Úrsula amaba el dinero y, fue teniendo el dinero en mente que organizó a Justicia para Esther. La idea, sin embargo, no fue mérito de ella sino de Walter; un sujeto tan atractivo, inescrupuloso y encantador como ella y que además poseía un talento especial para reconocer la oportunidad de urdir un fraude en cuanto lo veía.
Cuando las primeras noticias sobre la posible liberación de Alberto fueron publicadas, Úrsula las siguió con mucho interés. Compraba los periódicos todos los días y recortaba las notas que iban apareciendo para pegarlas en un cuaderno de recortes y poder leerlas una y otra vez. Notó con curiosidad que, como en el juicio de hacía 15 años, el verdadero protagonista del suceso era otra vez Esther y no Alberto.
Para contextualizar la información, los periódicos habían añadido alrededor de la nota principal crónicas que rememoraban el desafortunado crimen, describiéndolo con mucho drama y amarillismo y adorándolo además con memorables fotografías de Esther que terminaban empequeñeciendo la información principal pero que al final cumplían con el propósito de vender periódicos.
Esther, había sido una prodigiosa vendedora de periódicos y revistas; no había sido especialmente bonita como Úrsula, pero con el maquillaje y la luz adecuada, más su arrollador carisma y refinado estilo, añadido al dinero, la fama y su precoz éxito, convirtieron su imagen, sin planificarlo así, en el rostro público de Divas. Su incursión en el mundo de la alta costura y las portadas de revistas había sido tutelado por Laura y Lidia, sin embargo, Esther poco a poco fue apartándose de la imagen virginal, dulce y cándida que su madre y su tía pretendían que vendiera y comenzó a exhibirse tal como en realidad era, o más bien, y a juicio de Úrsula, tal como en realidad pretendía ser, porque en el fondo, ella, que llegó a conocerla de muchas maneras mejor que nadie, siempre la considero más bien una chiquilla mimada, caprichosa, resentida y además demasiado estúpida e ingenua como para considerarla una verdadera zorra. Se esforzaba y eso Úrsula nunca dejó de reconocerlo, pero hubo muchas líneas que Esther nunca se atrevió a cruzar. Su rebeldía al fin de cuentas tenía un propósito y, el propósito, además de limitarla, de cuando en cuando también la embargaba de culpa y confusión. De cualquier manera, su rebeldía, romantizada por las revistas, deslumbró a su generación y Esther que convertía todo lo que tocaba en oro, capitalizó sus neurosis y frustraciones convirtiéndose, sin proponérselo otra vez, en un icono y referente de estilo, modernidad, emprendimiento e identidad: Las jóvenes de su tiempo querían lucir como ella, conducirse como ella, y exhibirse como ella, comprando cualquier cosa que promocionará. Con Esther, Divas alcanzó su primera y única gran edad de oro; desde joyeros hasta centros nocturnos se disputaban el privilegio de que promocionará sus productos, sin embargo, para frustración de Úrsula, Esther concluyó su periodo de rebeldía y se casó. Sin distracciones y finalmente con su vida emocional equilibrada, Esther se entregó a su trabajo con más pasión y dedicación que nunca, el matrimonio no solo consiguió hacerla madurar si no también elevar su capacidad creativa a su máximo potencial y contrario a las profecías y advertencias de Úrsula al público le complació el cambio y adoró su nuevo estilo regio y formal. Esther y todo lo referente a su vida de princesa caída y redimida continúo acaparando titulares en las revistas y sus diseños siguieron liderando las pasarelas en todo el mundo, hasta el trágico día que fue asesinada en su casa; pero para ese entonces ya estaba totalmente distanciada de Úrsula. El enfriamiento de la amistad que las había unido había sido inevitable, y comenzó el día en que Esther acepto a Alberto cómo novio. Antes del compromiso con él, había vivido haciendo equilibrios al borde de un abismo que reclamaba su alma y Úrsula que la había ayudado a caminar hasta ahí estuvo atenta y preparada para darle el empujón final cuando para su frustración Alberto entró en escena y como un príncipe de cuento la rescató con un beso que la hizo despertar y abrir los ojos. Después del beso del que hablaba con tanto regocijo y alegría, Esther no volvió a ser la misma: abandono las fiestas, dejó de consumir alcohol y drogas, se alejó de los escándalos e hizo las paces con los seres que la amaban y con la vida. El cambio implicó ineludiblemente que poco a poco fuera alejándose de Úrsula que cada vez recibía de Esther menos regalos, menos dinero y menos atención. En el nuevo mundo de Esther, Úrsula no tuvo cabida; Alberto la odiaba tanto como ella lo odiaba a él, y Laura y Lidia, las personas más importantes en la vida de Esther, después de Alberto, nunca la habían aprobado como una buena amistad. Finalmente, cuando Esther dejó de financiarle el lujoso apartamento en que vivía y luego también dejo de contestarle las llamadas, Úrsula se desvaneció discretamente agobiada por las deudas, los acreedores y también por la falta de oportunidades de trabajo: como por arte de un hechizo roto por aquel maldito beso de Esther y Alberto a la medianoche de aquel desastroso año nuevo todos sus amigos importantes y contactos influyentes desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos, todo lo valioso que tenía se esfumó junto con la amistad de Esther, y un par de años después, cuando fue asesinada, Úrsula no pudo evitar sentirse feliz, si hubiera tenido dinero en aquel momento incluso hubiera celebrado, pero como ese no había sido el caso, tuvo que conformarse con recortar las notas de los periódicos y pegarlas en un cuaderno y esperar de corazón que Esther pudiera verla desde el más haya y mejor aún que pudiera escucharla como se reía del patético final de su vida.
Lo que le había ocurrido, en opinión de Úrsula, lo tenía merecido por desagradecida y, sin embargo, aún consideraba, que morir, aunque fuera asesinada, había sido aún muy poco castigo. Había esperado verla esparcida en pedazos después de caer del pedestal en que la habían puesto y, en ese sentido, Úrsula sintió que la vida le quedo debiendo aun, sin embargo, luego se vino el juicio y la condena de Alberto y dio por reparados sus reclamos; al fin de cuentas, había sido Alberto el responsable de que se torcieran todos sus proyectos y, cada vez que regresará a los recortes del cuaderno, mientras contemplaba las fotografías de Esther, hablaba con ellas, ya no con las esperanzas sino totalmente convencida que Esther, donde infiernos estuviera, podía escuchar como ella se burlaba del tormento del hombre que había amado, y para coronar su perverso e insano fetichismo comenzó a entrecruzar fotografías del incidente del asesinato con las del juicio, asumiendo que de esa forma Esther tenía más probabilidades de sufrir y aproximarse al mundo que había dejado atrás; luego, cuando Alberto volvió a aparecer en los periódicos en los días que comenzó a gestionarse su solicitud de reducción de pena, Úrsula, que había abandonado hacía muchos años su morboso pasatiempo lo retomo con renovado entusiasmo. Estaba convencida que el intento de liberar a Alberto fracasaría y que la noticia añadiría más dolor al infierno que le había confeccionado a Esther en su cuaderno de recortes; para entonces ya estaba instalada otra vez en la ciudad y se veía clandestinamente con Walter dos o tres veces a la semana.
Editado: 14.02.2024