Salir sin móvil de casa había sido un error, uno que me llevó a soportar una pequeña reprimenda por parte de mis padres. Ninguno preguntó por el gato, supongo que les bastó con ver que ya no lo traía conmigo, y es que por suerte, Ángel estaba de vuelta y me sería de ayuda para entrar a escondidas al gatito a mi cuarto.
Apenas pude librarme de la cena y la atención de papá y mamá, corrí en dirección a mi habitación. En el bolsillo de mi sudadera llevaba escondido un sándwich que especialmente preparé para Ángel, junto a una pequeña caja de jugo de naranja. Al recordar los sueños que tuve con él y ver su aspecto desahuciado, sentí un pequeño revoltijo en el estómago que me hizo querer proporcionarle algo que en realidad no estaba segura si necesitaba.
Mi cuarto estaba a oscuras y cuando encendí la luz descubrí a Ángel y a Dúpin dormidos uno sobre el otro. No lograba comprender cómo el pobre gato respiraba con el peso del muchacho encima. Me imaginaba que Ángel, en su desesperación por mantener la paz con el gato, había decidido que la mejor forma para mantenerlo quieto era echarse sobre el minino de modo que quedara inmovilizado.
—Oye, ¿Por qué está tan gordo?—la pregunta de Ángel me hizo dar cuenta que en realidad no estaba dormido.
—Está saludable—respondí frunciendo de inmediato el ceño.
—¿Saludable? ¡Ah, claro! Porque tener doble papada es saludable. Tonto de mí.
—¡No sabes nada de gatos!—Mis buenas intenciones se esfumaron y de pronto me encontré a mí misma lanzándole el sándwich y el jugo a un lado de la cama a Ángel—Come.
Aparté la mirada para no encontrarme con la suya, al menos por unos segundos. Luego, me atreví a mirar de reojo en dirección a la comida. Aún no la había tocado.
—¿Qué estás haciendo?
—Es hora de cenar…—dije mientras me encogía de hombros—pensé que tendrías hambre.
—Ya, pero ¿por qué?—Le miré. Le miré y de inmediato supe que me había equivocado. No al traerle comida, no era eso en lo absoluto. Mi error estaba en haberle mirado a los ojos, esos profundos ojos grises que me hicieron temblar y no conseguir mantener la mirada fija más que unos banales segundos.
—No es importante…—solté en un casi inaudible murmullo. Luego respiré hondo y conseguí volver en mí, al menos en gran medida—. ¿Puedes explicarme qué ha pasado hace un rato?
El muchacho pelinegro de ojos grises al fin se dignó a dejar de aplastar al inocente gato negro. También tomó la comida y me hizo un gesto junto a una sonrisa que decidí tomar como un “gracias”.
—¿Y bien? —Insistí, luego de unos segundos de silencio.
—¿Sí?—Él comía y parecía ausente a mi pregunta anterior.
—Vamos, que ¿qué ha pasado con el gato? Estaba muerto… Yo lo vi, lo toqué. No se movía, nada y luego tú simplemente dices algo y ya. ¿Qué clase de Dios eres?
—¡¿Dios?!—Ángel emitió una risa exagerada y para mala suerte suya terminó por atragantarse con el pan—. Hmm… Yo no sé de qué hablas, Sofía.
—¡Vamos! No puedes negarme algo ahora. Sé muchas cosas sobre ti, a esta altura esconderlo no tiene nada de sentido.
—Es un buen punto.
—Ajá. Entonces… ¿Qué eres?—Miré sin discreción alguna a mi compañero de pies a cabeza. Mi intención era recalcar la idea de que no lucíamos diferentes, pero algo en mi plan salió mal y de repente fui cayendo en cuenta de lo guapo que era y el bonito cuerpo que parecía esconderse detrás de toda esa ropa y…
Oh no.
Quise morir en ese momento.
—Me estoy sintiendo acosado—Reaccioné y carraspeé a modo exagerado mi garganta para disimular algo que a todas luces era evidente—Bueno, Sofía… Hagamos que esto sea un poco divertido, ¿de acuerdo? Te diré quién soy y todo lo que te interese saber, pero sólo si primero tú lo adivinas.
Sólo por discreción, aguardé unos segundos antes de responder
—Hecho—Luego, dije el primer disparate que se me cruzó por la cabeza—, ¡Vampiro!
—No.
—¡Hombre lobo!
—¿Es en serio? ¿Tan peludo estoy?
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Editado: 28.10.2018