Todo es por ti

Capítulo 6: "Perdiendo la cordura"

Lo recordaré como el peor día de todos.
Mi uniforme sucio, mi cabello lleno de lodo y un frio potente acariciando mis piernas mientras estoy hecha un ovillo en el suelo. ¿Quién sabe? Quizá hubiera sido mejor si Ángel me hubiera matado y no se hubiera marchado sin hacer algo más.

Siento odio. Mucho odio.
Me siento sola y pequeña. Pienso que lo que me ha pasado es injusto, pero aun así no he podido hacer nada. Quiero vengarme.

La mañana empezó normal. Todo partía como un día cualquiera de escuela y yo asistía a pesar de los pocos ánimos que tenía de encontrarme con mis compañeros de clase. Un cielo nublado que anunciaba una lluvia próxima y yo, una Sofía desobediente a los anuncios del clima, vistiendo el uniforme escolar, sin llevar nada extra para abrigarme a la tarde.

No esperaba que las cosas fueran diferentes al día de ayer. Sabía que probablemente pasaría el día sola y por lo mismo, había traído preparado un pasatiempo para los descansos; escribiría acerca de Ángel, quería que el recuerdo de ese extraño sujeto y su gato quedaran perpetuos en mi memoria.

Recuerdo que era el último recreo. No estaba molestando a nadie. Me encontraba sentada en el suelo de uno de los pasillos de la escuela, a ratos escribía en mi cuaderno o miraba la lluvia caer a través de la ventana. Estaba muy cómoda y tranquila a pesar de la soledad y los perturbadores recuerdos que Ángel traía a mi memoria.

Estaba en eso, concentrada, sin inmutarme por algo externo a la lluvia y mi cuaderno, hasta que de pronto, la luz que me rodeaba dejó de hacerlo y sentí muchos cuerpos haciendo sombra a mi alrededor.

—¿Por qué tan sola, Sofía?—la voz de Anna hizo que desviara mi atención hacia ella y el resto de chicos y chicas que le acompañaban. Eran dos chicos y tres chicas, además de Anna— ¡Oh, perdóname! ¿Es que acaso no he visto a tu novio imaginario "Damián"? Dime, ¿está sentado al lado tuyo acaso?

Quise ignorarla. Cerré mi cuaderno, lo guardé bajo mi brazo y me puse de pie. Intenté dar algunos pasos para alejarme, pero alguien me tomó por el brazo.

—No molesten—exigí—,no me interesa.

—¡Oh, vamos, Sofía!—exclamó Anna—.Tú ya has molestado a muchos aquí. Es hora de que pagues por lo que has hecho.

Antes de que pudiera decir algo sentí una patada a la altura del estómago y luego escuché unas risas. No estaba segura de si había sido Anna o alguna de las otras chicas. Miré a los muchachos, ellos parecían sorprendidos por lo que había pasado.

—Hey, no es para tanto, Anna—opinó uno de ellos. Los conocía, éramos compañeros—. Al menos yo sólo quiero saber por qué hizo lo que hizo y que nos pida disculpas.

En mi mente intentaba averiguar por qué exactamente tendría que disculparme con alguno de ellos. Es verdad, yo había inventado una mentira, sólo para quitarme de encima a los chicos que estaban tras de mí y así caerles bien a las chicas que, por ello, no me incluían en sus grupos. Ambos muchachos presentes formaban parte de los que, yo sabía, les gustaba. Anna me había entregado unas cartas que ellos me habían hecho. ¡Eran odiosos! Todos los días había alguna en mi casillero o en mi mochila. Siempre. Dejaba de ser romántico, era obsesivo.

—Sofía no va a disculparse—dijo Anna—. Es una mala chica, yo lo sé muy bien. Traté de ser su amiga, pero ella fue quien me alejó.

—¿Por qué tendría que disculparme?—interrumpí. Me di cuenta de las mentiras que Anna estaba diciendo, de inmediato pensé que tal vez habían muchas más mentiras que esas—. Yo sólo inventé que tenía novio... Fue ridículo, pero ¿Por qué tendría que disculparme con ustedes por eso?

Esperé a una respuesta, pero nadie habló. Quizá esquivarlos de nuevo, pero alguien volvió a tomarme del brazo.

—Chicas, cálmense—volvió a opinar el mismo chico—. A ver, Sofía, yo hablo de las cartas. A Daniel y a mí nos has estado enviando cartas de amor. Eso no tendría nada de malo de no ser porque estás jugando con nosotros. Eso no está bien.

—Yo no he...

—¡Lo sabía!—Me interrumpió Anna—, no va a reconocerlo. Se va a hacer la víctima, como siempre.

—¡Ustedes me enviaban cartas a mí!—exclamé—, no yo a ustedes.

—Nosotros sólo respondíamos tus cartas—replicó el chico. Ahora todo comenzaba a oler raro. ¿Qué estaba pasando realmente?




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