mí, obstaculizándome el paso.
—Soy la única amiga que tienes. Te vas a quedar sola si sigues con esa actitud, Sofía.
¿Amiga? No. ¿Qué significaba para ella esa palabra?
—Entonces prefiero quedarme sola.
No sentía un particular llamado hacia la soledad, pero por el momento esa parecía la mejor alternativa. Recuerdo que desde niña me ha resultado complicado encontrar un tipo de ambiente en el cual me sienta cómoda. Toda mi etapa escolar la he pasado en el mismo lugar y la idea de cambiar de sitio me resulta aterradora, así que pese a estar pasando un mal momento no pensaría en cambiarme de escuela. Es cuestión de tiempo para que todo mejore.
De todos modos la escuela no resultó terrible. Fui digna para que al menos Tomás me dirigiera la palabra y me preguntara qué tal iba mi día. Fui honesta al decirle que hasta el momento era una completa basura. La soledad impuesta me resultaba triste.
—No deberías enojarte con Anna—me aconsejó Tomás—, sé que lo que hizo no fue lo mejor, pero inventar algo tampoco lo es, Sofi. Ambas se equivocaron, ¿no? Dejen de ser ridículas y arreglen las cosas.
Tomás era un sujeto agradable. Le conocía desde hace 3 años, él ya había pasado por una larga lista de colegios antes que el mío y es que mi compañero de clase tenía un serio problema con el cumplimiento de asistencia. Repetía los cursos sólo por eso y había conseguido al menos una expulsión debido a su irresponsabilidad. Anna y yo le alentábamos a menudo para que asistiera a clases, a veces funcionaba y muchas otras no.
—Nada más lo dices porque te gusta Anna—Sólo dejé que mi boca hablara y no razoné lo suficiente mis palabras antes de decirlas. Ciertamente, yo tenía alguna teoría al respecto de eso, pero jamás lo había comentado con alguien.
—¿Qué dices?—Él me observó con asombro. ¡Sí, claro! No podía ser más farsante que hacerse el desentendido.
—Nada— Y quizá yo también estaba resultando igual de farsante que él.
—Ambas son mis amigas, Sofía. Sólo quiero que todo esté bien entre ustedes—.Nos quedamos mirando un rato en silencio. Ya era horario de salida y cada uno debía tomar un camino diferente. Luego, como si acaso él se rindiera de intentar persuadirme, dio media vuelta y comenzó a alejarse de mí sin decir algo más.
Me había quedado sola otra vez. Había pasado el día casi por completo en soledad y aunque procuraba armarme de optimismo, al final nada de eso resultaba efectivo. No me sentía bien, estaba angustiada. Jamás debí haber inventado esa ridícula historia del novio.
Ni siquiera Agus, la chica con la cual Anna y yo nos juntábamos a veces, me había hablado. Ella era menor que nosotras, y yo sabiendo esto, asumí que no estaría enterada de mi embarazoso accidente. Pero al parecer sí lo estaba, porque cuando traté de acercarme a ella para hablarle durante el recreo, me ignoró sin darme ninguna explicación.
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Editado: 28.10.2018