Quizá nunca me había enamorado de verdad. Tal vez pudieron atraerme personas antes, pero de momento mi corazón no había sido lo suficientemente agitado por alguien, o al menos eso pensaba.
Me gustaría poder amar de verdad alguna vez. Desearía poder comprender ese sentimiento. Lo más cercano a eso que he tenido ha sido mi amor fantasioso por personajes de ficción en películas o libros, o incluso maquinados por mi propia mente. Damián, el muchacho de ojos grises que inventé a los 11 años. Estaba recién iniciando la pubertad… ¿qué coincidencia, no? Él me acompañó por un tiempo. Me gustaba imaginar que éramos mejores amigos. Retomamos nuestra amistad cuando inventé lo del novio falso y nos distanciamos cuando mi mentira se volvió un secreto a voces
—Luces aburrida—Teodoro se había aproximado a mí, yo continuaba echada en la butaca con Dúpin dormido sobre mi regazo, mientras mis pensamientos me mantenían ocupada—. No lo estarás por mucho, ¡vamos a bailar!
—¿Es necesario?—No quería hacerlo. No me apetecía, además de seguro el gato se molestaría mucho si perturbaba su siesta embellecedora.
—Bueno, sólo si quieres. De otro modo déjame acompañarte un rato, los rostros grises me inquietan.
Solté una risa seca—Bueno, podría pintarme la cara de dorado si quieres.
Teo me observó con el entrecejo fruncido por una breve fracción de segundo y luego pasó a una expresión apacible. Se rió. De momento parecía un agradable sujeto.
Un momento. ¿Acaso yo estaba interactuando normalmente con una persona? ¡¿De verdad estaba pasándome esto a mí?! Por lo general se me dificultaban mucho las relaciones sociales… Reaccionando y recapitulando a mis últimas experiencias aquello no tenía sentido. Me había pasado días encerrada en casa y mi contacto humano era limitado, o bueno, la llegada de Ángel sí que había perturbado las cosas.
Quizá él tuviera mucho que ver con mis cambios.
Aun así… seguía siendo cobarde. Al fin y al cabo había abandonado la escuela.
—Pareces diferente al resto—comentó Teo de pronto, yo estaba evitando el contacto visual. El darme cuenta de mis propias falencias me había hecho sentir nerviosa y torpe—. No estoy seguro de por qué, pero hay algo en ti que me resulta nuevo.
Quizá porque yo no soy una bruja, pero de eso no hay forma de que él pueda enterarse. ¿Verdad?
—Es un comentario tonto, perdona—continuó hablando Teo—, en fin… Y yo qué tenía tantas ganas de mostrarte mis pasos de baile. Dime, ¿te gusta bailar?
Hmm… Alguien comenzaba a volverse insistente y para nada sutil. Qué desagradable.
—No frecuento bailar, no sé si me gusta. Tampoco sé si hago el ridículo.
—¡Eso! Tienes qué probarlo, ¡vamos! Yo hago el ridículo y me da igual. Es mi fiesta, o bueno, la fiesta de mi familia. Nadie va a burlarse de mí. Esta gente es amargada y conservadora. Si bailo, los fastidiaré.
Mi expresión se manchó de confusión y unas ligeras arrugas adornaron mi frente. ¿Acaso ese chico estaba cuerdo?
—Vamos, y si te lo pregunto de otro modo…—Teodoro se posicionó frente a mí y me extendió una de sus manos para que la cogiera—¿Querrías fastidiar un poco a la gente aburrida conmigo?
El contacto visual entre los dos volvió y mi torpeza social fue desapareciendo poco a poco. Lo medité por unos escasos segundos, luego sólo sonreí, dejé al gato recostado en la butaca y fui a bailar con el sujeto de ojos dorados.
Cuando estuvimos en medio del enorme salón fui consciente de un detalle importantísimo. Uno del cual acaba de reparar y que me preguntaba cómo diablos no había notado antes de caminar hasta en medio de la muchedumbre. Y es que la situación era la siguiente; No había música.
—A este paso le llamo “el tallarín de oro danzante”—sentí arder mis mejillas en el segundo exacto en que Teodoro comenzó a mover su cuerpo de una manera extraña frente a mí, parecía una especie de serpiente bailarina ¡Era muy embarazoso! Sobre todo por la seriedad que le ponía al asunto—. Vamos, intenta seguirme.
—Pero no hay música…—mascullé avergonzada. Tenía la mirada fija en el suelo, tampoco me atrevía a dejarlo haciendo el ridículo solo.
—¿Pero qué dices? Yo estoy escuchando mi canción favorita en este preciso momento—Teo cerró los ojos y se dejó llevar todavía más por sus raros y místicos movimientos de serpiente—, la gente hablando, el silencio, los sonidos de los cubiertos y los susurros… ¡Oh, mi parte favorita!