- ¡Alberto! ¿Estas despierto? - pregunto Félix dándole suaves golpecitos a la puerta.
-Pasa, está abierto- Contesto. Félix abrió la puerta y entró. Alberto estaba parado a medio cuarto, junto a la cama; cubierto solo con una toalla azul y sosteniendo dos perchas de la que colgaban dos trajes: uno gris y otro azul.
- ¿Irás a trabajar?
-Es mi segundo día apenas. No se vería bien una primera ausencia tan prematura.
-Después de lo de anoche pensé que ya no querías volver.
-No quiero volver papá; pero me han dejado sin alternativas. Ahora, además de probar que no soy asesino también tengo que demostrar que no soy un cobarde. Aparte, les hice una promesa a ustedes y si me retracto el sacrificio del Honda Civic habrá sido en vano. Pero y tú; ¿Qué haces aquí tan temprano?
-No pude dormir toda la noche, pensando. Supuse que tú tampoco y quería saber cómo te sientes y qué decisión has tomado.
-Pues, no he dormido bien; por no decir que no he dormido casi nada y, pues, ya ves, pese a mi estado de ánimo he decidido cumplirles mi promesa.
-De repente tu madre y yo nos equivocamos, hijo. De pronto nos dejamos ilusionar demasiado por Manuel y no consideráramos bien todas las implicaciones de tu retorno a la empresa. Si después de lo de anoche prefieres no volver nosotros lo entenderemos.
- Ahora es demasiado tarde para eso, papá- Exclamó decidiéndose por el traje gris- Lo he meditado toda la noche: sí me hubieran agredido a mí tal vez consideraría tus palabras, pero fue con el auto de mi madre que se enseñaron y eso no voy a perdonárselo a nadie. Ustedes no tienen ni deben pagar y sufrir represalias por mi culpa. Me temo que esto del carro ha sido solo un pequeño eslabón en una larga cadena de agravios y humillaciones. Hasta anoche comprendí la profundidad de tu escarnio y el de mi madre; no les basto con correrla de diseño ¿verdad? Han vivido todos estos años recordándole que son los padres de un asesino ¿Cierto? Pues bien, eso está a punto de acabarse.
- ¿A punto de acabarse o a punto de empeorar, hijo?
- No pienso moler a palos a Patrick y menos el auto de Laura, si es eso lo que te preocupa, aunque anoche lo hubiera hecho con gusto, si Janneth no me hubiera contenido.
- Eso es lo que me inquieta, Alberto: Janneth no estará ahí todo el tiempo para contenerte.
- Entonces quién tiene que andarse con cuidado y evitar provocaciones es Patrick.
- Pareces convencido que él está detrás de lo del auto.
- ¿Tu no?
- Me cuesta creerlo para serte honesto. Es un imbécil y un arrogante, nos odia tanto como Laura, pero de ahí a conducirse como un criminal existe un espacio de duda que no puedo cerrar solo fundamentando en sospechas.
- Es muy noble de tu parte que pienses así, considerando que ni él ni Laura precisaron de muchas pruebas para condenarme a mí.
- Nosotros no somos iguales a ellos- Replicó Félix exaltado. - Y a estas alturas no pienso rebajarme a su nivel.
- Lo siento papá. Tienes razón… Discúlpame- dijo Alberto- yo mejor que nadie debería saber lo que es ser condenado solo por sospechas.
- Alberto- suplico Félix- Solo prométeme que dejarás este asunto en manos de Manuel: el sabrá cómo resolverlo. Dedícate solo a tu trabajo, ignora las provocaciones, y controla tu genio.
- Prometo intentarlo, papá.
- Solo lo intentarás.
- Lo intentaré, sí.
- Bueno. Supongo que eso, es mejor que nada. Alexis te llevara a la empresa y si al atardecer Janeth no puede traerte nos avisas temprano para que también te recoja.
- ¿Tu no vendrás?
- No. No iré. Tu madre Aún está sedada y espérate a que despierte: si ella decide presentarse a trabajar iré con ella, de otro modo, me quedaré también. Ya estoy viejo, el desvelo no me sienta bien, necesito dormir un par de horas.
- Ve y duerme tranquilo entonces; te prometo que me portaré bien. -Félix salió del cuarto más sereno y Alberto comenzó a vestirse sin entusiasmo. El día anterior, pese a su resistencia, término dejándose seducir por la jornada de trabajo. Descubrió que los años de cárcel no habían conseguido atrofiar al pragmático y metódico ejecutivo que llevaba dentro: en medio de los problemas de Divas, que campeaban a su gusto y por todas partes, se sintió renovado, eufórico y más que preparado para combatir la decadencia que había infectado a la empresa de sus padres: la administración de Divas, de acuerdo a su diagnóstico, sufría las consecuencias de haber caído en manos de incompetentes e ineptos que la gestionaban arbitrariamente, mientras el personal con talento no encontraba la motivación necesaria para oponerse o mejorar. Manuel por otro lado, muy fiel a su naturaleza, buscada sobreponerse a los pobres resultados del negocio expandiéndose a mercados dominados por competidores más versátiles y eficientes; si las cosas continuaban por aquel camino; Alberto estimaba que a la empresa le quedarían cuatro o seis años más de escasas rentabilidades antes de verse en la necesidad de buscarse un socio que la salvará de la ruina o en el peor de los casos, un comprador. Lo más lamentable, sin embargo, eran los pocos contrapesos que Manuel tenía en la junta directiva; sus padres caminarían por dónde el los llevara y Laura y Patrick tendrían que seguirlos, aunque fuera a disgusto porque no tenían alternativa; tal vez el único elemento disidente de importancia y que pudiera equilibrar las cosas fuera Janneth, pero ¿Estaría dispuesta ella a respaldarlo para darle a la empresa el giro que necesitaba? ¿Estaría dispuesta a desafiar a Manuel? En su cabeza, durante el recorrido a la planta, las tiendas y los bancos y mientras recogía información, se planteó múltiples posibilidades y escenarios que lo hicieron sentir eufórico y vivo. La gestión de empresas era para él lo que el diseño para Lidia: una pasión antes que un trabajo, y sin embargo, con la euforia, la pasión también arrastraba culpa. Las cosas no estaban dándose como él las había pensado; se sentía confundido, porque durante días imagino que lo recibirían con hostilidad y desconfianza, indiferencia y desdén, y tenía que admitir con vergüenza que su deseo había sido que lo recibieran así para tener una excusa para seguir autocompadeciéndose y continuar resentido con todos y agarrando a su recuerdo de Esther y al dolor que su ausencia le provocaba; no quería desprenderse de su sufrimiento porque imaginaba que al hacerlo la traicionaba. Asumía el sufrimiento como una penitencia porque de muchas maneras se consentía culpable de que la hubieran matado. En sus noches más depresivas había hecho listas interminables de cosas que no debía haber hecho y de otras que dejó de hacer y que pudieron evitar el terrible final de Esther. Ahora, sin embargo, en sus pesadillas, la melancolía se cruzaba con la ansiedad que le producían las amenazas presentes y recordaba que Nicolás le anticipo que así sería. La vida lo reclamaba y con Esther o sin Esther le exigía seguir adelante; se había convencido de que era imposible sin ella y, sin embargo, ahí estaba él; comenzando a forjarse uno.
Editado: 14.02.2024