Los últimos días he llegado a tener sueños increíblemente peculiares. Tan extraños y al mismo tiempo tan sorprendentes que parecen realidad, y me confundo en lo coherente, y olvido lo que es normal. Al despertar me deprimo y pienso que tal vez mi vida sería mejor si pudiera mantenerme en un sueño maravilloso por siempre. Por estos días es común en mí no querer enfrentar la vida real.
Me he excusado para faltar a clase, fingiendo que estoy enferma. Yo sé que mis padres no se creen mi mentira, pero de algún modo me están apoyando en esto. Al mismo tiempo, soy consciente y sé que no puedo esconderme para toda la vida, pero al menos estos días en casa me mantienen protegida y ciega.
No he querido hablar con nadie y al parecer de todos modos nadie ha querido hablar conmigo. No sé por qué me preocupo tanto, debo dejar de creer que soy el centro del universo, mis problemas algún día pasarán y será como si nada hubiera ocurrido. Algún día moriré y a nadie le importará algún momento vergonzoso de mi vida.
Mi mayor consuelo era el gatito, el inesperado regalo que me había dejado aquel chico raro que apareció un día de manera fugaz en mi vida. A modo frecuente me preguntaba qué sería de ese muchacho. ¿Volvería alguna vez a verle? ¿Qué pasaría si le viera de nuevo? ¿Intentaría quitarme al gato?
Había caído en cuenta que el conocerle era lo más interesante y menos problemático que me había ocurrido en mucho tiempo. Deseaba volver a verle a pesar del peligro. Él no era un monstruo, porque definitivamente no lucía como uno. Sin lugar a dudas tenía algo especial, algo que yo no entendía, pero que añoraba enormemente comprender. Nuestro último encuentro me había dejado muchísimas dudas, algo me había dado a entender que él no era feliz y que alguien estaba presionándolo para que actuara de cierta manera. El final de todos estos pensamientos no fueron a otro punto más que al concluir, con ayuda de mi desquiciada cabeza y mi frágil memoria, una sola cosa: Quería ayudarlo. Yo quería salvar a ese chico.
No entendía, yo sólo sentía una fuerte corazonada, un loco impulso o sentimiento mágico, por llamarlo de alguna forma. Y es que no eran sólo mis pensamientos durante el día, sino que en las noches a veces me ocurría que despertaba llorando o con la imagen de él en mis últimos recuerdos del sueño. Me perseguía todo el tiempo. Las últimas dos noches había soñado con una triste escena en la cual Ángel se hallaba solo, había huido de su hogar y no tenía lugar ni persona a la cual recurrir. Lo veía deambulando entre medio de personas que se burlaban de él, a veces le veía pelear y todo parecía mágico. Pronunciaba palabras raras que no entendía, pues parecían dichas en otro idioma. Se enfrentaba a hombres y mujeres que tenían poderes, algunos usaban varitas y todos, sin excepción terminaban por vencerle. También recuerdo una frase del sueño, aunque no consigo traer el detalle a mi memoria de quien la dijo exactamente, pero fue algo así como “Mago no eres, sino una abominación. Un monstruo que jamás será como nosotros.”
Esa frase y el sueño en general atormentaban mi cabeza. ¿Qué y quién era Ángel realmente? Yo me sentía como un gato dispuesto a entregarlo todo y a morir por la curiosidad. Si Dúpin hablara, tal vez podría saber más.
—Pero no haces otra cosa más que maullar, ¿no es así?—hablarle al gato de vez en cuando me mantenía cuerda—. Quién alguna vez dijo que tú eras un arma estaba mal de la cabeza. Eres súper tierno y… ¡Muy perezoso! Sólo comes y apenas caminas, ¿Te has visto ya la pancita, Dúpin?
Esa tarde de jueves mis padres descubrieron a Dúpin. Seguramente iban de camino a mi cuarto cuando me escucharon hablando sola. Al abrir la puerta y descubrirme vieron al pequeño gatito.
—¿Y ese gato, Sofía? —La voz de mi madre me dio a entender enseguida que no estaba a gusto con la situación. La alergia a los gatos la había heredado de ella.
—Se lo cuido a alguien—Yo seguía en pijama y eran las seis de la tarde. Me había pasado todos los días en esas pintas desde el domingo pasado.
—No podemos tener gatos en esta casa, hija. Debes decirle que no lo puedes cuidar, sabes que soy extremadamente sensible con esto.
—Cariño, tu mamá tiene razón. Además tú también eres alérgica—.De inmediato me enojaron sus argumentos, porque Dúpin llevaba ya unos días considerables en casa y nadie se había muerto de alergia. Yo sabía que en realidad a mi mamá no le gustaban los gatos por otro asunto y es que cierta vez oí que cuando ella era una niña, sus cinco hermanos mayores la despertaron poniéndole gatitos encima de la cabeza. Según cuenta la leyenda, ella despertó gritando al sentir a los gatitos, estos se asustaron y la arañaron por completo, causándole un trauma que perduraba hasta mis días.