Manuel la observo y los recuerdos lo hicieron sonreir: más de dos décadas atrás, y sentada sobre sus piernas, le había asegurado que nunca se casaría, porque a su parecer, todos los hombres eran tontos redomados. Recordaba haberse reído con ganas de la ocurrencia tan honesta y quizá hasta acertada de aquella briboncilla de ocho años; pero luego de tanto tiempo contemplando como se empecinaba en conservar su soltería, la ocurrencia, ya no le hacía tanta gracia, y lamentaba, tanto como temía, que lo sepultaran sin conocerle un hijo. Por supuesto que Erick le había dado un nieto y Julia dos, pero Janneth había sido su favorita siempre. Era la más parecida físicamente a su difunta Leticia y temperamentalmente a él; era lo mejor de ambos por decirlo en otras palabras y, ya casi entrando a los cuarenta, se le estaban pasando o, más bien, estaba dejando pasar, sus últimas posibilidades de casarse y engendrar hijos; y no es que le hubieran hecho falta pretendientes durante la adolescencia, en su periodo adulto o ahora ya casi en la madurez. Pretendientes había tenido, y muchos; pero siempre se las había arreglado para deshacerse de ellos cortésmente y sin poner en evidencia el repudio que sintió por cada uno.
Janneth, fue siempre una niña callada, reflexiva, cortes, y la mayor parte del tiempo comedida; pero totalmente obtusa, terca y obcecada cuando tomaba una determinación. Particularmente, y aun con asombro, Manuel recordaba la tarde de abril en que apenas cumplidos los once años le pidió a Leticia que le recortara el cabello como a un varón. Leticia desde luego se opuso, y sin saber que firmaba una declaración de guerra; le explico, como a una madre correspondía, los motivos por los cuales una niña tan bonita como ella debería llevar el pelo suelto y largo. Ante la escena, Manuel recordaba haber sonreído, anticipando, que aquel sería el primer enfrentamiento serio entre su esposa y su hija: esperó una escaramuza breve en la que Leticia terminaría imponiéndose más por la fuerza de la autoridad que la de los argumentos y a Janneth cediendo porque no tenía más alternativa que obedecer; jamás concibió, que su concentida hija, armaría un berrinche tan intenso en hostilidad y tan desgastante a medida que se alargaba en el tiempo que, incluso él, se vería arrastrado en el conflicto sin lograr conciliarlas. Madre e hija se enfrentaron encarnizadamente haciendo uso de todas las armas y mañas que conocían, y finalmente; para sorpresa de Manuel: Leticia termino abdicando con la condición única de que ella elegiría el estilo que mejor le sentara, a lo cual Janneth apenas puso peros; el estilo al parecer era lo de menos, lo importante: era deshacerse de aquella frondosa cascada de pelo que Leticia con tanto amor había cuidado y de la que también se sentía orgullosa. Fue doloroso, pero no hubo suplicas ni lagrimas que valieran y victoriosa y sin compasión, Janneth, reclamo su corte de cabello. Nunca explico porque decidió cortarse el pelo, igual que nunca explico muchos otros hábitos que abruptamente adopto o dejo, pero como norma; Manuel sabia que nunca se retractaba de sus elecciones, y en el fondo, temía que casarse y no tener hijos fuera una de ellas, porque de ser así, estaba seguro que no habría nada en el mundo que la hiciera cambiar de opinión; y si le quedaban dudas, alli la tenía, sentada frente a él, con una pierna cruzada sobre la otra, vistiendo un estirol salmón ajustado a la cintura por un cinturón del mismo color, y luciendo uno de sus habituales cortes de cabello recortado varonilmente y que acentuaban en su bello rostro aquel aire altivo y frio que en iguales proporciones seducía y espantaba a los hombres.
-Esto salió, tan mal como esperábamos- Dijo Manuel arrellanándose y empujándose hacia atrás en su sillón.
- Y aun sabiéndolo - Dijo Janneth jugando con su relojito de pulsera-, decidimos apoyar la iniciativa de Félix y Lidia. Laura y Patrick no van a quedarse de brazos cruzados.
-Si hubiera votado por negarle el retorno a la empresa a Alberto- Le recordó Manuel-, los ofendidos serian Lidia y Félix y estaríamos atrapados en una situación similar. Además, yo estoy convencido de su inocencia. Quedaron muchas cosas sin considerar en su juicio: temas que de pronto no solo ponían en evidencia la incompetencia policial sino tambien su corrupción. Aquella, hija; fue la crónica de un asesinato anunciado: si no hubiera sido Esther habría sido otra la victima; todos los vecinos de aquel distrito residencial lo esperaban y lo habían avisado, sin embargo, ya sabes, la apatía y la negligencia policial de aquella época hicieron leyenda, y cuando se dio el homicidio culparon al primero que tuvieron a mano.
-Ni me recuerdes aquellos días- exclamo Janneth-. Todos vivíamos con miedo: los asaltos a bancos, los secuestros y las primeras planas sangrientas eran cosas tan cotidianas. Me acuerdo que cuando comenzaron los atracos en las paradas de los semáforos y en las calles de los barrios de clase alta todos corrimos a contratar guardaespaldas, a subirle un metro a los muros de las viviendas, a instalar alambradas eléctricas y a contratar servicios de alarmas. Mio tío Leonel hasta compro dos perros, y recuerdo que mi tía Leticia se deshizo de ellos porque no aguantaba que anduvieran cagándole el jardín -Manuel sonrió evocando aquella anécdota–. Sin embargo- continuo Janneth-, nada parecía detener a aquella gente: comenzaron a saquear las viviendas cuando las dejaban solas, tuvieran alarmas o no, y poco después, a meterse en ellas a pleno día. La residencial de Alberto fue una de las más afectadas, y cuando asaltaron a aquella familia de italianos solo a dos calles de su casa realmente nos alarmamos; pero él y Esther se tomaban aquello tan despreocupadamente. Finalmente; Esther fue asesinada y milagrosamente los atracos se detuvieron.
Editado: 14.02.2024