Todo estará bien

Capitulo I0

El Dolce Vitta no era solo un restaurante caro y exclusivo sino también impresionante y sofisticado. Estaba decorado de forma señorial y barroca y poseía una terraza interna inspirada en las villas Toscanas. Los clientes en la placita comían al aire libre y protegidos del calor y el sol por una exuberante vegetación de enredaderas que trepaban por todas las paredes internas del edificio y por árboles de hojas perennes que refrescaban el ambiente creando también la ilusión a los visitantes de haber sido trasladados a otra época en otro país.

Cuando Alberto y Janneth llegaron un camarero vestido de uniforme los condujo a la terraza adoquinada con ladrillo rojo y adornada con faroles de estilo inglés y bancas de parque forjadas en hierro. Los ubico en sillas acojinadas con cuero blanco y también forjadas en hierro y alrededor de una mesa redonda cubierta con un mantel blanco y adornada con un maceterito en la que crecía una plantita ornamental sin flores.

Los platos, tenedores y demás utensilios ya estaban dispuestos y para abrir boca Janneth se pidió una ensalada mediterránea y Alberto berenjenas a la parmesana. Al retirarse el camarero Janneth cerro los ojos y se masajeo los hombros respirando profundamente mientras Alberto se relajaba con la reconfortante frescura y serenidad del lugar. Las mesas estaban casi todas ocupadas y la gente parecía inclinada a conversar en susurros y Alberto apenas escuchaba los murmullos como si fueran ecos de plegarias en una iglesia. Una brisa suave y olorosa a tierra de acarició el rostro y entonces se percató que Janneth estaba observándolo.

- ¿Ya se te pasó el enojo?- Le preguntó.

- ¿Qué?

-El enojo. Cuando entramos parecías muy irritado.

-Aaaah, eso- contestó.

-¿Estabas enojado entonces?.

-Irritado. Si. Desde hacía ocho cuadras por lo menos. Al principio tu forma de conducir puede parecer extravagante y hasta divertida si te gusta que te asusten de vez en cuando, pero la gracia le dura poco. ¿Quién diablos te enseño a conducir así?

-Mi papá por supuesto. -Contesto seria.

- ¿Manuel? ¿Manuel te enseño a conducir así?

El mesero se presentó y le sirvió las entradas sí apenas incomodarlos y luego se retiró.

-Cuándo decidí aprender a conducir y se lo dije él se ofreció a enseñarme. Dijo que me daría la primera lección importante de mi vida. Yo al principio resulte bastante miedosa y timorata y después de tres lecciones en lugar de mejorar había empeorado, entonces él se exaspero y me gritó que si iba a conducir el maldito auto como conducía mi vida que me bajara y me buscara un marido para pasar el resto de mi vida lavándole la ropa y preparándole las comidas. Me dijo que lo que debería aprender a manejar bien era una estufa y una lavadora. “Eres mujer”- me advirtió- “eso te condena desde el día en que naciste a esforzarte el doble y el triple de lo que se esforzaría un hombre para abrirte pasó en la vida y no vas a conseguir nada si te andas pidiéndole permiso a todo el mundo para pasar o te andas temiendo ofender o lastimar a todo el mundo” Ese día mi padre despertó algo dentro de mí. Una frustración. Una rabia. Él es bueno invocando la manifestación de tus peores instintos. Sabe cómo y cuándo decir las cosas que te transformarán para siempre.

Alberto guardo silencio y la dejo terminar de comer su ensalada tranquila. Había detectado un resentimiento profundo en su confección; sospechaba que había dado con las primeras pistas que explicaban su obstinación en mantenerse soltera.

-Oye- Le dijo triste y apenado. - solo estaba asustado. Más que molesto en realidad estaba asustado. No es nada personal contigo.

-Ya te acostumbrarás- Le contesto ella sonriendo un poco triste.

-No. Eso ni hablar- replicó Alberto- En cuando tenga mi propio auto abandonaré los viajes de alto riesgo contigo- Ambos sonrieron Y entonces apareció el camarero que le sirvió los platos fuertes. Spaghetti a la carbonara para él, escalope para ella y vino para acompañarlos.

¿Qué te apareció tu primera media jornada de trabajo? ¿Cómo te has sentido?

-Me he sentido como en una montaña rusa emocional.

-Una… montaña rusa. - Lo miro de frente con las cejas arqueadas; el enrollo un bocado de espagueti en el tenedor y se lo llevó a la boca.

--Si, una montaña rusa- repitió- En la mañana tu llamada y la de tu padre me intimido mucho. Luego en el sótano del edificio tuve un ataque de pánico. Después una entrevista muy incómoda con Manuel y no te vayas a ofender, pero cuando te lo propones puede ser tan incómoda como él. Me tenías totalmente paralizado de miedo en tu despacho. Prácticamente el plan de trabajo lo hiciste sola, no tuve valor de objetarte ni un punto.

Ella sonrió colorada.

- ¿Tenías algo que objetar?

-La verdad no. Pero me hubiera gustado hacerlo. Me habría servido para sentirme más seguro.

Ella sonrío sonrojándose aún más y él pensó que sonrojarse le iba bien, se veía muy bonita cuando se ponía colorada.

-Luego- continúo el- el abrazo incómodo de Julia. Me conmovió. Me tomo por sorpresa.

Después de un par de segundos de silencio él le lleno otra vez la copa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.